El tren del progreso y la revuelta de Octubre I:
el invernadero de la historia, la revuelta y el estado de excepción.
el invernadero de la historia, la revuelta y el estado de excepción.
Por Gonzalo Díaz
Letelier
1.- EL
INVERNADERO DE LA HISTORIA Y LA REVUELTA.
La lucha de clases, que el historiador educado en Marx
tiene siempre ante sus ojos, es una lucha por las cosas rudas y materiales, sin
las cuales no hay las finas y espirituales. No obstante, estas últimas están
presentes en la lucha de clases de otro modo que como la mera representación de
un botín que le cae en suerte al vencedor. Están vivas en esta lucha como confianza,
valentía, humor, astucia, empedernimiento, y ejercen su eficacia remontándose a
lo remoto del tiempo. Una y otra vez pondrán en cuestión cada victoria que
logren los dominadores. Tal como las flores vuelven su corola hacia el sol,
así, en virtud de un heliotropismo de secreta especie, en el invernadero del
historicismo tiende a volverse lo sido hacia el sol que empieza a despuntar en
el cielo de la historia. De ésta, la más inaparente de todas las
transformaciones, tiene que estar enterado el materialista histórico.
(Walter
Benjamin)[1]
En el invernadero
de la historia, que es donde solemos estar situados, se filtran los rayos de
una débil luz, que con pasiones alegres nos entrevera con nuestro oscuro suelo
histórico, mas abriéndonos de ahí al encuentro en lo abierto del cielo
despejado. Tal como ocurre con ese “heliotropismo de secreta especie” del que
habla Benjamin en relación con la apertura de la planta al sol, en lo abierto
del cielo, a través del erotismo de su flor, asímismo ocurre con cierta
gestualidad de lo político. Emanuele Coccia, pensando el movimiento de la vida
vegetal floral, describe una “ondulación infinita donde todo cuerpo y todo ser
no se deja anclar en ninguna parte; donde, de hecho, no existe más suelo, base estable, ground”.[2]
Heliotropismo vegetal que atiende a las heteróclitas raíces históricas de la
vida en común que le toca, aguardando a los muertos, pero labrando con pasiones
alegres la potencia de ese suelo
histórico para poder abrirse al cielo despejado de la historia. Lo profundo no es la tierra, sino lo astral,
sostiene Coccia. Lo profundo, podríamos decir, no es el fundamento –suelo,
centro, estandarte–, sino el abismo de lo común, espacio concreto en que se
multiplican las virtualidades, espacio infinito y descentrado en que prolifera
la vida pagana. Esto implica pensar el habitar
mismo en común no como el
establecimiento y normalización de una determinada tecnología de vida colectiva
–el “modelo”, por caso–, sino como potencia de transformación y multiplicación
de las virtualidades.
Pero
hoy mismo, en Chile, “copia feliz del Edén” y “oasis de estabilidad y
democracia” en el cono sur de América, estamos en estado de excepción declarado.
Primero los policías golpearon y gasearon a lxs estudiantes evasores, ahora los
militares están matando a lxs manifestantes en las calles. Un estado de
excepción declarado por el “partido del orden”, el partido donde “consensan”
todos los comensales del orden predatorio y concentracionario neoliberal, con
algunos de sus personajes celebrándolo por la televisión llevando chaleco
antibalas, otros callando desde la irrelevancia y la ignominia, otros usándolo
para apuntalar su retórica del necesario retorno al “consenso”. Un estado de
excepción declarado en función de proteger el orden económico-político, social
y cultural de un ensamble Estado/Capital bajo cuya imposición y pedagogización
espectacular vivimos hace décadas. Un estado de excepción que sirve para sacar
a los milicos a la calle a proteger un orden que fundaron la última vez que
sacaron a los milicos a la calle e incendiaron cuerpos y palacios. El estado de
excepción hace rato es regular, si no declarado. Lo que hoy se desnuda es el
núcleo dictatorial de la democracia neoliberal chilensis, el reverso distópico
de nuestra condición postcolonial y postdictatorial, el rostro ominoso del
fantasma de una larga tradición excepcionalista latinoamericana.
Si
la forma de la política predominante es excepcionalista, sacrificial y
normalizadora, entonces la apertura heliotrópica del viviente toca el instante del peligro. Ese instante en
que el peligro no se refiere tan solo a la posibilidad de seguir vivo o morir,
sino más aun, a la posibilidad de quedar o no sujeto a la condición de
“herramienta de la clase dominante”, ya sea vivo o muerto –da lo mismo, todo
capitaliza. Así, en cada tiempo “ha de hacerse el intento de ganarle de nuevo
la tradición al conformismo que está a punto de avasallarla”.[3]
En el instante del peligro, entonces, no se trata tan solo de alcanzar el botín
–o la reivindicación– que le cae en suerte al vencedor en el juego de las
fuerzas y las estrategias, sino también de dislocar la representación dominante
de la historia y abrir su cielo despejado para unos modos de relación
singular/plurales, anárquicos o democráticos. Unos modos de relacionamiento no
gubernamentalizados imperialmente, si se quiere. Pues imperial es la operación
de los sistemas que proyectan y protegen una forma de vida (auto)interpretada
como “ascendente”, mientras otros vivientes son productivizados para la
satisfacción de esa clase, o son derechamente sacrificados si molestan más que
lo que benefician a esa clase. Entonces se trataría de hacer posible una modalización de las relaciones no antropológicamente
normativa, no institucionalmente dispositiva de la vida sobre la vida.
En
ese punto la violencia constitutiva de lo político se abre de su condición
mítica o finalizada –su “arreglo a fines”– a su condición de medio puro, interruptivo
y apertural de otras formas de relacionarnos en y con el tiempo, el territorio,
el lenguaje. Las reivindicaciones que puedan surgir como demandas son
importantes (las “cosas rudas y materiales” de las que habla Benjamin, “sin
las cuales no hay las finas y espirituales”), en ello estamos concernidos, sin
duda; pero lo que la revuelta misma abre
como experiencia de la potencia común es condición anárquica de la democracia.
Se trata en este caso de la experiencia de “esa multiplicidad que permitirá
recuperar la democracia” (Alejandra Castillo),[4]
o de “la liberación de los presos en que estalló la imaginación popular y las
calles” (Rodrigo Karmy).[5]
2.- EL
CAPITALISMO INTENSIVO Y LA EVASIÓN.
(…) es a condición de no reconocer ninguna cosa dada,
ni ninguna necesidad, y al mismo tiempo a condición de renunciar a una producción del Hombre y del Mundo, que
la izquierda puede asumir su sentido (…): el lado de lo que no entrega ni
seguridad ni fundamento. El lado del mundo que viene a descubrirse simplemente
como su propio sentido, ni producible ni apropiable, sino “superando
infinitamente” todo lo que nos representamos como “sentido”.
(Jean-Luc
Nancy)[6]
El enjambre de
violencias que hacen sistema en un armatoste de violencia estructural no se
agota en las prácticas institucionalizadas de autoritarismo político,
explotación laboral, precarización por conculcación de derechos sociales, sino
que envuelve una serie de violencias promovidas en el nivel micropolítico de
las subjetividades y los relacionamientos: violencias de género, de clase,
racistas, securitarias, todas ellas violencias que permiten que el toque de queda, antes de ser decretado,
ya esté trabajando a los sujetos en sus performances cotidianas, recluidos, en
“queda” en la autoafirmación de políticas de identidad fuerte que no hacen sino
abastecer la guerra civil que nos vuelve contra los otros y contra nosotros
mismos. Predación intensiva, capitalismo intensivo. Toda esa política subsumida
en la economía del poder empresarial-militar, verdadera cascada trófica como
dicen los biólogos cuando se desencadena un fenómeno de predación intensiva en
el ámbito no humano, descansa sobre una arquitectura del poder: como ha
observado Rodrigo Karmy a propósito de la “Plaza Italia”, hacia el cielo se
eleva el edificio de la Telefónica transnacional como la altura del paraíso de
la razón neoliberal; los milicos están en la tierra territorializando ese orden
nómico con la estatua mineral del general Baquedano en el centro de la
circunvalación; y bajo la tierra, circulando tortuosamente por las líneas del
tren subterráneo, los “ciudadanos”.[7]
Pero ese poder predador no opera sólo verticalmente en el modo de la imposición político-militar (soberanía),
sino que viene largamente agenciada su introyección
(subiectum) cotidiana, escolar y
telemediática en la forma reticular y horizontal del gobierno económico de la
vida. Los otrora trabajadores han
devenido en las formas subjetivas del “consumidor”, el “recurso humano”, el
“capital humano”, el “empresario de sí mismo”, la “familia chilena”, la
“sociedad civil” y una serie de formatos circulantes del dispositivo de la persona individualista o familiarista, sacrificial,
competitiva y posesiva. El “sujeto” es así, en este modus operandi, el nombre de una invasión, de una territorialización subjetiva y relacional que
totaliza el mundo de la vida en el texto soberano de la libertad del capital
para emprender la guerra.
Entonces, frente a esta invasión, aparece la evasión como cuestión. El desacato, la
interrupción del dispositivo de la deuda sistemáticamente inoculada como
hábito, como forma subalternizada y sacrificial de habitar. El tren del progreso hacia el paraíso del homo oeconomicus cultivado por la razón
neoliberal chilensis parece haber descarrilado y sus vagones aparecen
inflamados en el loop de los plasmas
de cada living. Entonces, frente a
esta invasión, aparece la evasión como cuestión. Evadir no sólo el
torniquete de la circulación reglada metropolitanamente,
en el desborde de la desesperación y el coraje de la rebelión, sino evadir la norma antropológica que el orden
neoliberal, mediante sus agenciamientos de individualización moral, en la forma
del gobierno económico de la vida, totaliza políticamente. Evadir,
interrumpir y desactivar, desobrar y dislocar, incendiar el dispositivo de la
persona, ese torniquete por el que tenemos que pasar todos los días hábiles e
incluso los festivos, para resarcir con la gloria de la obediencia la culpa o
deuda originaria con que afrontamos la promesa del paraíso. Evadir la privatura autoritaria del mundo
para hacer mundo en común.
3.- EL
18 DE OCTUBRE DE 2019.
En la narración
histórica las imágenes nunca calzan. Se ha comparado la revuelta de este 18 de
Octubre de 2019 con la “revuelta de la chaucha” de 1949. La figura: la
explosión social y el estado de excepción como respuesta. El registro
fotográfico muestra las “micros” volcadas por las turbulencias del Chile de
1949, particularmente el 16 y 17 de Agosto de ese año en Santiago. La revuelta
detonó, como la de hoy, contra el alza del transporte público: en aquel
entonces una chaucha –nombre popular
de los 20 centavos de peso–, alza que implicaba prácticamente para los
trabajadores optar por no comer para poder pagar el transporte, dada la
ridícula proporción –al igual que hoy– entre el ingreso mínimo y el valor del
pasaje. Desesperación y rabia, en un contexto que se componía en medio del
gobierno de Gabriel González Videla, con un 56 % de pobreza urbana y un tercio
de indigencia en Santiago, y que a la sazón había proscrito desde el ejecutivo al
Partido Comunista invocando la Ley 8987 de Defensa Permanente de la Democracia,
la “ley maldita”, solicitando al Congreso Nacional poderes especiales para “controlar
la agitación comunista” que se expresaba en el movimiento sindical. Iniciada
por los estudiantes contra el alza de la micro en una chaucha, los trabajadores
volcaron buses, autos y postes de luz, interrumpiendo el flujo de la máquina,
deteniendo la ciudad, provocando su disfuncionalidad económica. El gobierno de
González Videla respondió con una violencia represiva policial que ya detonada
dejó ocho muertos y cientos de heridos. En esa ocasión el alza de la micro en
una chaucha fue el detonante de una explosión social que daba cuenta de años de
violencia estructural, de autoritarismo cultural y político,
de explotación económica. Los efectos de la revuelta en términos de las virtualidades
políticas que se abrieron fueron la creación del Comité Unido de Obreros
(antecedente de la Central Unitaria de Trabajadores) y la rebaja de los pasajes
de transporte público para escolares, pero ante todo la experiencia de una
insurrección popular frente a la violencia de las oligarquías.
La
tierra ha dado hoy dos giros sobre sí desde el inicio de la insurrección
popular de este 18 de Octubre y el presidente Sebastián Piñera acaba de declarar
que “estamos en guerra”, contrabandeando discursivamente –en ese “estamos” que
parece tan transparente– una “comunidad” que se define contra los
enemigos-delincuentes que desafían el texto soberano en su autoridad
autoafirmativa y su propiedad concentracionaria. El soberano, en un gesto
ridículo y terrible a la vez, enuncia la comunidad sobre la base de un estado
de excepción. Estado de excepción en el grado de “estado de emergencia”, según
el Artículo 42 de la Constitución, que otorga poderes excepcionales a los
militares en la calle para ejercer (exercitus)
la violencia conservadora de derecho “en caso de grave alteración del orden
público o de grave daño para la seguridad de la Nación”. El derecho como
violencia soberana, como proposición violenta del fundamento y gestión
comisarial del orden.
Respecto
de las motivaciones de la revuelta desencadenada, aludiendo particularmente al
alza del transporte –que no es causa sino gota que rebalsa el vaso–, el
gobierno de Piñera ha sostenido, con un candor de tonelaje, que esta medida no constituye una decisión política, sino la
de un “panel de expertos”. Una decisión automatizada por el cálculo
económico de unos expertos descarnados que anuncian con los ojos en blanco las
cifras que definen los contornos del aparato automatizado de gobernanza. Lo
celestialmente neutral de la decisión “técnica” contrasta ominosamente, sin
embargo, con la violencia del gesto de un presidente evasor y represor. Una
figura soberana ridícula, que ha evadido la justicia por delitos económicos
gracias a sus nexos con el pinochetismo en los años grises de la dictadura, que
además ha evadido el pago de impuestos y contribuciones por décadas, y que desde
“la más alta magistratura” declara hoy el estado de excepción sacando a los
militares a la calle a matar porque los estudiantes pusieron en juego la
performance política de la evasión del pago del Metro. Un soberano ridículo que
hace eco de la misma doctrina sacrificial que su símil ecuatoriano, Lenín
Moreno, ha puesto de manifiesto hace unos días en medio de una puesta en escena
análoga: la doctrina que reza que la “dignidad del Estado” está por encima de
“unas cuantas vidas” –donde tal “dignidad” del Estado no nombra otra cosa que
la autoridad obedecida y la defensa eficiente del patrón de acumulación de una
oligarquía local y transnacional de talante absolutamente rapaz.
La
de hoy es una revuelta popular desmarcada de cualquier vanguardia universitaria.
Tales vanguardias fueron el sello iluminista de las revueltas estudiantiles del
2011, cuya deriva se tramitó en marchas
autorizadas, alegres y pacíficas, que apenas afectaron la normalidad
funcional del régimen y que en lo sucesivo terminaron siendo un factor de desorden
enteramente administrado; sin embargo, en cuanto manifestaciones, las revueltas estudiantiles del 2011 sacaron a la
luz las fisuras del sistema, la violencia estructural de un “modelo” que es
obra y legado de la dictadura y que fue administrado y consolidado por la
Concertación transitológica. Con
ello, los “pingüinos”, los universitarios y los trabajadores suscitaron nuevamente el coraje y los
encuentros necesarios para avivar la potencia común de la imaginación. Desde
entonces, lo que comenzó a arder lentamente fue el vagón VIP del tren del progreso,
donde se cocinan los acuerdos del "consenso" postdictatorial. Eso es
lo que hoy arde, le hegemonía que, una vez que termina hecha ceniza en el fuego
de la revuelta imaginal, hay que suplementar soberanamente con la violencia
necropolítica más arcóntica.
Este
18 de Octubre las acciones estudiantiles de evasión en el Metro fueron seguidas
por escaramuzas con la policía –cuando los trabajadores vieron que la policía
golpeaba a los estudiantes–, barricadas en las avenidas, el incendio de varias
estaciones del tren urbano, además de buses, sucursales bancarias y edificios
corporativos. La columna vertebral del sistema de transporte y circulación del precariato fue destruida y la metrópolis
parece una máquina descompuesta, trancada. Desde el gobierno se declara
jurídicamente estado de excepción y
mediáticamente un estado de guerra y
se lanza al ejército contra quienes desafíen la autoridad del poder
político-militar y empresarial, en orden a que la gente “vuelva a la normalidad”,
para restablecer la gobernabilidad y el
recto funcionamiento de “la ciudad” y “la población”, una vez neutralizado
el ubicuo “enemigo” –que pueden ser “violentistas” y “delincuentes” chilenos, o
tal vez “invasores” o “extranjeros comunistas” enviados por el gobierno venezolano,
para citar un par de las figuraciones que más se echan a circular. A nivel
molecular se ha estimulado a un sector reaccionario de la población que aparece
dispuesto a defender el orden –capitalizando el fetiche del “chaleco amarillo”
como “autodefensa”–, proyectando un terrorismo mediático que, a la vez que
infunde el miedo a la delincuencia, la invasión extranjera y el
desabastecimiento, criminaliza la protesta social como ataque irracional de los
“violentistas” a “la ciudadanía”.
[1] Walter
Benjamin, «La dialéctica en suspenso.
Fragmentos sobre historia», fragmento IV, traducción del alemán al español
por Pablo Oyarzún, Ediciones Universidad ARCIS / LOM, Santiago, 12009,
pp. 49-50.
[2]
Emanuele Coccia, «La vida de las plantas. Una
metafísica de la mixtura», traducción del francés al español por Gabriela
Milone, Ediciones Miño y Dávila, Buenos Aires, 12017, p. 94.
[3]
Benjamin, opus cit., 51.
[4]
Alejandra Castillo, «La guerra
contra los pobres», en El Desconcierto, Santiago, 19 de Octubre
de 2019.
[5]
Rodrigo Karmy, «A la superficie: 18 de octubre de
2019», en El Desconcierto, Santiago, 19 de Octubre de 2019.
[6] Jean-Luc
Nancy, «Izquierda/Derecha»,
traducción del francés al español por Felipe Kong, inédita.
[7] Karmy,
artículo cit., s/p.
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