Max Horkheimer & Theodor Adorno, “On the Tasks of Post-War Marxism (Two Unpublished Fragments)”, traducido del alemán al inglés por James Crane. Enlace a la versión del texto en inglés:
https://ctwgwebsite.github.io/blog/2025/HA_Fragments_1946/
Prólogo del traductor al inglés (James Crane)
Procedentes del Max-Horkheimer-Archiv (MHA), ambos fragmentos —“Sobre la relación entre los intelectuales críticos, el proletariado y el Partido Comunista” y “La maldición de escribir hoy en día”— se encuentran bajo el subtítulo “Manuscritos varios (1946)”,[1] archivados junto a tres (de los cuatro) manuscritos supervivientes de las “Conversaciones con Theodor W. Adorno” de Horkheimer, grabadas durante las dos primeras semanas de octubre de 1946, sobre la secuela prevista de «Dialéctica de la Ilustración». Estos Diskussionsprotokolle fueron publicados por primera vez póstumamente en el Volumen 12 de los Gesammelte Schriften de Horkheimer bajo el título: “Rettung der Aufklärung. Diskussionen über eine geplante Schrift zur Dialektik”.[2] Además de estas discusiones, los últimos dos fragmentos bajo el mismo subtítulo también fueron seleccionados para su publicación en el mismo volumen de los Gesammelte Schriften de Horkheimer: “Hacia una crítica de las ciencias sociales estadounidenses” y “El destino de los movimientos revolucionarios”, cada uno de los cuales también está fechado en “octubre de 1946”.[3] Un posible motivo para la omisión de estos fragmentos en los Gesammelte Schriften de Horkheimer es la dificultad para determinar su autoría. A pesar de una serie de indicaciones en contra en el mismo texto de los fragmentos, los archivistas los atribuyen (tentativamente) sólo a Adorno —un enfoque problemático que los archivistas parecen haber adoptado también para varios otros fragmentos inéditos del archivo con autoría también indeterminada.[4] En términos de contenido, hay dos motivos para rechazar esta atribución.
Primero, cada uno de los fragmentos traducidos a continuación —“Sobre la relación entre los intelectuales críticos, el proletariado y el Partido Comunista” y “La maldición de escribir hoy en día”— está escrito en primera persona del plural (“nosotros”, “nuestro”, “nos”, etc.), y es esta voz la que reivindica la autoría conjunta de “Dialéctica de la Ilustración” en “La maldición de escribir hoy en día”: “El proceso de desmitologización, tal como lo hemos descrito en ‘Dialéctica de la Ilustración’, debería desarrollarse [en adelante] sobre la base del concepto de trabajo”. (En el otoño de 1946, “Dialéctica de la Ilustración” era sólo el título del primer capítulo del libro, pero no el libro en sí, que todavía se titulaba Philosophische Fragmente. Sólo más tarde el primer capítulo se retitularía “Concepto de la Ilustración”, y el libro en su conjunto Dialéctica de la Ilustración, ya durante el proceso de revisión del manuscrito para su publicación a finales de 1947).[5] Además, el mismo fragmento se refiere en broma a un hipotético respaldo del incesto escrito por “H” y “A”: “Hoy, si criticáramos el psicoanálisis y exhortáramos al incesto, el señor Schapiro le diría al señor Kohn: ¿Ha leído ya la interesante crítica de H y A?”. El otro fragmento, “Sobre la relación de los intelectuales críticos con el proletariado y el Partido Comunista”, también está escrito en primera persona del plural.
En segundo lugar, los fragmentos parecen referirse a los debates que Horkheimer y Adorno tenían con sus colaboradores sobre la relación correcta entre los intelectuales críticos y el partido comunista —en particular, la disputa de Horkheimer con Paul Massing y Leo Löwenthal. Como es evidente en la correspondencia de Horkheimer con Löwenthal entre julio y octubre de 1946, Löwenthal y Massing intentaron (en vano) convencer a Horkheimer y Adorno de que incluyeran críticas más fuertes a la URSS y atenuaran las críticas a las “democracias liberales” mientras el grupo finalizaba el borrador de la Tesis VII de “Elementos de antisemitismo”.[6] Dado que en dicha correspondencia Löwenthal expresa su consternación porque el “señor Eisler” —refiriéndose a Hans Eisler, partisano del movimiento comunista oficial y colaborador de Adorno— “no explotó” al leer los borradores de la Tesis VII, es razonable suponer que la observación en “Sobre la relación entre los intelectuales críticos, el proletariado y el Partido Comunista” que nombra explícitamente a Eisler y Massing como representantes de las posiciones dicotómicas hacia el partido comunista realmente existente criticado en el fragmento (“... no emularíamos ni a Eisler ni a Massing”) es una referencia directa a la continua disputa de Horkheimer y Adorno con Löwenthal y Massing en el otoño de 1946.
En suma, ambos motivos para
objetar la atribución de estos fragmentos solamente a Adorno se desdoblan como
razones para interpretarlos como intrínsecamente ligados al desarrollo de la “Teoría
Crítica” hasta 1946, y posiblemente hasta fines de la década de 1940 en su
conjunto.[7] La
profesión de un comunismo revolucionario en abierto desafío a la URSS de Stalin
y el rechazo del acuerdo reformista de posguerra en los Estados
liberales-democráticos; el redespliegue cuasi-tercermundista del concepto de “naciones
proletarias” contra la supremacía blanca hitleriana; y el desarrollo proyectado
de la “dialéctica de la Ilustración” a través del medium de la “teoría del racket”
en el esquema negativo de un nuevo internacionalismo, nada de esto puede
divorciarse de la Dialéctica de la Ilustración de Horkheimer y Adorno
sin traicionar el espíritu del marxismo radical y heterodoxo que todavía la
anima, por más subterráneamente que sea.
Sobre las tareas del marxismo de posguerra
(Dos fragmentos inéditos)
Max Horkheimer & Theodor Adorno
Sobre la relación entre los intelectuales críticos, el proletariado y el Partido Comunista
Los intelectuales, especialmente los más informados sociológicamente, están fundamentalmente convencidos de que la “revolución” se ha extinguido. Incluso mencionar su posibilidad suena ingenuo. Cualquier esperanza de un levantamiento armado se desvanece, no sólo al verse obligados a confrontar el atraso de las barricadas ante los avances en la tecnología armamentística moderna, sino también en vista del desarrollo más humano de las reformas sociales en Inglaterra e incluso Estados Unidos. Siempre que se habla de “revolución”, ni amigos ni enemigos se molestan en distinguir entre el comunismo y la patria rusa. El “marxismo” es la política de Stalin; la revuelta de la clase obrera, la invasión del Ejército Rojo. Con este pensamiento, se apacigua el temor de que pudiera existir algo más que lo que existe, de que pudiera haber algo más a lo que la acción histórica debiera apuntar; pues la lucha entre naciones y bloques de poder se desarrolla enteramente dentro del marco de la sociedad establecida. Sea cual sea el resultado, los ya poderosos se hacen aún más poderosos; los competidores más débiles pierden, como siempre. Lo que la política debería abolir se convierte en política por excelencia. Así, el mecanismo destinado a chupar todas las energías de la sociedad se ha vuelto hoy superfluo. Cuando el proceso vital de la sociedad aún era opaco para la mayoría de sus miembros, la política, como esfera escindida y especializada del comportamiento social, aún tenía una apariencia de sustancialidad; y su irracionalidad, sólo un índice de la supuesta ratio de quienes la controlan. Hoy, las fuerzas técnicas y humanas de producción se han desarrollado a tal grado que, en realidad, todos ya saben cómo funcionan, de qué se trata, qué es posible, cuál es realmente el objetivo; sólo que es precisamente este conocimiento el que no es consciente.
El “espíritu”, como designación para un sector de la división del trabajo, es, sin duda, una función cosificada; por otro lado, no se puede simplemente obviar la división del trabajo, sobre todo como hacen los rusos. Creen que, al conectarlo directamente con la política y la administración, la participación en asambleas de fábrica, etc., se puede abolir su aislamiento. Pero esto es falso, porque extingue la última chispa de autonomía que aún brillaba en ese sector, entregándosela al peor de los especialistas: el administrador. Para Marx, el espíritu, como momento del movimiento revolucionario que supuestamente irrumpiría en la sociedad cosificada, poseía la sustancialidad del ser humano no cosificado.
Nuestra dificultad es doble: no queremos volver a ser meras “terceras personas”.[8] Esto no significa que tengamos algo en contra de lo “parasítico”. Al contrario, la liberación respecto de la compulsión de la producción en la sociedad burguesa decadente iba de la mano con la supervivencia de la autonomía. Sin embargo, después de Marx, ya no se puede pretender entretener a la burguesía en el papel de la “tercera persona”, ni a través de la crítica ni de la glorificación. Debemos mantener nuestra claridad en este punto, aunque sabemos muy bien que nuestra ocupación espiritual-intelectual sigue siendo en realidad el modo natural de existencia para los hijos de padres ricos. Si fuéramos “filósofos existencialistas”, así es como reflexionaríamos sobre nuestra “existencia”.
La otra dificultad se relaciona con el concepto de práctica, como opuesto al espíritu fetichizado. Esto se deriva del estado del movimiento obrero. No creemos que nadie deba ser obligado a unirse a quienes aceptan la alternativa de estar “a favor” o “en contra” del partido comunista; no emularíamos ni a Eisler ni a Massing. Aceptar esta alternativa sin reservas implicaría reconocer que la revolución ha fracasado definitivamente. Por el contrario, creemos que esta misma dicotomía, y sobre todo el propio partido comunista, pertenece a ese mundo que debe ser superado mediante la revolución. Si es cierto que la tecnología está revolucionando el mundo entero, preparándolo para la creación de una sociedad humana, entonces los rusos, y sobre todo sus líderes, son objetivamente cómplices de frenar este desarrollo. A pesar de su papel propulsor en Asia, refuerzan el olvido de la sociedad que, hoy en día, correspondería al nivel de desarrollo de las fuerzas productivas a escala global. Por lo tanto, por muy reticentes que seamos, debemos criticar a las organizaciones internacionales como los mafiosos pobres y desbordados que son, como la caricatura de lo que podrían ser. Incluso ahora, sólo evidencian los intereses compartidos de las burocracias de diversas mafias nacionales. La oposición entre Rusia y Estados Unidos, en ambos países, ha servido en gran medida como excusa para que las masas reduzcan la rentabilidad de su trabajo invocando la amenaza del bloque de poder opuesto.
En lo que concierne al estado adecuado de la humanidad —ya posible hoy—, Marx lo definió esencialmente mediante el concepto de ocio. Debemos partir de este concepto, que, por cierto, está profundamente conectado con el de la “tercera persona”. Sin embargo, también debemos tener cuidado de no seguir al marxismo respaldando el proceso histórico en su conjunto simplemente porque conduciría a la armonía mediante la revolución, por ejemplo. La humanidad no puede alcanzar el paraíso con las manos ensangrentadas.
La estructura del concepto de deshumanización ha cambiado. Para Marx, significaba no participar en la cultura, brutalización; hoy, procede a través de la expansión total de la cultura, una realización irónica de la idea de Hegel de la identidad entre lo que el hombre es para sí mismo y su substancia social. Este desarrollo afecta al concepto de ocio. De hecho, el tiempo de trabajo ya se ha reducido bajo el capitalismo monopolista mediante la desmaterialización completa del trabajo. Pero esta descualificación del trabajo ha sido víctima de lo que, en la concepción de Marx, se suponía que humanizaría a los humanos en su ocio. El individuo que, según Hegel, sólo puede realizarse en las determinaciones sociales universales, se ha realizado así completamente a través de ellas, de modo que ya no hay nada que pueda considerarse realmente individual en él (Bloom, Flowerman). Esto implica, sin embargo, la dialéctica según la cual el individuo, tras haber alcanzado su esencia en el sentido hegeliano, pierde simultáneamente cualquier substancia anterior: para el individuo, la elección de su vocación, como ser jefe de policía, le resulta tan “externa” en el sentido hegeliano como la cuestión de si prefiere ternera asada o cordero asado. Cuanto menos necesita trabajar, más se convierte en un mero apéndice de la máquina en su tiempo libre.
En cierto sentido, la política ya no es relevante, pues de lo que trata, su verdadero objetivo, se ha vuelto evidente para casi todo el mundo. Lo que los trabajadores estadounidenses deben hacer es tan evidente que ya no se requiere ningún movimiento para ello. El partido comunista es tan impotente precisamente porque ya no está conectado con ningún objetivo revolucionario verdaderamente alcanzable; sólo se aferra ciegamente a una serie de elementos irracionales, como el liderazgo, la diferenciación salarial, el culto a la producción como tal, la hipóstasis de “la nación” y “el pueblo”, la fetichización de conceptos como organización y disciplina, el tipo del “organizador”. Pero a pesar de todo, toda la gente decente que aún permanece atrapada en el partido —los fieles incondicionales, si no son intelectuales ni malvados— son en su mayoría gente buena. El partido aún tiene una función progresista y política mundial, especialmente en Asia y los territorios europeos que han conquistado. La presión que surge del hecho de que hoy en día los seres humanos trabajan para camarillas temerosas de ser derrocadas en todo el mundo: esta presión debe ser abolida. Así como los consorcios corporativos no quieren que sus empleados asalariados actúen por iniciativa propia de forma espontánea y más allá de sus puestos asignados, el trabajador comunista debe apegarse a sus funciones asignadas en el trabajo del partido y, por el amor de Dios, no preocuparse por el panorama general. En nuestro Manifiesto debemos hacer justicia a la gente del partido, pero como revolucionarios,[9] y no a la manera de la crítica burguesa, que siempre defiende a las masas engañadas de aquellos que manejan los hilos [Drahtzieher]; todo lo contrario, el liderazgo mantiene los hilos. Uno sólo puede oponerse totalmente a lo que ha sucedido si dice que siempre tuvo que suceder así.
Considerar la revolución comunista como el desfile del Ejército Rojo por los países occidentales incluso tiene, al menos, un aura de alta traición para las masas proletarias de Europa y Asia; para el oprimido pueblo ruso, tal concepción no es más que Kadavergehorsam.[10] Los partidos comunistas fuera de [Rusia] son quinta-columnas y, por supuesto, recuerdan de inmediato a todo impulso revolucionario dentro de Rusia que deben ser antipatrióticos. A su vez, esto repercute en el comunismo occidental, que, mediante el concepto de este patriotismo estrecho de miras, comparte una forma de comprensión con los reaccionarios de cada país y simplemente escribe un nombre diferente en el mismo esquema de categorías. Este esquematismo forma parte de la transformación del comunismo en un sistema delirante [Wahnsystem]. Fenómeno no es primariamente psicológico, sino de origen objetivo: surge de la separación del comunismo de la teoría y su identificación pragmática con Rusia. El poder se convierte en la panacea, y la conexión con él desconecta la conciencia y conduce a la ceguera en lugar de a un proceso dialéctico en el pensamiento y la práctica. Los rasgos paranoicos de sus seguidores corresponden a la fascistización del partido.
El contenido de esta sección debería determinar la acción política que, a nuestro entender, sería hoy el primer paso hacia la realización del orden correcto, y que sólo queda inconclusa debido al estupor de los seres humanos. Esta acción debería consistir en que los trabajadores estadounidenses exigieran a sus homólogos rusos, la única potencia mundial de igual rango, que enviaran a sus propios líderes, con todo el bagaje represivo de su administración, directamente al infierno. Entonces, los estadounidenses deberían decir que se asegurarían de detener toda producción industrial con fines bélicos. El motivo para esta acción: la cadena de producción del planeta entero se ve obstaculizada por el hecho de que, en los países decisivos, se dedican incontables horas de trabajo, en parte a los medios de destrucción, en parte a los medios de estupefacción. Esto último incluye la estafa de la diferenciación técnica (De Soto vesus Plymouth, y la competencia social que ésta promueve) y, por supuesto, la pseudo-producción [Scheinproduktion] como lo es la publicidad. Por lo tanto, se desperdician cada vez más horas de trabajo, mientras que innumerables inventos que ahorran mano de obra se dejan sin usar debido a los intereses capitalistas y gremiales, por no mencionar las fuerzas que yacen inactivas en el desempleo. Sólo una vez disipada esta tontería, que los gobernantes de ambos bandos emplean para inculcar la razón de lo existente en las masas mediante el miedo, podrán las masas de estos países, que hasta ahora han sido engañadas por ella, comenzar realmente a ayudar al resto del mundo. Entonces se hará evidente que no existe una oposición necesaria entre este “resto” que es mantenido en la miseria a pesar de la potencial “riqueza de las naciones”, y los trabajadores que se benefician de esta misma miseria sin ser conscientes de ello. La humanidad está madura para el socialismo.
Para demostrarlo, los trabajadores estadounidenses deben, por supuesto, ser serios. Un gesto como el descrito anteriormente presupone que están dispuestos, tras cambiar radicalmente las relaciones en su propio país, a declarar la guerra a Rusia si ésta se resiste. Que los trabajadores estadounidenses crean que el país más avanzado del planeta podría llevar a cabo una revolución sin asumir al mismo tiempo la responsabilidad del planeta entero es casi tan estrecho de miras como la idea del "socialismo en un solo país", o [la idea] de que la revolución consiste únicamente en impedir que los monopolistas estadounidenses —que, de hecho, se deleitan con la idea de hacer causa común con Stalin— declaren la guerra a Rusia.
La objeción de que los trabajadores estadounidenses están mejorando cada vez más, que no tienen una razón materialista para la revolución, no resiste el escrutinio. Los estratos más revolucionarios de la clase obrera europea solían ser los mejor pagados y, por lo tanto, los más avanzados y en posición de liderar al resto de la clase. Es producto del aparato de estupefacción [Verdummungsapparats] que tantos crean que la presión, la opresión y el peligro que pesa sobre el proletariado son menores hoy que en el siglo XIX. Es cierto que la corrupción tiene un mayor impacto social a través de la creación de distinciones internas en el proletariado, como la que existe entre los obreros mecánicos cualificados del Norte y los negros no cualificados del Sur. Las distinciones son más burdas y los corruptos, la mayoría; pero el valor de la adquisición de una vida higiénica por parte del trabajador moderno es extremadamente dudoso. Su diferencia con las autoridades de su propio bando, los jefes sindicales y los monopolistas, es inconmensurablemente grande; el sufrimiento de los estratos más oprimidos en su propio país, y aún más los del resto del mundo, es infinitamente grande; y la amenaza de una guerra total, gigantesca. En vista de la transposición de la lucha de clases al escenario internacional (que se abordará en otra parte del texto),[11] cuanto mejor se encuentre la clase obrera estadounidense, mejor será la vanguardia para los oprimidos de todos los países.
El concepto de Hitler de la “nación proletaria” debe ser retomado y examinado. Describe correctamente la tendencia de la lucha de clases a transformarse en conflictos a nivel internacional. Para Hitler, sin embargo, este concepto sólo cumple el papel de una ideología porque, por un lado, contribuía a encubrir los antagonismos de clase en su propio país y, por otro, fingía que, al hablar en nombre de la nación proletaria alemana, se había puesto del lado de los más débiles, cuando en realidad era precisamente del lado de los más fuertes —y con el fin de exhortar a Alemania a convertirse en el brazo fuerte de la supremacía de la raza blanca. El antisemitismo, junto con toda la teoría racial, probablemente deba entenderse en el sentido de tal concepción. El anhelo por la erradicación de los judíos exhibe el miedo inconsciente a perder su dominio ante los pueblos de color del mundo. Por lo tanto, en oposición a Hitler, debemos tomarnos en serio el concepto de nación proletaria. Para él, este concepto tiene exactamente la misma función que la palabra “socialismo” en el nombre de su partido en el frente interno.[12]
Que los proletarios de los países industrializados se sientan la vanguardia de los pueblos de color del mundo no significa que se hagan ilusiones sobre el posible imperialismo de estos últimos, como se ejemplifica en el caso de Japón. La emancipación en las zonas coloniales, desde Argentina hasta Pakistán, se está llevando a cabo de forma semi-fascista y es profundamente antisemita. Sin embargo, el imperialismo no tiene por qué convertirse en realidad si los proletarios realmente hacen su revolución. El paso que hemos descrito podría transformar verdaderamente el mundo. Eliminaría las bases mismas de dicho imperialismo. Con los trabajadores occidentales y rusos unidos, ni siquiera los malayos tendrían que repetir el juego de la burguesía ascendente. Del mismo modo, las capas atrasadas de los trabajadores de los países más avanzados no se verían obligadas a poner en práctica sus ideologías retrógradas después de la revolución. Una vez que la vanguardia, nacional o internacional, haya dado ese paso (precisamente lo que Lenin entendía originalmente por “dictadura”), la humanidad será comprendida en su esencia misma: ese es el significado de la teoría de Marx.
La maldición de escribir hoy en día
La maldición de la escritura actual reside en que, independientemente de su resultado, ya no irrita a nadie. El Manifiesto Comunista, en realidad, puso en marcha algo distinto. Presupone una sociedad no integrada: el proletariado aún no está completamente “dentro”, y en la medida en que no forma parte de la “humanidad” propiamente tal, esto le conviene incluso en su supuesta deshumanización. Hoy, si criticáramos el psicoanálisis y exhortáramos al lector al incesto, el señor Schapiro le diría al señor Kohn: “¿Ha leído ya la interesante crítica de H y A?”. Creemos que la relación entre lo escrito y el mundo debe, al ser co-decisiva para la verdad del asunto, incorporarse conscientemente a su formulación teórica. Sin embargo, es precisamente esta relación la que se nos ha vuelto cuestionable.
El único camino que vemos ante nosotros, en el que no nos quedaremos atrás de Marx, es aquel que toma sus categorías como punto de partida. Aquí, pensamos en conceptos como clase y trabajo. En cuanto a la clase, tenemos en mente una crítica cuyo objetivo es la disolución de la clase en mafias. Quizás nunca haya existido una “clase” en sentido estricto. El proceso de desmitologización, tal como lo hemos descrito en “Dialéctica de la Ilustración”, debería desarrollarse [en adelante] sobre la base del concepto de trabajo. La Ilustración significa la separación del trabajo de su materialidad. Hoy en día, este proceso está mediado esencialmente por los sindicatos. Estos separan cada vez más al trabajador de sus intereses objetivos. La tarea es desvelar la dialéctica de este proceso y, por ende, del movimiento obrero y el concepto de proletariado.
No podemos estar seguros de si la adopción de categorías marxistas garantiza alguna pertinencia para nuestra actividad teórica actual. Para empezar, sin embargo, nos parece que un ataque al papel represivo de las mafias (religiosas, políticas, militares, industriales, sindicalistas), que luchan entre sí en la superficie, pero en verdad están de acuerdo, podría impulsar aún más el movimiento. En este sentido, es fundamental tener presente que, si bien el ataque debe dirigirse a las mafias nacionales, la transposición de las relaciones de clase al escenario internacional debe tenerse en cuenta en lo que respecta al contenido. En la era de la transferencia de las relaciones de clase [intra]nacionales a la opresión de pueblos [Völker] enteros por otros pueblos, los líderes de los pueblos unen fuerzas con todos los gánsteres del mundo que están bajo la estrella de la celebridad, en una especie de sindicato internacional. Un exponente de esta unión es Harold Laski.
La creciente integración de la sociedad vuelve problemático el concepto mismo de inconformismo, en el sentido de que no se puede imaginar ninguna expresión teórica, ni siquiera práctica, que no esté ya atrapada, de una forma u otra, en las redes del sistema. Por consiguiente, es necesario desarrollar formas de resistencia distintas de las que presuponen algún tipo de trascendencia para la sociedad, como las de la época de Marx, cuando los pobres aún debían ser forzados a trabajar en las fábricas. Más bien, la tarea actual consiste en elevar a la consciencia esas tendencias que maduran ahora incluso dentro de la propia sociedad integral, las tendencias hacia su derrocamiento —y, de hecho, ayudarlas hasta el punto de que la derroquen. El proceso de alienación radical del trabajo, la dominación de la naturaleza llevada al extremo, significa la auto-alienación radical del ser humano y, por lo tanto, lo absolutamente negativo —a la vez que “casi utópico”. La sociedad plenamente cosificada se acerca infinitamente al concepto de humanidad. El hormiguero es una proyección de quienes lo preparan, pero lo reprimen de su conciencia. Su inducción consciente podría coincidir con su abolición.
Traducción del inglés al español por Gonzalo Díaz-Letelier.
[1] “Zum Verhältnis der kritischen Intellektuellen zu
Proletariat und kommunistischer Partei” y “Der Fluch des Schreibens”, en MHA Na
1 806, 107-118.
[2] Max Horkheimer y Theodor Adorno: “Rettung der Aufklärung.
Diskussionen über eine geplante Schrift zur Dialektik (1946)”, en Max
Horkheimer, Gesammelte Schriften, Bd. 12, editado por Gunzelin Schmid
Noerr y Alfred Schmidt (Fischer Taschenbuch Verlag, 1985), 593-605.
[3] Véanse las traducciones de los siguientes textos de Max
Horkheimer: “Towards a Critique of the American Social Sciences”; “The Fate of
Revolutionary Movements“; y otro texto bajo el acápite “Miscellaneous
Manuscripts (1946)”, “Notes: On Culture and Revolution”; en James Crane (ed.),
“Max Horkheimer: Philosophical Parerga (1945-1949)”, en Substudies
(blog), 5/29/2025.
[4] Este es el caso, por
ejemplo, de los “Schemata” de 1942, de los que Adorno y Horkheimer son
coautores, para el libro que se convertiría en Dialéctica de la Ilustración.
En la nota introductoria a mi traducción de los “Esquemas”, sostengo que esta
atribución es insostenible, dado tanto el contenido de los “Esquemas” como
otras atribuciones realizadas por los propios archivistas. James Crane (ed.), “Revised Collection—Schemata
for the ‘Dialectic’ (1939-1944)”, en Substudies (blog), 4/18/2025.
[5] James Crane (ed.), “Notes: Towards a Reconstruction of
the ‘Dialectic,’ Part 2”, en Substudies (blog), 6/03/2025.
[6] Max Horkheimer y Leo Löwenthal, “II. Debating Thesis
VII of the “Elements”: Democracy and Fascism; Liberalism or Communism
(Summer-Fall 1946)”, en James Crane (ed.), “Collection: ‘First Must the Site Be
Cleared’ (1945-1949),” Substudies (blog), 6/03/2025.
[7] Las similitudes entre
estos fragmentos y las “Tesis” libertario-comunistas de Marcuse sobre la Teoría
Crítica de la posguerra, de febrero de 1947, que fueron recibidas con
entusiasmo por Horkheimer (y aparentemente también por Adorno), no pueden ser
desatendidas. Herbert Marcuse,
“I. Theses on Postwar Critical Theory: Part I (February 1947)”, en James Crane
(ed.), “Herbert Marcuse: Theses on Postwar Critical Theory (1947)”, en Substudies
(blog), 8/5/2025.
[8] (Nota del editor:) sobre
el problema del intelectual como “tercera persona”, véase Adorno, Minima
Moralia (1951), Parte II [1945], (§86) “El pequeño Hans”. “Sólo en el que
hasta cierto punto se mantiene puro hay suficiente aversión, nervio, libertad y
movilidad para oponerse al mundo; pero precisamente por esa ilusión de pureza —pues
viven como una ‘tercera persona’— no ya sólo permite que el mundo
triunfe fuera, sino incluso en lo más íntimo de sus pensamientos”.
[9] (Nota del editor:) el plan
de Adorno y Horkheimer de escribir un nuevo Manifiesto Comunista se
remonta a sus conversaciones de 1939. Cfr. James Crane (ed.), “Translation: Adorno & Horkheimer’s 1939
Discussion on ‘The Temporal Core of Truth. Experience & Utopia in
Dialectical Theory’”, en Substudies (blog), 1/13/2025.
[10] (Nota del editor:) palabra
tomada de las Constituciones de San Ignacio de Loyola —que encomendaban
al lector a la obediencia sin resistencia a lo divino, como si uno fuera un
cadáver— por los críticos alemanes de la obediencia jesuita de principios del
siglo XIX, posteriormente aplicada típicamente a la lealtad ciega del
militarismo prusiano y, finalmente, a los propios nazis.
[11] (Nota del editor:) cfr.
Horkheimer a Marcuse, 28/2/1948. MHGS, Vol.
17 (1996), 931-934: “Horkheimer—Letter: The Internationalization of Class
Conflict (2/28/1948)”, en Substudies (blog) 6/3/2025.
[12] (Nota del editor:) cfr. Adorno a sus padres, 26/9/1943: “…pues hay tanta similitud entre el robo organizado por los opresores y el socialismo como entre el cielo y el infierno”, en Theodor W. Adorno, Letters to his Parents 1939-1951, editado por Christoph Gödde y Henri Lonitz, traducido por Wieland Hoban (Polity, 2006), p. 149.





