lunes, 11 de septiembre de 2023

Gonzalo Díaz-Letelier / La revuelta y la fiesta de la primavera

 


LA REVUELTA Y LA FIESTA DE LA PRIMAVERA

Por Gonzalo Díaz-Letelier


Amo y odio el 18 de Septiembre chileno. Me inquieta también la trama ominosa en que se inscribe... 11, 18, 19. Tras las crispaciones y rituales que conmemoran el golpe mortífero del “11” (de septiembre de 1973) –el golpe que sigue pasando hasta hoy en el eco “democrático” de sus bandos– percibía que se venía la reconciliación mítica del “18”, en torno a la parrilla nacional de la fiesta familiar y las “ramadas”, con animales sacrificados y bien regados, en medio de un imaginario de paisaje, aroma y sabor hacendal. Y que, para cerrar el ciclo, sobrevenían el “19” la resaca gloriosa de las liturgias solemnes, aquella puesta en escena para la glorificación capitalina de la maquinaria necropolítica del gallardo y profesional ejército pretoriano –la “parada militar” televisada desde el popular Parque O’Higgins– y, en su pináculo, aquella otra performance televisada desde la “Catedral” de la “Plaza de Armas” de Santiago, que reclamaba la glorificación de todos los nombres del padre en el Tedeum que reúne a los prohombres de la Iglesia con los del Estado y el Capital –con el desfile de altas jerarquías eclesiásticas, autoridades políticas de gobierno, líderes empresariales; regla concentracionaria de la auctoritas.

Hasta antes del golpe de 1973 se celebraba la fiesta de la primevera en las calles de las ciudades y en los campos, como ocasión de encuentro profano que celebra la proliferación heteróclita de las formas. Y aún se sigue celebrando, transfigurada en medio de la metrópolis postcolonial y postdictatorial, en sus intersticios. Por eso me sigue gustando “el 18”. Pienso que quizás sea cosa de arrebatarles la fiesta de la primavera a los milicos, interrumpiendo su artefacto mitológico y espectacular para hacerla singular/plural y, por lo mismo, común. Profanarla, hacerla común en la potencia del uso.

La fiesta de la primavera, su proliferación heteróclita de las formas, ha sido durante doscientos años progresivamente conjurada en la privatura de un “patriotismo” cuyo imaginario no es sino el índice de un patrón de acumulación estético, de organización de la imagen que comunica políticamente la norma. Economía de la presencia reproducida primero en las escuelas de matriz estatal –en su contextura patriarcal más arcaica, centralizada y molar– y, mucho más tarde, en el tráfago telemático y global de los medios masivos de comunicación y espectáculo mercantil que hacen del “patriotismo” una dimensión molecular de identificación con el orden global del nuovo capitale.

De modo que Septiembre es un mes en Chile en el que durante cada vuelta alrededor del sol ocurre una suerte de captura de la fiesta de la primavera, su progresiva sustitución espectacular por un ritual de glorificación de “esta vida” como una obra o trabajo de muerte (work of death) –el 11 de la guerra civil y del genocidio como solución final a la desobediencia, al encuentro y clinamen proliferante de la imaginación popular; el 18 de la reconciliación nacional en la vuelta al imaginario consuetudinario colonial de la hacienda; y el 19 de la glorificación concentracionaria de todos los nombres del padre sacramentada por el clero que administra los residuos vestigiales de la teología política campante. A propósito de la captura de la fiesta profana bajo la égida de la bandera, me acuerdo de Agamben rememorando su encuentro con Heidegger en 1966: “Recuerdo que en 1966, mientras frecuentaba en Thor su seminario sobre Heráclito, le pregunté a Heidegger si había leído a Kafka. Me contestó que, de lo no mucho que había leído, había quedado impresionado sobre todo por el relato La madriguera (Der Bau). El innominado animal (topo, raposo o ser humano) protagonista del relato está obsesivamente preocupado por construir una guarida inexpugnable, que poco a poco resulta ser, por el contrario, una trampa sin salida. Pero, ¿no es precisamente esto lo que ha sucedido en el espacio político de los Estados-nación de Occidente? Las casas ('las patrias') que se han afanado en construir han resultado ser finalmente, para los 'pueblos' que debían habitarlas, no otra cosa que trampas mortales”.[1]

Si esa “trampa mortal” no fue sino la mutación de la forma soberanía, desde su configuración imperial hispana a su traducción “republicana”, la celebración de las “fiestas patrias” como celebración de la “independencia” no es sino la ritualización, mediante el sacrificio (11, 18, 19), de una transición infinita. Quizás aquí descansa el agenciamiento en que consiste la domesticación de la primavera –que es también una doma de la imaginación. Y quizás la revuelta chilena desencadenada el 18 de Octubre de 2019, “el otro 18”, no sea sino un eco de la vieja fiesta de la primavera como celebración de la proliferación heteróclita de las formas.

A propósito de la etapa de transición infinita en la que en Chile no hemos dejado de transitar, resultan sabrosas las notas de Agamben en relación con la derrota de la izquierda en las elecciones de 1994 en Italia: “(...) la derrota no fue el resultado de una batalla librada desde posiciones opuestas, sino que ésta no decidió otra cosa que a quién le tocaba poner en práctica una ideología del espectáculo, del mercado y de la empresa que era idéntica en las dos partes. (...). Lo que aquí nos interesa es sólo la evolución que se ha producido a partir de finales de los años setenta. Porque fue entonces cuando la corrupción completa de las inteligencias asumió la forma hipócrita y biempensante que hoy se llama progresismo”.[2] Quizás así también se pueda comprender el terror que genera en Chile, entre conservadores, izquierdas pedagógicas y liberales progresistas biempensantes,[3] lo que han intentado domesticar categorialmente bajo los motes de “intelectual octubrista” y “partido de la violencia”.

¡Feliz fiesta de la primavera, salud, viva la revuelta!

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[1] Agamben, Giorgio, “En este exilio. Diario italiano 1992-94”, en «Medios sin fin. Notas sobre la política», traducción del italiano al español por Antonio Gimeno, Editorial Pre-Textos, Valencia, 12001, p. 101 y ss.

[2] Ibidem.

[3] Brunner, José Joaquín, “Violencia: el desquiciamiento de la sociedad”, en El Líbero, 27 de noviembre de 2019.


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