A propósito de la publicación de la traducción
al inglés del libro de Carlo Diano, «Forma ed evento: principi per
un'interpretazione del mondo greco» (Venezia, Neri Pozza Editore, 1952), presentado
por Jacques Lezra, quien lo relee a la luz de Jean-Pierre Vernant, Gilles Deleuze
y Alain Badiou:
Translated by Timothy C. Campbell and Lia Turtas
Introduction by Jacques Lezra
Fordham University Press, New York, 2020
ISBN: 9780823287925
El artículo de Andrea Cavalletti, que aquí traduzco del italiano al español, apareció en Italia el 21 de febrero de 2021 en Il Manifesto / Quotidiano Comunista, bajo el título «Diano, dopo settant’anni il diapason della parola vibra ancora»:
https://ilmanifesto.it/diano-dopo-settantanni-il-diapason-della-parola-vibra-ancora/
* * *
Diano, después de setenta años todavía vibra el diapasón de la palabra.
Por Andrea Cavalletti
“Comprender en sus principios la lógica de la oposición que, antes de asentarse en el pensamiento reflexivo, estaba ya asentada en la religión y en el mito, significa comprender la lógica y los principios de toda la civilización griega”. Así escribía Carlo Diano en una de las primeras páginas del espléndido ensayo, escrito en 1954 y reelaborado veinte años después, «Il pensiero greco da Anassimandro agli Stoici» (publicado hoy por Bollati Boringhieri, con una introducción de Massimo Cacciari): esa oposición, que fue “denunciada en términos todavía míticos por Nietzsche” y, por lo tanto, no podía ser comprendida en los nombres “prestados” de las dos divinidades artísticas de la escultura y la música, ni en las experiencias del sueño y la ebriedad, sino a través de las categorías fenomenológicas e históricamente articuladas de la forma y el evento.
Publicado en 1952 –primero en el Giornale
Critico della Filosofia Italiana y luego como un pequeño volumen de la elegante
serie de Neri Pozza, Problemi di Critica Antichi e Moderni–, «Forma ed evento:
principi per un'interpretazione del mondo greco» ciertamente constituye el
núcleo de la aventura especulativa de Diano y representa uno de los puntos más
altos de la producción filosófica de la segunda mitad del siglo XX. Reimpreso
en 1960 y 1967, afianzado en la misma serie de su desarrollo natural con «Linee
per una fenomenologia dell’arte» (1954), este “petit livre étonnant” [librito
asombroso] (Pierre Vidal-Naquet) fue republicado más tarde por Marsilio, en
1993, con un amplio ensayo de Remo Bodei, que lo presentaba como un clásico “particularmente
apreciable frente a la cantidad de desperdicio cultural que se acumula ante
nuestros ojos desde hace tiempo”. Desde entonces, como sabemos, tal repulsiva acumulación
ha crecido hasta la desmesura y la gema devino inaccesible.
Pero ahora Bompiani está preparando las Opere (al cuidado de Francesca Diano, con ensayos de Massimo Cacciari y Silvano Tagliagambe), mientras saludamos el lanzamiento de «Form and Event. Principles for an Interpretation of the Greek Word» (traducido por Timothy C. Campbell y Lia Turtas, con introducción de Jacques Lezra, editado por Fordham University Press). Además de que el estilo inspirado de Diano, a la vez elegante y “de nerviosa sequedad” (Bodei), se presenta aquí de un modo admirable, el texto de Lezra (el autor de «Unspeakable Subjects. The Genealogy of the Event in Early Modern Europe») tiene muchos méritos: sitúa la noción de “evento” con respecto a las más recientes teorías de Deleuze y Badiou, distingue la “forma” del principio homónimo del actualismo fascista de Gentile, y la misma oposición fundamental de las otras parejas a través de las cuales los pensadores y eruditos han comprendido lo helénico [la grecità]: “mito y tragedia” (Vernant, Vidal-Naquet), “fuerza y equidad” (Simone Weil), “alma y espíritu” (Kelsen o, de otro modo, se podría agregar, Klages).
La técnica filológica adquirida al magisterio de Giorgio Pasquali fue animada en Diano por una segura inspiración filosófica –simpatéticamente epicúrea o genuinamente platónica (pensemos en las estupendas páginas, de 1970, sobre la cw`ra en el Timeo), gentiliana o extraída de la analítica de Heidegger–, pero también se nutrió de los resultados de la ciencia del mito y de las religiones (de Usener a Lévy-Bruhl, de Nilsson y Van der Leeuw) y, por último, pero no menos importante, de la teoría del Kunstwollen de Aloïs Riegl. Como decía un fraternal amigo suyo, el historiador del arte Sergio Bettini, el trabajo sobre los significados le era necesario, pero insuficiente: “había que (...) pasar de la lengua a la palabra, y (...) hacerla resonar, percutiéndola como se percute un diapasón, para sentir como vibra”, había que “traer palabras” acerca del secreto “indeducible” del arte, de frente al cual el análisis debe acometer y desistir a la vez. Y recordando a Diano, Bettini usaba el “nosotros”, reclamaba “nuestro problema”, hablaba del otro o de sí. Porque lo que hace que una obra me golpee de modo tan singular se vuelve tanto mío como para romper las propiedades del sujeto y del lenguaje. El arte, entendido en el sentido más amplio del hacer humano, es contemplable, pero a la vez vivido; es forma, visible, luminosa, pero también existencialidad, es el inefable evento de esa visión.
Estudiar y traducir eran, pues, para Diano, una sola cosa: contemplar la luciente visibilidad de la obra, y captar e intentar conjugar las muy singulares vibraciones que a veces, sin perturbar la claridad de la forma, “también pueden ser de oscuridad”, como en el triunfo de Aquiles sobre Héctor. Y para hacer inefable esa vibración, parecía como si “cantáse dentro de sí las palabras, griegas, o italianas, o francesas, lo que fueran” (de nuevo Bettini).
Fue así como desde comienzos de los años cuarenta Diano empezó a probar el diapasón de una palabra entre todas: evento, o tuvch. “Detengámonos y examinémoslo (…). La palabra es aorística, designa el hecho en el momento de su acaecer” [designa il fatto nel suo momentaneo accadere]. Lo que aparecía en Hesíodo como la personificación de la acción divina para luego desprenderse de ella, bajo la influencia de Anaxágoras, en la acepción tautológica del caso (que no se remonta a la tuvch de Zeus, sino que sucede porque sucede, sin otra causa que sí mismo); que luego desciende en la multitud para convertirse a su vez en una divinidad popular, o al fin se avecina al significado de tuvch-destino, que se aísla –con los cínicos– en la inmediatez del hecho o se inserta –para los estoicos– en un proceso cíclico, el evento no será comprensible sino como categoría fenomenológica: es contingente, particular, urgente, toca al hombre y suscita en él asombro y angustia. Suya es, pues, la esfera de los presagios, de los adivinos y los astrólogos, de la mántica o de la religiosidad babilónica que, filtrada por las categorías griegas del ser y por los sistemas de Zenón y Crisipo, podrá penetrar en el mundo latino: “Si quieres el ‘aquí y ahora’ de los estoicos, individual y total a la vez, puntual y continuo, mira las bóvedas y los arcos, donde la unidad se media en la relación, y el espacio se mueve con el tiempo, un tiempo cíclico, que abraza el mundo y lo cierra: la arquitectura de Roma”.
Pero el evento no está solo, y por tanto nunca es sólo un evento: golpea al hombre, y éste reacciona, y para dominarlo lo nombra o lo cierra, precisamente, en la forma. Así hará Aristipo, concibiendo la vida como un juego de máscaras, sombrías y mutantes, y que sin embargo “son formas: son”; y así también Epicuro: haciendo imperturbables a los dioses eterniza la forma; enseñando a los hombres la sabiduría del límite reduce su exposición a la potencia de lo desconocido. Desde la concepción de la forma como medio de placer, Diano vuelve luego a la forma como un fin en sí mismo, esto es, al sentido más griego de la realidad, separado por Platón en un cielo “donde no hay tempestades ni eventos relámpago”, aislada por Aristóteles en el Olimpo contemplativo del intelecto o en la lógica del silogismo categórico.
Y en las formas mismas la forma no deja de enfrentarse al evento, y ahora prevalece una, ora la otra –como en Homero. Las formas son cerradas y no hay relación entre ellas si no de fuerza: Aquiles es el héroe de ésta y las divinidades masculinas dominan la «Ilíada». La mediación, la técnica y la astucia son, en cambio, las armas de quienes actúan en vistas del evento, bajo la tutela de Atenea o de la “buena tuvch”, en una atmósfera de “metamorfosis y magia”, de seducciones y milagros. Y así como Aquiles muere joven, dado que la forma no muta y en la colisión con el evento se rompe, si en efecto él sólo puede ser libre de andar al encuentro con la muerte, el reflexivo y viejo héroe de la «Odisea» acaba asesinado por error por un hijo desconocido. La ira y la paciencia; el Aquiles cuadrado, escultórico, y el Ulises “pictórico”, iridiscente: la lógica de Grecia es la historia de estas dos almas que “convergen y se subliman en Sócrates”.
¿Y Diano? Fue el filósofo y filólogo de la tuvch, como escribió una vez más Bettini: supo “hundir su agudísima sonda en un punto, a menudo una sola palabra del universo lingüístico y poético de la Grecia antigua; pero desde cada uno de tales estigmas se amplió, en halos concéntricos, hasta al fin incluir todo el universo, y desde este perie;con volvía una y otra vez para dar substancia y significado a ese punto de origen”. No hay imagen más definida y feliz –o sea, más cercana, por una paradoja sólo aparente, a aquella que Diano ha ofrecido de la forma: “Una estatua griega de finales del siglo VI o de la primera mitad del siglo V (…) tiene en torno a sí un halo, como una aureola luminosa, que crea una tensión hasta el límite y al mismo tiempo la cierra y hace de la figura una cosa absoluta (...). Esa es la forma, pero no es una cosa eterna, viene del interior, del centro, y vuelve al centro”.
Traducción del italiano al español por Gonzalo Díaz-Letelier.
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