domingo, 4 de septiembre de 2022

Gonzalo Díaz-Letelier - La Constitución de 2022 (parte 2). El partido del orden: entre el fundamentalismo y la fake politics.


LA CONSTITUCIÓN DE 2022 (PARTE 2).

EL PARTIDO DEL ORDEN: ENTRE EL FUNDAMENTALISMO Y LA FAKE POLITICS.

 

Gonzalo Díaz-Letelier

University of California Riverside

 
 

Fotografía de un falso lienzo de la Brigada Chacón a un costado del GAM (en Santiago de Chile), que asocial al "Apruebo" al "fin de la propiedad privada" y el "derecho a rebelarse y saquear". Fotografía: Gonzalo Díaz-Letelier, julio de 2022.

 

2.- EL PARTIDO DEL ORDEN: ENTRE EL FUNDAMENTALISMO Y LA FAKE POLITICS.

La reacción al evento se crispa entre clases políticas profesionales, sectas policiales y militares caídas de la gracia de Dios, conservadores organicistas, neofascismos más o menos esotéricos,[1] empresarios y fundamentalistas neoliberales –aunque entre ellos a veces se den cachetadas de payaso o salgan de noche de cuchillos largos. La reacción se expresa en las exhortaciones y reprimendas dominicales de los patriarcas del partido del orden, esos adultos a cargo que ahora vuelven a la escena pública –entendida como espacio doméstico patriarcal– a pegarnos palmadas en el poto por nuestra infantil insensatez. De ese partido del orden hacen parte los militantes del “partido columnista”[2] (donde figuran en las últimas décadas, sobre todo desde el decanato decimonónico del periodismo golpista que es el diario El Mercurio, prohombres que van desde José Joaquín Brunner hasta Carlos Peña), columnistas que hacen pasar por “opinión pública” lo que no es más que opinión publicada–, además de una miríada de pajes seculares, “analistas de la plaza” y bots. La tesis instalada mediáticamente es que la revuelta de 2019 no tuvo un carácter antineoliberal, sino que más bien manifestó un reclamo de la masa por mayor inclusión en el chorreo de bonanza neoliberal –“el pueblo no quiere derechos sociales, sino más consumo”–, y, por supuesto, que tuvo lugar como un estallido de violencia anómica y delincuencial que hay que “condenar” y reprimir sin reservas. La narrativa política de este discurso establecía así (pretendiendo expresar el “sentido común”) un clivaje entre paz y violencia, o entre orden y desorden –es decir, estabilidad versus inestabilidad, unidad versus desintegración, “Libertad” versus “comunismo” (sic).[3] La represión policial del “estallido” dio paso al castigo económico colectivo y al terrorismo mediático algoritmado: si la política clásica se performaba vía liturgia, ésta devino en las últimas décadas “comunicación política” como construcción de espectáculo con fines políticos y administración de “conflictos entre stakeholders” mediante el regadío de dinero, generando un ecosistema en el que se denomina “pluralismo” a una situación en que la derecha controla todos los mass media, se considera “opinión pública” a la defensa de los intereses del empresariado y se llama “amistad cívica” al lobby y la corrupción. 

              Uno de los fenómenos más llamativos es el delirante y contradictorio vaivén de las derechas contemporáneas entre el fundamentalismo y la fake politics. Desde hace unos años ya teníamos noticia del “método Bannon” (por referencia a Steve Bannon, bank investor y ejecutivo mediático que fue estratega político de la presidencia de Trump en Estados Unidos), método que, mediante uso de bases de datos privados y algoritmos, vía Cambridge Analytics, condicionó favorablemente el resultado de la campaña de Trump –así como también ocurrió con las de Mauricio Macri en Argentina, Jair Bolsonaro en Brasil y el Brexit en el Reino Unido. En Chile este fenómeno se ha venido incrementando paulatinamente hasta alcanzar cotas inusitadas desde la última elección presidencial (Boric / Kast, diciembre de 2021) hasta estas vísperas del plebiscito constitucional de salida del 4 de septiembre de 2022. La táctica consiste en inseminar una catarata de falsedades en el debate público, al hilo de una asonada discursiva que promueve el racismo, el clasismo y el machismo. El mismo otrora candidato presidencial José Antonio Kast defendió a uno de los influencers que posteriormente se convirtió en diputado de su Partido Republicano, Johannes Kaiser, de quien alabó su capacidad de “marcar la pauta en temas de opinión pública”, antes de que el influencer cayera en el ostracismo por sus “excesos” (cuestionando en su podcast el derecho a voto de las mujeres devenidas feministas, tratando de violadores a los inmigrantes negros y sugeriendo que Pinochet no había llevado a cabo de manera suficiente el exterminio de los agentes del “cáncer marxista” de la Unidad Popular tras el golpe de 1973). Digo que se trata de un fenómeno de vaivén delirante y contradictorio porque se trata de una derecha que paradójicamente defiende verdades últimas y esenciales, al mismo tiempo que renuncia a la deuda más elemental que constituye el lazo social: decir la verdad. Si desde el 2006 los estudiantes chilenos, en una suerte de posición filosófica post-kantiana, se plantearon en términos de que la “realidad” no estaba dada así sin más, sino que era una construcción social –es decir, que no tenemos acceso a las cosas en sí, sino a representaciones de las cosas que se construyen o simbolizan socialmente– y que, por tanto, las cosas pueden ser distintas y la realidad social se puede transformar; si eso fue de ese modo, digo, frente a ello el gobierno de Sebastián Piñera se caracterizó por una posición de realismo ingenuo: “las cosas son como son”. Desde tal posición de idiotismo (personalismo y mentira política ligada a la denegación),[4] que proyecta su propio subjetivismo como objetividad, Piñera solía expresar su perplejidad ante la asonada de la imaginación popular que, para él, no era más que un torrente de violencia irracional. No podía entender por qué no se apreciaba su “obra” si ésta iba en la dirección de la racionalidad inherente a la dinámica de las cosas y a la propia “naturaleza humana”, de manera que su gobierno, en un gesto penoso, patético y violento, no podía entender por qué no lo entendían. Piñera, figura radical del idiotismo de la derecha chilena, no podía entender que las cosas se pudieran entender de otra manera, y no podía ver en ello sino la destrucción del mundo –anomia y acosmia, inmundicia y desolación. Piñera y Kast, así como Trump, dan muestra de este idiotismo, llamando a “dejar de lado las ideologías” para afrontar desde el “sentido común” los “problemas reales”, sin reparar en que tal “sentido común” y la manera en la que se percibe lo que son los “problemas reales” son precisamente lo que constituye el corazón de la ideología como articulación pretemática de la práctica social y política habitual en función de la conservación de la facticidad. Hay que atravesar esa fantasía para interrumpir el fascismo, dirían por ahí.

              Sin embargo, lejos de ello, junto con el devenir cibernético de la manipulación discursiva ha proliferado en el arsenal táctico de la derecha la mentira política ligada al subjetivismo y la denegación –todo sea por preservar los privilegios políticos, económicos, sociales y culturales de una clase dominante y su partido del orden mediante sus brazos mediáticos (monopolios periodísticos que pautean y enmarcan el debate público con sus frames; una serie de think tanks de derecha como Libertad y Desarrollo, Fundación Jaime Guzmán y los tentáculos de Cato Institute, vinculados a máquinas de terrorismo mediático como ATLAS Network –donde colaboran personajes como Mario Vargas Llosa, Teresa Marinovic, Sergio Melnick, José Antonio Kast y Rojo Edwards–, o neofascistas como Alexis López, quien desde una lectura caricaturesca de Deleuze y el “deconstruccionismo” (sic) ha exportado un “análisis” de la revuelta acéfala chilena como “revolución molecular disipada” a Colombia, como asesor del uribismo). Desde ahí se ha ido configurando un conjunto bien irrigado de ecosistemas digitales de desinformación y ejércitos de bots que tienen como rendimiento la inundación de la escena pública con fake news: que de aprobarse el nuevo texto constitucional nos van a expropiar desde las casas y los fondos de pensiones hasta el cepillo de dientes; que vamos a ser gobernados por comunistas totalitarios, inmigrantes tercermundistas, indígenas retrógrados, homosexuales salidos de la corte de Calígula, ecologistas objetores del progreso y feministas amazonas insurrectas y funadoras que quieren acabar con la masculinidad chilensis y que, por si fuera poco, podrán abortar “horas antes de parir” (legalización del infanticidio); que el avance del supuesto proceso democrático no sería más que un gigantesco fraude electoral (con voto de chavistas venezolanos, inmigrantes haitianos e izquierdistas muertos en el padrón electoral); que las manifestaciones multitudinarias del “apruebo” son montajes mediáticos; que el Estado nos va a quitar el agua para dársela a los indios; que se va a borrar la jerarquía entre el alma humana y la vida animal; que los “blancos” van a ser ciudadanos de segunda clase; que los cristianos van a tener que esconderse en catacumbas de la persecución nihilista de los postmarxistas; que vamos a perder nuestra “soberanía” al ser incorporados bajo la égida de un gobierno mundial orquestado por la ONU y todo tipo de siniestras camarillas terrícolas y extraterrestres; y un largo etc. Mención especial merece el discurso sobre el devenir “Chilezuela”, que prolifera tanto entre inmigrantes venezolanos como entre los chilenos. Se trata de un discurso que un sector de los inmigrantes venezolanos de derecha esgrimen a partir de la mala experiencia que tuvieron con el proceso constituyente del chavismo y que tiene un eco en el discurso de la derecha chilena –reproducido a través de los medios e inseminado en la población–, pero que no resiste análisis y constituye una grosera equivalenciación de procesos cualitativamente diferentes: se trata de una traducción mecánica y grosera de eventos que son intraducibles entre sí.

Quizás lo más alarmante, sin embargo y más allá de la escena chilena en particular, sea la redirección de las energías populares a la turbulencia administrada de la guerra –en una nueva versión de la doctrina del shock: de la crisis al miedo y, en virtud del miedo, la promoción de la aceptación de medidas contra los trabajadores (“economía de guerra”) y de una derechización ideológica generalizada. Esto no sólo sobrecodifica geopolíticamente toda la escena (redistribuyendo las preocupaciones, energías y tensiones), sino que también es una asonada reaccionaria del imaginario viril contra la potencia transformadora del feminismo, asonada que logra reinstalar una política de las pasiones tristes en orden a la fascistización de las poblaciones –en el miedo a mayor mal se incita la predisposición a la protección de “esta vida” en sus actuales condiciones– y desoculta, en un horizonte más amplio, la ruina autoinmunitaria de la gubernamentalidad liberal clásica (modernista, ideal de autonomía de la sociedad civil) y el devenir regla de las nuevas formas de gubernamentalidad neoliberal autoritaria (cibernética y militarizada --desde los algoritmos e interfaces mediáticas hasta los tanques y los drones).



[1] Véase Oporto, Lucy, «He aquí el lugar donde debes armarte de fortaleza. Ensayos y crónica filosófica», Editorial Katankura, Santiago, 12022.

[2] La expresión “militantes del Partido columnista” es de Marcos Ortiz, director de Ojo del Medio –observatorio de medios chilenos. Cfr. Ortiz, Marcos, “Los 7 mandamientos del Partido Columnista”, en sitio electrónico Interferencia, 17 de marzo de 2022; y en entrevista en podcast La Base # 73, junio de 2022, enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=Bdri6mazEyw  

Véase también Karmy, Rodrigo, “Pinochetismo cyborg”, en sitio electrónico Lobo suelto, 24 de noviembre de 2021, donde Karmy caracteriza al columnismo reaccionario de El Mercurio como el “cogito del partido del orden”.

[3] Karmy, “Pinochetismo cyborg”.

[4] Véase Villalobos-Ruminott, “Imperialidad y verdad. Primera parte: mentir en política”, en sitio electrónico Infrapolitical Deconstruction, 31 de octubre de 2021.  


sábado, 3 de septiembre de 2022

Gonzalo Díaz-Letelier - La Constitución de 2022 (parte 1). El interregno: ¿Darse o no darse al rey?

 

LA CONSTITUCIÓN DE 2022 (PARTE 1). 

EL INTERREGNO: ¿DARSE O NO DARSE AL REY?

  

Gonzalo Díaz-Letelier

University of California Riverside

 

Fotograma de Derek Jarman (dir.), “Jubilee”, UK, 1976.

 

 1.- EL INTERREGNO: ¿DARSE O NO DARSE AL REY?

 Situados en el interregno entre la revuelta acéfala de octubre de 2019 –que involucraba la potencia de la revuelta feminista de 2018– y el plebiscito de salida sobre la nueva Constitución de 2022, es interesante calibrar las intensidades que tejen el campo de fuerzas en esta coyuntura y su disyunción. La traza heterocrónica de la revuelta, no datable historiográficamente, abre un tiempo anárquico, acéfalo, desarticulado: un tiempo en que la guerra civil que nos recorre (pues la polis siempre está fracturada) se hace explícita como una violencia de las formas que desborda el estatuto mismo de la guerra fascista que cierra el mundo y lo interrumpe, desobrando sus máquinas categoriales, identitarias y patriarco-relacionales, destituyendo sus mitologemas, sus patronazgos, sus pastorales y sus aparatos de organización autónoma de la dominación y la explotación –evangelización, civilización, democracia neoliberal. Sin embargo, el “fantasma portaliano” –para usar la fórmula que Karmy acuña para señalar la lógica y el imaginario político autoritario instalados por el ministro Diego Portales y que recorren la historia de Chile desde el siglo XIX–,[1] instanciado como un partido del orden que bloquea toda profundización democrática en virtud de la cual los pueblos puedan convertirse en agentes de su propia historia,[2] despliega una asonada de terror mediático, económico y bélico que hoy opera una suerte de paradigma inmunitario contra todas las formas de proliferación de vida pagana o anarquización democrática que han tenido lugar desde fines de los sesenta y contra el acontecimiento histórico de que un pueblo plural-singular insolentado haya puesto en juego la realización de una de las ideas fundamentales del pensamiento liberal moderno –que el pueblo se dé su propia Constitución. Es decir, frente al evento de la desarticulación de las formas arcónticas y oligárquicas de la institución del pensamiento moderno –y de su pensamiento de la institución en todos sus registros–, nos quieren arrastrar no sólo hacia un momento previo al 68 (en virtud de una “batalla cultural” esgrimida en función de una contrarrevolución conservadora o gramscismo invertido) sino, incluso, a un momento previo a la revolución francesa de fines del siglo XVIII (revocando la mentada promesa democrática de que el pueblo se dé su propia Constitución). 

        Pero ¿en qué tipo de interregno estamos? ¿qué significa estar situados entre las trazas de la revuelta y el fantasma portaliano? ¿Se trata el mentado “interregno” de un estar entre dos reinos (inter-regnum), entre dos territorializaciones soberano-gubernamentales? ¿Es el tiempo del peligro y la suspensión de la soberanía un mero hiatus irrationalis transicional entre dos hegemonías y dos regímenes de producción? ¿Se trata de un evento discreto de violencia transicional entre dos formas de imperium organizadas, personificadas de manera vicaria o automatizadas en gobernanza abstracta, y en cualquier caso ciertamente autoinmunizadas de la contingencia material de la potencia imaginal de los pueblos figurantes? En nuestro caso, la traza de la revuelta no se reduce a la constituyente, pero se puede expresar en ella, sin cerrarla en nuevo régimen, sustrayéndose de la dialéctica entre potencia destituyente y poder constituyente, manteniendo la potencia de la imaginación excéntrica respecto del cierre y centramiento de todo imaginario y regencia. En medio del humo de las barricadas y las cenizas de los conceptos políticos clásicos, en tiempo disjunto (time out of joint), el devenir destituyente ha atravesado hasta hoy, entre otros senderos, el de un conato constituyente en orden a la derogación del cadáver jurídico-institucional neoliberal legado por la última dictadura manu militari. Este conato implica pensar no sólo una nueva relacionalidad entre las cosas y entre los mundos, sino ante todo otra relación no dispositiva entre vida y ley –una relación protésica con la ley que se sustraiga de toda sacralización de la misma. La pregunta sigue siendo, como siempre, “darse o no darse al rey” –pero evitando el desenlace de restauración y reconciliación que sella, por ejemplo, el célebre relato de Lope de Vega en «Fuenteovejuna».[3] Sigue siendo una tarea pensar la relación entre potencia destituyente y conato constituyente, pero sin que lo segundo neutralice a lo primero en el sentido de una “superación” (Aufhebung), sino como la violencia del evento inscrito en las formas de un modo irreductible. A la larga inconmensurables, el proceso de la asamblea constituyente no deja atrás la revuelta ni la encauza mediante una ritualización institucional –como quisiera el sociologismo que esgrime el discurso de la “anomia”–, sino que le da una ocasión de expresión a su potencia –que es potencia común de imaginar y no reduce lo común ni al Estado ni a dispositivo categorial-atributivo de la persona alguno.

 


[1] Karmy, Rodrigo, «El fantasma portaliano. Arte de gobierno y república de los cuerpos», Ediciones UFRO, Temuco, 12022. El “fantasma portaliano”, lejos de instalar un trascendental fáctico, remite a la continuidad diferida de una lógica principial y axiomática que ha sostenido el imaginario político y el habitus de las clases dominantes oligárquicas desde la época de la transición de la colonia a la república chilena. Es parte de su performance, precisamente, autoafirmarse como aparato trascendental de legitimidad y legalidad.  

[2] Marx, Karl, «El 18 Brumario de Luis Bonaparte», Ediciones Fundación Federico Engels, Madrid, 12003.

[3] Vega, Lope de, «Fuente Ovejuna», Ediciones Cátedra, Madrid, 11994.

lunes, 20 de junio de 2022

Jacques Camatte - Muerte y extinción: a propósito de la invasión de Ucrania.

El texto que aquí traducimos del inglés al español fue publicado originalmente por Jacques Camatte en francés bajo el título “Mort et Extinction”, en Revue Invariance, el 10 de marzo de 2022:

https://revueinvariance.pagesperso-orange.fr/

El texto que he tenido a la vista para la traducción es: Jacques Camatte, “Death and Extinction. Concerning the Invasion of Ukraine”, traducción del francés al inglés por Francesco Borselli, en Il Covile (English edition), nº 632 / XIV, 19 de abril de 2022:

https://www.ilcovile.it/




Jacques Camatte

 Muerte y extinción.
A propósito de la invasión de Ucrania.

 
El momento de la invasión de Ucrania me impuso la siguiente cuestión: ¿es esta dinámica de muerte una máscara de nuestro devenir hacia la extinción? ¿O es el devenir a la extinción lo que precisamente condiciona este nuevo montaje de la matanza, de la guerra en su forma antigua (no la guerra cibernética), visible y tocante a la lucha por la supervivencia? Pero, de hecho, esto aplica a todos los conflictos armados actuales, que no comenzaron ayer.
 
Lo que se pone fundamentalmente de relieve es la importancia de la amenaza por ambos lados, pero especialmente del lado ruso. Y esto: el desencadenamiento de la enemistad. Los ucranianos reaccionaron al ataque ruso defendiéndose enérgicamente, lo cual es lógico y está ampliamente justificado; pero esto fue acompañado por un desencadenamiento de odio no sólo por parte de rusos y ucranianos, sino por parte de los que se llaman occidentales y apoyan a los ucranianos. De modo que la defensa de los ucranianos y la demonización de los rusos han sido la principal preocupación de los medios, enmascarando, ocultando la cuestión del Covid 19 (curiosa y repentinamente ya no se considera peligroso y las medidas contra él pronto serán derogadas) y la publicación del IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) que destaca el grave peligro del calentamiento global y, por tanto, el aumento del riesgo de extinción.
 
Los rusos se han sentido amenazados desde hace mucho tiempo, especialmente desde el fin de la Unión Soviética, y es importante recordar que, en ese momento, ellos liquidaron el Pacto de Varsovia e incluso propusieron unirse a la OTAN –ya que volvían a ser amigos como lo habían sido durante la guerra contra Alemania. “La seguridad paneuropea es un sueño”, se les respondió. La realidad es la enemistad, y Estados Unidos necesitaba un enemigo. Tener un enemigo permite protegerse de una amenaza haciéndola visible gracias a algún tipo de encarnación. Esta situación no ha hecho más que incrementarse más y más hasta hoy.[1]
 
De hecho, tenemos que remontarnos más atrás en el tiempo para encontrar los fundamentos de esta enemistad: a la Revolución de Octubre de 1917, que generó una gran amenaza –que pareció tener un fundamento real durante un corto período, pero que, de manera atenuada, persistió incluso después del final de la fase revolucionaria–, así como la enemistad contra el proletariado que estaba ligado a ella. Esta enemistad duró hasta fines del siglo pasado, cuando el proletariado desapareció y fue reemplazado por estratos sociales dominados y explotados en diversos grados. Se podría decir que, hasta hoy, más o menos inconscientemente, se culpa a los rusos de haber hecho la revolución.
 
Hemos afirmado varias veces que la especie humana trata continuamente de ponerse en guardia contra una amenaza. Esta puesta en guardia se actualiza tanto a nivel de naciones como de individuos: de ahí los diferentes conflictos que pueblan la historia. La muerte aparece como el medio de escapar de la amenaza.[2] Esta es una explicación de la intervención rusa en Ucrania, pero no una justificación. Más aún: cuanto más se lucha contra una amenaza, más se la refuerza, como muestra el caso de Rusia en lo que hace al presente y lo que viene.
 
Esta dinámica –que provoca guerras que destruyen a hombres, mujeres, pero también a la naturaleza (hecho que muchas veces queda encubierto)– aumenta el riesgo de extinción porque exalta la enemistad que es la causa esencial del calentamiento global ligada a la destrucción de la naturaleza misma. Se trata de una dinámica que no encuentra ningún obstáculo porque se sustenta en otra dinámica: la de la autonomización de la forma capital –que fue capaz de imponerse gracias a la desaparición del proletariado– expresada a través de la necesidad de una constante innovación que induce a la obsolescencia de lo producido así como de los productores no innovadores o insuficientes, generando una amenaza acompañada de una enemistad en el seno de la realidad social y económica, complementaria a la de lo superfluo de los seres humanos, contribuyendo todo ello a la creación de condiciones de vida donde “¿No es más deseable la muerte que esa vida que es una mera medida preventiva contra la muerte?” (Marx). De hecho, incluso la muerte no puede resolver nada, porque no puede abolir la cada vez más cercana víspera de la extinción. La humanidad sólo puede escapar de ella abandonando la enemistad como forma y principio de vida.
 
Jacques Camatte, 10 de marzo de 2022.

*   *   *
 

Traducción del inglés al español por Gonzalo Díaz-Letelier.


[1] Muchos documentos que prueban la validez de esta proposición están disponibles en Internet. Por otro lado, debemos mencionar el pasado nazi de Ucrania, que fue una amenaza para la URSS, ahora Rusia, pero fue igualmente una fuerza contra la Alemania nazi. Recordemos también esto: “De hecho, la crisis que llevó a la disolución de la URSS y del bloque del Este no es un fenómeno local que concierne sólo a estos países sino un fenómeno global: el fin de la oposición capital-trabajo y la evanescencia del fenómeno de la propiedad basada en la tierra; la plena eliminación de los límites al devenir del capital y la realización de un desarrollo no antagónico, no dialéctico. Más exactamente, hay una disolución del conflicto por su generalización dentro de la comunidad-sociedad del capital. Esto conmociona profundamente los cerebros de los humanos que están acostumbrados a pensar solo en términos de conflicto y polarización entre dos campos. El escenario ahora alcanzado por el capital impone a hombres y mujeres la necesidad de vivir sin enemigos, lo que socava todas sus representaciones y causa el actual desconcierto, que corre el riesgo de ser sólo transitorio porque los enemigos se transforman en competidores, en verdaderos actores capitalistas. Se necesita algún tiempo para eliminar las viejas representaciones” (Epílogo al «Manifiesto comunista de 1848», escrito en 1991).
[2] Cfr. la consigna franquista: ¡Viva la muerte!


sábado, 28 de mayo de 2022

Gonzalo Díaz-Letelier - Anarché

 



ANARCHÉ


Gonzalo Díaz-Letelier

University of California Riverside

 

  

I want to start by saying that I am very happy to participate in this panel for the first time, and thank the organizers for the great work they have done during these three days. Now I am going to approach the concept of anarché in a non-exhaustive way, of course, but rather in an exploratory way, trying to approach the question of the access to the question in terms of the paradoxical temporality that is at stake here.[1]

            Salmon is a fish that, once in its life, goes on an amazing journey. The salmon (depending on the species) spend about one to five years in the open ocean, where they gradually become sexually mature. The adult salmon, then, returns to its natal streams to spawn. The main reason salmon swim upstream is to ensure the survival of their offspring –marine biologists use to say. But, please, why am I talking about salmon if we came here to talk about ontological anarchy? I evoke here the figure of the salmon –that fish that swims upstream to ensure the continuity of its reproduction–, I do it because it allows us to clarify something that not only prevents us from accessing the question of anarché, but also involves a misunderstanding due to habit: the vulgar conception of time. It is not, of course, a question of making a philosophical fable with the salmon, but of disarming a schematism of time that prevents us from understanding the anarché as such.

The “vulgar conception of time” –which Martin Heidegger saw predominate from Aristotle to his days, both in philosophy and science as well as in everyday life– consists in imagining time and history as a straight and progressive line, as the movement of a mighty and unitary flow –like the river that the salmon runs through, returning to its source. But I insist: the evocation of the figure of the salmon is not to make a fable to understand human issues with animal analogies, but rather a resource to get rid of a certain temporal schematism that prevents us from thinking about anarché. This schematism operates, for example, when to think about the moment in which we “go back” to a memory, to a past situation, or to our childhood, or towards the foundations of our practical and declarative behaviors, we think of something similar to the image of the salmon going back to its origin. We think of time here through an image, that is, photologically: it is a spatialization of time linked to an economy of presence, determined by a principial articulation in its unity and teleological transcendental meaning –of our biographical temporality, or of the historiographical time, or even of the life of salmon biologically represented. But history is not like a river, with its sources welling like ever-flowing streams (as it is in Saint Agustine’s thought), or with its sedimentation banks located between the mountain source and the sea (as it is in Husserl’s thought). And the anarchaeologist does not do something analogous to what a salmon does. Understanding this is elementary in order not to monumentalize “the History” in general or “the history of metaphysics” in particular.  

Husserl spoke of “going back to the origin” of our horizons of meaning: every horizon opens from a ground on which we already walk. Zurück zu den Sachen selbst (to back to the things themselves) is a necessary philosophical operation, Husserl argues, because “European humanity” finds itself in the midst of a crisis in the very foundation of its eidetic activity. Let's put ourselves in the place of that humanity: we don't know where we stand, and the horizon is distressing. We need to harking back, back to the origin, back to the ground on which our recollections, relationships and projects are ordered. In this sense, “professional philosophy” does what the salmon does: it “returns to the origin” and thus ensures the foundation of an economy of presence and the principial articulation of the coherent continuity of human praxis –its meaning. Edward Said has put this issue in relation to the question of the beginning, in the following terms. Considering what he calls the “equivalence between temporality and significance”, this is, that the hermeneutical disposition of life implies a schematicity of time, the grammar of the discursivity that guides practical and declarative behavior implies a “formal notion of beginning”:

Profoundly temporal in its manifestations, language nevertheless provides utopian space and time, the extrachronological and extrapositional functions over which its systematic determinism does not immediately seem to hold firm sway. Thus “the beginning”, belonging as often to myth as to logic, conceived of as a place in time, and treated as a root as well as an objective, remains a kind of gift inside language.[2]

There is a metaphysics of the beginning that places it as a transcendental, as a founding, dynastic and sequential exception. The effects of sovereignty and government over life displayed by this phantasmatics of the modern subject would be expressed both in Descartes’ “imperial ego” and in Husserl's “functionary of humanity ego”. Said, on the sovereign founder subject, points out that “consciousness, whether as pure universality, insurmountable generality, or eternal actuality, has the character of an imperial ego; in this view, the argument cogito ergo sum was for Valéry ‘like a clarion sounded by Descartes to summon up the powers of his ego’. / The starting point is the reflective action of the mind attending to itself, allowing itself to effect (or dream) a construction of a world whose seed totally implicates its offspring”. Remember that the main reason salmon swim upstream is to ensure the survival of their offspring –marine biologists use to say. At the other hand, on the functionary subject and his infinite profession of clarifying the hermeneutical frameworks for the government of life, Said says that “Husserl merits special attention because the nearly excessive purity of his whole philosophical project makes him the epitome of modern mind in search of absolute beginnings; he has rightly been called, in that sense, the perpetual Anfänger (the perpetual beginner)”. Such metaphysics –Said points out– puts into play a productive subject, determined in its intention, but who in turn conjures up the infancy of its animal common becoming. The subjection of the animal, the capture of infancy, would be put into work precisely in the objectification of life itself in time, as subjective imperiality over the event:

This sequence [i.e., the continuum beginning-middle-end], however, seems to be “there”, at a distance from me, whereas my own problematical situation is “here” and “now”. (…). It is my present urgency, the here and now, that will enable me to establish the sequence beginning-middle-end and to transform it from a distant object –located “there”– into the subject of my reasoning. So conceived and fashioned, time and space yield a sequence authorized by a wish for either immanent or surface significance.[3]

Erin Graff Zivin, in a critical approach to the modes of production of the subject, world and history in Latin America, has explored this question around the logical contrast between two genealogies of Latin American political thought. On the one hand she points at the tradition of Hispanic imperial reason, with its “inquisitorial logic”, archaeological, principial and identitarian, close to a conservative philological tendency that is dedicated to dig towards “the originary”. On the other hand, Graff Zivin points out the Marrano register –according to Alberto Moreiras's formula–, which refers to a series of critical anarchaeological practices against the metaphysical principiality and identitarianism, among which subalternism, deconstruction, infrapolitics and post-hegemony could be included, as well as other critical practices, of course, among which I would include, for example, a certain contemporary south American anarchic Averroism.[4] These are practices which, what they do, is open up the potency of ethical and political reflection –and they do so precisely by putting into abyss the ontotheological foundation of our ethical and political facticity, identitarian and productivistly informed.[5]      

       But, then, what would be the anarché that is at stake in the anarchaeological practice? If anarchaeological or post-foundational thought does not coincide with “professional philosophy”, this is because anarchaeology does not do what the salmon does. If the fetish of the “beginning” is myth and logic at the same time, as Said maintains, that is, if the arché is conceived as a “place in time” provided by language as an “extrachronological and extrapositional” function, the function of “a root as well as an objective” that remains as a kind of gift inside language –despite the heteroclite temporality of its manifestations–, then, anarchaeology would consist in undoing that theological and historicist fetishism by disclosing anarché in thought.

On the one hand –and this is the way of the Destruktion of the history of metaphysics that is at stake in the works of Heidegger, Schürmann, Agamben or Spanos–, disclosing anarché in thought could be, at first, taking a step back from any adaequatio made feasible in its articulation by ontotheological principiality, representational archive and civilizational militancy –of course there are steps back and stumbles forward in this list–; and learning from there to read the “hegemonic phantasms” (Reiner Schürmann would say), or “signatures”, “arcanes” (as Giorgio Agamben’s), to read them in their singularity, the singularity of the case or event. For although it has the appearance of a confrontation with a supposedly original state of “tradition”, the confrontation itself has a paradoxical temporality: by disclosing ontological anarchy into thought, it must confront its constitutive dishomogeneity –the radical alterity, the non-coincidence of any institution with itself–, and the way in which it has been reconstructed as a particular type of negative relation to a pseudo-transmission of the supposedly original state of tradition. But if philosophy itself is to be an anarchic potency, that means that philosophizing would take place in a paradoxical time that can never be identified with a chronological date –I mean, with a chronological date in the conventional historical sense. The anarchaeological reading of texts, events and conjunctures does not seek to constitute an archaeological archive in the sense of “professional philosophy”. Neither an archive of meta-historical structures, nor supreme entities nor transcendental categories. Even less in the hagiographical and canonical sense of the history of philosophy, which sometimes mirrors the history of the Saints and their Works –metaphysics of the subject and presence in its most obscene splendor. What is at stake in this anarchaeological reading would be an arché which –as Nietzsche, Foucault or Agamben insist– is not diachronically displaced into the past, but rather ensures the coherence and the synchronic comprehensibility of the system. The arché is the point of emergence of the present as futural-past, that is, the tension between an “extrachronological and extrapositional” archaeo-teleological injunction–, and the radical and turbulent heterogeneity of the present, a tension that should be perceived not as a datable “origin” in “tradition”, but rather as an immanent historical montage, at once finite and untotalizable.      

On the other hand, disclosing anarché as an existential condition of thought means deactivating the ontotheology of principial injunction (a possible way of carry out the classical phenomenological gesture of “making mention without making use”) and –to use Erin Graff Zivin’s term– carrying out misreadings of its “traces” or “specters”, in a disjointed time –since precisely the three ontotheological principles of “Western tradition”, the principles of sufficient reason, identity and non-contradiction, in their archontic dimension as mandate or injunction (arché)–, claim to make possible the seamless temporal conjunction of words and things. This is the way of the déconstruction of metaphysics that is at stake in the works of Derrida. Reader of Nietzsche, early Derrida pointed to a structure of the metaphysics of subject and presence that, through different “masks”, has operated the very history of the West as “a successive chain of determinations of the center”, and, in line with Heidegger, characterized it as a succession of Sätze vom Grund or “supreme entities” (in each case the arché, origin and command as articulating injunction of what comes to presence in its conjunction) that, as an ontotheological reason, unfolded the ordering of “the being in total” –these are expressions of Heidegger. Derrida maintains that the centralizing and totalizing metaphysical gesture aims to ensure the comprehensibility of entities in the form of a structural coherence of representability –that is, the order of words and things. Now –following Derrida–, the philosophical language of this metaphysics articulates an architecture of binary oppositions: “one of the terms always imposes itself on the other (axiologically, logically, and so on)”, generating the founding split of philosophy between the intelligible and the sensible, leaving the sensible subordinate to the intelligible. Derrida maintains that the way out of this structuring of thought does not pass through the mere “inversion” of the hierarchy of the binomial, nor through the negative work of speculative dialectics, but rather through a “textual work strategy” that consists of a gesture of “writing with two hands”: with one hand one pretends to respect the structure of binary oppositions, and with the other it is “displaced” until its extinction and closure as such. “Deconstructing –said Derrida in an interview in 1989– is both a structuralist and anti-structuralist gesture: a building, an artifact, is dismantled to outline its structures, its ribs or skeleton (...), but also, simultaneously, the ruinous precariousness of a formal structure that explained nothing, since it was neither a center, nor a principle, nor a force, nor even the general law of events” –so far, the quote of Derrida. The radicalization of the deconstructive gesture of indefinite deferral and displacement leads to the question of the différance. It does not have to do with a new “fundamental concept”, in the sense of a new metaphysical ground, transcendental meaning, or the cause of all possible differential effects –such as “something” or “someone” that produces the differences, which would be equivalent to a reinsemination of the principle of reason in its binomial “proto-cause and effect”. The différance has to do, rather, with an immanent and affirmative movement of disarticulation through the proliferation of differential “traces” and “traces of traces”.

            No institution coincides with itself. Neither the subject nor the community, neither humanity nor the other, neither language nor history. Such materiality of things –argues Kate Jenckes– marks “the radically historical nature of present life, inevitably exposed to what is coming and is always coming, both from the past and from the future, (...) opening up to an otherness that exceeds certainty and representation”.[6] In this sense, following Jenckes, it is interesting to think about what Derrida, on the one hand, points out as “two primary models of thinking about life”: the paradigms of immunity and autoimmunity, and, on the other hand, the law of iterability of excess, of an alterity that is both internal and external, singular and infinitely plural. The immune technology of the living is configured as a defense against an enemy, as protection from all alterity that threatens the organic and self-present integrity of life (“other beings, time, death, the unconscious or our own animality”). As a “universal structure of religiosity” (the expression is Derrida's), it is a technology of individuation and relationship of the living, of which expressions are found in biological life (immunity, health, defense and preservation, protection against diseases), but also appear in the economic life (property as protection from poverty and the unfamiliar, “protection from debt to others”), and also in politics (legality and legitimacy, authority and security, governability, reason of state, police and army) and, finally, in religious life (personal integrity, virtue and temptation, evil such as fault and guilt, salvation) –including, of course, the secular drifts of humanism, whose immune reverses are necropolitical racism, necroeconomic imperial geopolitics and the sacrificial cybernetics of human capital. It is about the production and safe keeping of a self, incorporated and perceived as integral, through the sacrifice or ingestion of that which threatens the economy of the same. However, Derrida simultaneously points to an autoimmune dimension of the living, which places itself in the abyss, uncovering the “membrane” or the “shield” that makes the distinction between the same and the other an essential or capitalizable definition of identity as original accumulation. In consideration of this cleavage that traverses the living –immune closure and setting in abyss–, Derrida calibrates, to think the facticity of living time, what he calls the law of iterability, according to which the self is always one and again divided by otherness,[7] that every sense of self is always traversed by an alterity that is both internal and external, singular and infinitely plural, remaining essentially “non-reappropriable, non-subjectivable, and in some way unidentifiable”. “It is in this sense –Jenckes points out– that the other is fundamentally to come (avenir) –not as a distant future or a possibility, but as that which maintains its alterity with respect to itself and presence. / Derrida's description of autoimmunity as a “sacrificial self-destruction principle that ruins the self-protection principle” means that autoimmunity sacrifices the internalizing-externalizing structure of sacrifice, performing what he calls (...) a “sacrifice of the sacrifice”.[8] Following Derrida's formulation distilled by Jenckes of self-alter-immunity, we could say that the law of iteration entails alterity as an internal and external principle of opening, interruption, deviation, transformation or collapse, and therefore implies difference as putting into abyss of all facticity of the social bond that can be archived representationally and hegemonically operationalized as a sacred and immunized form of relational life. The principle of ruin that dwells within the principle of iteration allows us, it seems to me, to explain the double movement (natura naturata et natura naturans, to put it in the Spinozian formula), undecidable movement that opens from the “lack of foundation” or anarché: not only the hegemonic principiality that propose itself as the foundation of authority to avert ontological anarchy and build its own institutions –from an empty throne, obviously–, but also the difference as undoing, revolt and putting into abyss of the popular imagination –not interpreting anarché as an ontological “lack” and a condition of debt and mimetic docility, but rather as an abysmal condition of the common potency of imagining and relationship.

Destruktion and déconstruction, two now “classic” strategies, among others contemporary drifts, that have disclosed anarché in thought. There are not only encounters between these two strategies: there are also radical disagreements, some of them until today seem unsolvable. Sergio Villalobos-Ruminott, reading Schürmann, maintains that being anarchically concerned with being, in the paradoxical sense of the temporality of anarchical thought, implies confronting with the articulating principial structures of the philosophy of history and the philosophical determination of “the real”. Metaphysics of the subject and presence, as a hegemonic phantasmatics, what it operates is a “permanent attempt to reduce the radical historicity of being from a normative injunction emanating from the principles that organize the epochs of its history”, articulating a “spatialization of temporality” –in the sense of archaeo-teleological and sovereign-sacrificial temporality. Regarding Schürmann and his strategic difference with deconstruction, Villalobos-Ruminott argues that the so-called destruction is “a particular reading economy, that is, a certain reading of the tradition and its texts, a reading that emphasizes in them the principial articulation of the sense, and not what we could call the heterogeneous game of meaning that dwells in the absent center of each text –given that this heterogeneity complexifies the main organization of meaning, awakening the counterforces and resistances that are always at work through the text and its different interpretations. These resistances, certainly, derail the conventional identification of the text with the epochal principles, perverting the philosophical “donation” of meaning, while opening the text to another donation, to another aneconomic economy, which does not occur in the continuous temporality of the tradition, nor within the margins of professional philosophy”.[9] So far, the Villalobos-Ruminott’s quote. Obviously, it is a strategy that can arouse the suspicion that the emphasis on phantasmatic hegemony obliterates heterogeneous counterforces, reinseminating metaphysical cleavage through monumentalizing. But if there is a point of convergence between Schürmann's anarchic disjunction and Derrida's différance, it is, perhaps, the post-hegemonic horizon that opens with the disclosing of anarché in thought: subtracting and displacing the common plural-singularity with respect to the principial and nomic domination, epochal-hermeneutical violence that in each case captures the practical and declarative “intentionality” in the state of a historically given metaphysical language, organized in principle. Anarchaeology would “mark” the trace, would make the arché appear through a possible montage –without reducing it representationally in vulgar time–, but at the same time “un-marking” them, as in Borges’s thought that “invents its precursors” to mark traces in the labyrinth reflected in the Spinozian lens.

         I would like to bring three brief quotes made by William Spanos, in the context of a question about “the ontological origins of Occidental imperialism”,[10] to show a trace that can be seen before diffracting in each of the texts. They are quotes from Martin Heidegger, Jacques Derrida and Edward Said.

This is Heidegger's quote, from «The Age of the World Image»: “In the planetary imperialism of technologically organized man, the subjectivism of man attains its acme (its zenith), from which point it will descend to the level of organized uniformity and there firmly establish itself. This uniformity becomes the surest instrument of total, id est, technological, rule over the earth”.

And this is Derrida’s quote, from «Structure, Sign, and Play in the Discourse of the Human Sciences»: “The center is at the center of the totality, and yet, since the center does not belong to the totality (is not part of the totality), the totality has its center elsewhere (…). The concept of centered structure is in fact the concept of a play based on a fundamental ground, a play constituted on the basis of a fundamental immobility and a reassuring certitude, which itself is beyond the reach of play. And, on the basis of this certitude, anxiety can be mastered”.

 And this is Said’s quote, from «Culture and Imperialism»: “In the expansion of the great Western empires, profit and hope of further profit were obviously tremendously important (…). But is more than that to imperialism and colonialism. There was a commitment to them over and above profit, a commitment in constant circulation and recirculation, which, on the one hand, allowed decent men and women to accept the notion that distant territories and their native peoples should be subjugated, and, on the other, replenished metropolitan energies so that these decent people could think of the imperium as a protracted, almost metaphysical obligation to rule subordinate, inferior, or less advanced peoples”.

The trace that can be seen, maybe, before diffracting in each of the texts, is the trace of arché and anarché at the same paradoxical time. And it is still urgent, and today maybe more, to think about the metaphysical foundation or arché as a technology of production of ontological debt. The “necessity” of its sacrificial cleavage rests, in any of its archaeo-teleological configurations, on the anarché or abyss of revealability of being-in-common. The anarché of the social is not a fetishization of negativity, but rather the infinite revealability of its metamorphoses and revolts, of the social non-bond and of terror (in the sense of Jacques Lezra): an occasion for the infinite testification of what does not stop arriving. Such radical un-founding in the immanence of relational life is what is conjured up by the ontologies that operate in and on it a certain type of mediation: the debt relation as a device for the control of life’s movement, and the conception of evil as “lack” (in the Platonic and Christian theology sense of dēfectus) or coefficient of deviation from what is due (this is, from perfectio in the archaeo-teleological sense). Maelström of defectiveness, expressive not-without-bound, and pure mediality, where evil is not deviation, but “what limits the potency” of each one and of all (in the expressive sense of the potentia communis elaborated by Baruch Spinoza and retraced by Gilles Deleuze). These and infinite more can be names for that abyss of revealability and relationship or anarchic potency of composition that is anarché; the ontologies of debt –be they principial and/or axiomatic, all of them sacrificial– conjure it indexically, through some kind of “revelation” or prosopopeic invention of the alterity of the other as an affirmation or negation of “the social” –religare, religio; sequitur, socius, are other names for debt, based on identity imaginaries of inclusive/exclusive unity, that is, that do not recognize that no institution coincides with itself, that otherness populates the self in many ways.



[1] This text was read at the closing panel of Political Concepts Graduate Student Conference 2022 (The New School for Social Research, New York University, University of California Riverside, Harvard University, and Duke University), organized by The New School for Research Dean's Office, NSSR Philosophy Department, NSSR Politics Department, Philosophy Student Forum & University Student Senate, held at NSSR, New York, on March 27, 2022.

[2] Said, Edward, «Beginnings. Intention and method», Basic Books Publishers, New York, 11975, p. 43.

[3] Ibidem, p. 42.

[4] Karmy, Rodrigo, «Intifada. Una topología de la imaginación popular», Ediciones Metales Pesados, Santiago de Chile, 12020.

[5] Graff Zivin, «Beyond Inquisitional Logic, or, Toward an An-archaeological Latin Americanism», in The New Centennial Review, vol. 14-1 (2014), Michigan State University Press, pp. 195-212; and «El pensar-marrano; o hacia un latinoamericanismo anarqueológico», in Castro, Rodrigo (ed.), «Poshegemonía: el final de un paradigma de la filosofía política en América Latina», Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 12015, p. 207 and ff.

[6] Jenckes, Kate, «Witnessing beyond the Human. Addressing the Alterity of the Other in Post-coup Chile and Argentina», State University of New York Press, New York, 12017, p. xiii.

[7] Derrida, “’Eating Well’, or the Calculation of the Subject”, translation French-English by Peter Connor and Avital Ronnell, en: «Points…», Standford University Press, Stanford California, 11995, p. 261; quoted by Kate Jenckes in opus cit., p. xvii.

[8] Jenckes, opus cit., p. xviii / nota 11, p. 162.

[9] Villalobos-Ruminott, Sergio, «La anarquía como fin de la metafísica. Notas sobre Reiner Schürmann (A modo de introducción - Soberanías en suspenso 2)», 2016, inédito.

[10] Spanos, William, «America’s Shadow. An Anatomy of Empire», University of Minnesota Press, Minneapolis / London, 12000.