martes, 22 de octubre de 2019

Gonzalo Díaz Letelier - El tren del progreso y la revuelta de Octubre II.






El tren del progreso y la revuelta de Octubre II: 
Woodbury y la violencia de la comunidad.

Por Gonzalo Díaz Letelier


4.- WOODBURY.  

En todo esto se ha tratado de territorios: que un imperio no vea jamás esconderse el sol sobre sus tierras o bien que una baronía tenga una extensión de cuatro cantones, lo importante es que hay territorio, circunscripción, y por ende obediencia a la autoridad que reina sobre este territorio. La importancia del territorio está en su extensión, claramente, pero esta extensión por sí misma, y los esfuerzos para incrementarla, se valen ante todo, de manera eminente (para retomar un término del derecho antiguo), a su correlación en todos los puntos a una autoridad dada, sea cual sea su origen (mito, conquista, vasallaje, casi siempre todo a la vez). / (…). Ahora bien, simplificando mucho, como es necesario hacer a veces, se puede decir que a la derecha se encontraban aquellos que adherían enteramente al modelo de territorio provisto por su autoridad. La “derecha” ha permanecido hasta ahora fiel a eso que la califica como el “lado honorífico”. / (…). La derecha, sea cual sea su especie, no tiende primeramente al poder y al orden. Ella lo hace porque su pensamiento mismo está estructurado por un orden imponente (natural, religioso, poco importa) que se impone por sí mismo. La derecha no es solamente aquella que quiere el orden, la seguridad y el respeto tanto de las leyes como de las costumbres. (…). Se podría decir: la derecha implica una metafísica –o como se quiera, una mitología, una ideología– de algo dado, absoluta y primordialmente dado respecto a lo cual nada o muy poco puede cambiarse en lo esencial. La izquierda implica lo inverso: que esto puede y debe cambiarse.   

(Jean-Luc Nancy)[8] 

La declaración del estado de excepción sitúa a Piñera como un agente del ensamble entre Estado y capital que repite hoy el gesto del dictador Pinochet, desplegando abiertamente la defensa armada de la propiedad privada de las corporaciones frente a la rebelión popular contra la dominación política y la explotación económica, la conculcación de derechos sociales y la devastación de ambientes y modos de habitar.

Desde la irrupción de la revuelta del 18 de Octubre, en las calles de Santiago –y ahora en diversos lugares a lo largo del país– conviven el encuentro entusiasta y festivo en la rebelión con el horror y la tristeza por quienes han caído desde que se declarara el estado de excepción y salieran los militares a las calles. Pero también ha ocurrido que el gobierno ha incidido en las dinámicas territoriales de la población implementando una vieja táctica de auto-inmunización: situar discursivamente el conflicto entre la “gente de buena voluntad” y los “bandidos”; producir “caos” mediante montajes donde se involucran turbiamente el lumpen mercenario y policías de civil en ataques incendiarios y saqueos; propagar mediáticamente el miedo a la invasión del comunismo internacional, el vandalismo del enemigo interno y el desabastecimiento (el corte de suministros como vieja táctica de “guerra psicológica”), resultando de todo ello un cuadro de “destrucción del país” frente al cual, tras unos días de agobio, la población vería el desate de la acción militar mortífera como una situación límite necesaria para la “salvación del país” y la restauración del orden –legitimando así de paso el trabajo de muerte de los policías y militares que van arrancando a sangre y fuego la maleza del jardín del Edén chilensis.

La ejecución de este conjunto de estrategias devela, una vez más, que el orden en el que vivimos es una obra de muerte que requiere de una base social que lo apoye. El soberano, para ejercer el poder en sentido descendente, requiere del movimiento ascendente de la obediencia de “la parte normal” de la sociedad.[9] Sólo así puede efectivamente criminalizar la protesta social, esa “parte maldita” del cuerpo social, como un ataque irracional de los “violentistas” a “la ciudadanía”. Contra esa enfermedad –la desobediencia como enfermedad del cuerpo social (Hobbes)–, puede el orden del texto soberano inmunitariamente incorporarse y adoptar vida psíquica en la base social de sus “autodefensas” –hoy uniformadas, como toda fuerza de orden, en este caso adoptando la estética de los “chalecos amarillos”. En comunas del sur de Santiago, particularmente en sectores de lo que se da en llamar “clase media emergente”, grupos importantes de vecinos se han uniformado, armado y atrincherado en sus condominios y pasajes cerrados con vallas hechizas para defender a “la comunidad” y su propiedad de los “bandidos” que amenazan con aparecer como hordas en medio de un apocalipsis zombi. Acá por lo menos nunca llegaron, y los vecinos convertidos en policías sólo se dedicaron a fanfarronear entre ellos, vociferando cómo les darían un correctivo a los bandidos con sus bates de béisbol. En cualquier caso esto no es baladí, pues las ovejas del rebaño que se sitúan rectamente, esto es, a la derecha del Dios-Padre, repiten un gesto muy antiguo: Jean-Luc Nancy ha apuntado por ahí a que “(…) el hecho de encontrarse a la derecha de una persona de importancia tiene desde antaño un valor simbólico; desde la Biblia hasta los protocolos de las cenas privadas se puede señalar ese rasgo”.[10] El gobierno de Piñera, al ver tambalear los pilares del orden neoliberal, deja de ser el típico sujeto neoliberal calculador y flexible del capitalismo tardío como religión sin dogma, y retrocede situándose en una posición de derecha prácticamente feudal: en el feudalismo no había “izquierda”, pues quienes no mostraban su fidelidad pasaban a ser considerados inmediatamente como la enfermedad satánica del cuerpo social –desobediencia y soberbia, transgresión del orden divino-natural de las cosas, tendencia al no-ser.     

            Hay una serie norteamericana de televisión llamada «The Walking Dead».[11] Es un filme interesante toda vez que el apocalipsis zombi que inaugura en el relato un tiempo de caos post-estatal da lugar a la formación de diversos y más o menos creativos tipos de comunidades y estrategias de sobrevida. Hay comunidades de hippies que devinieron caníbales, hordas de lumpen nómade, entre muchas otras formas. Pero hay una que quisiera destacar: la comunidad de Woodbury. Se trata de un pequeño pueblo ubicado en el condado de Georgia, que tras el advenimiento de los muertos vivientes se organizó como un refugio seguro para una comunidad dirigida por un benevolente dictador (el “Gobernador”) que provee estabilidad y normalidad a los sobrevivientes que logran llegar hasta ella y se acogen a su orden. La comunidad se rodea por una valla construida con vehículos en desuso, alambres de púa, neumáticos y tablones de madera, custodiada por vecinos-guardias armados que protegen al pueblo de los “mordedores” que se acercan amenazando su seguridad. La comunidad de Woodbury también se despliega ocasionalmente en la forma de la movilización total contra otros grupos de gente asentada en las cercanías del pueblo, autoafirmando al “nosotros” de la comunidad contra los “otros”, definiéndose por contraste con los “otros”, frente a los cuales habría que inmunizarse para mantener la seguridad del territorio y la población. ¿No son tales vallas hechizas y la movilización total contra los otros, bajo la égida de un dictador benevolente y garante de estabilidad y normalidad, todos ellos elementos presentes en las dinámicas de “autodefensa” promovidas frente a la protesta social criminalizada? ¿No es acaso Piñera una suerte de dictadorzuelo que intenta convertir a Chile entero en algo así como Woodbury? ¿No es la democracia neoliberal de Piñera un tinglado espectacular que descansa sobre la lógica dictatorial de una guerra mortíferamente predatoria y mortíferamente “pacificadora” contra el común de los mortales que no se acoge a la norma antropológica de una vida que se autointerpreta como ascendente?

Woodbury está ardiendo. Y el Gobernador, en lugar de devolver los militares a los cuarteles y abrirse a la virtualidad política de este momentum, ha estado sacando más militares a las calles y con más intensidad asesina. El fuego de la imaginación y del coraje popular ha comenzado a destruir el tinglado de la gobernabilidad del orden neoliberal que intentan sostener los “Gobernadores” del hemisferio –Donald Trump, Jair Bolsonaro, Aldo Duque, Lenín Moreno, Sebastián Piñera, Mauricio Macri y todos los avatares que les han precedido y que les sobrevendrán. El fuego de la revuelta no deja de arder. La revuelta como insurrección en las calles, pero asimismo la revuelta de la imaginación como potencia común de hacer mundo, la revuelta del pensamiento como rebelión contra la concepción lineal, monológica, monocrónica, evolutiva y sacrificial de la historia, y contra todo sueño antropológico inseminado teológicamente. En una entrevista con Gerardo Muñoz, Giorgio Agamben invitaba a pensar “la relación comunitaria entre un elemento anómico o anárquico y un elemento nómico e institucional. La posibilidad de una política justa depende de esta dialéctica musical entre estos dos elementos”. Y más adelante sostenía que “nuestras sociedades necesitan un polo destituyente y anómico para contrarrestar la carrera ciega de la burocracia tecnológica hacia el futuro”.[12]

 Mientras el fuego aún arda, quedará por pensar otros modos de poner en juego la revuelta, la vida en común y la relación misma entre vida y forma –quizás éste sea el problema metafísico-político fundamental. Pero no sólo pensando las derivas revolucionarias en sus momentos destituyentes, sino también lo que puedan ser otros modos de poner en práctica la potencia común constituyente y las instituciones.     




[8] Jean-Luc Nancy, opus cit., s/p.
[9] Georges Bataille, «El Estado y el problema del fascismo», traducción del francés al español por Pilar Guillem, Editorial Pre-Textos / Universidad de Murcia, Valencia, 11993.
[10] Jean-Luc Nancy, opus cit., s/p.
[11] «The Walking Dead», producida y transmitida por la cadena norteamericana AMC desde 2010.
[12] Giorgio Agamben, “Los modos están en Dios”, entrevista con Gerardo Muñoz, en Revista Papel Máquina, n° 12 (diciembre 2018), pp. 112-113.

lunes, 21 de octubre de 2019

Gonzalo Díaz Letelier - El tren del progreso y la revuelta de Octubre I.





El tren del progreso y la revuelta de Octubre I: 
el invernadero de la historia, la revuelta y el estado de excepción.

Por Gonzalo Díaz Letelier


1.- EL INVERNADERO DE LA HISTORIA Y LA REVUELTA.

La lucha de clases, que el historiador educado en Marx tiene siempre ante sus ojos, es una lucha por las cosas rudas y materiales, sin las cuales no hay las finas y espirituales. No obstante, estas últimas están presentes en la lucha de clases de otro modo que como la mera representación de un botín que le cae en suerte al vencedor. Están vivas en esta lucha como confianza, valentía, humor, astucia, empedernimiento, y ejercen su eficacia remontándose a lo remoto del tiempo. Una y otra vez pondrán en cuestión cada victoria que logren los dominadores. Tal como las flores vuelven su corola hacia el sol, así, en virtud de un heliotropismo de secreta especie, en el invernadero del historicismo tiende a volverse lo sido hacia el sol que empieza a despuntar en el cielo de la historia. De ésta, la más inaparente de todas las transformaciones, tiene que estar enterado el materialista histórico.

(Walter Benjamin)[1] 

En el invernadero de la historia, que es donde solemos estar situados, se filtran los rayos de una débil luz, que con pasiones alegres nos entrevera con nuestro oscuro suelo histórico, mas abriéndonos de ahí al encuentro en lo abierto del cielo despejado. Tal como ocurre con ese “heliotropismo de secreta especie” del que habla Benjamin en relación con la apertura de la planta al sol, en lo abierto del cielo, a través del erotismo de su flor, asímismo ocurre con cierta gestualidad de lo político. Emanuele Coccia, pensando el movimiento de la vida vegetal floral, describe una “ondulación infinita donde todo cuerpo y todo ser no se deja anclar en ninguna parte; donde, de hecho, no existe más suelo, base estable, ground”.[2] Heliotropismo vegetal que atiende a las heteróclitas raíces históricas de la vida en común que le toca, aguardando a los muertos, pero labrando con pasiones alegres la potencia de ese suelo histórico para poder abrirse al cielo despejado de la historia. Lo profundo no es la tierra, sino lo astral, sostiene Coccia. Lo profundo, podríamos decir, no es el fundamento –suelo, centro, estandarte–, sino el abismo de lo común, espacio concreto en que se multiplican las virtualidades, espacio infinito y descentrado en que prolifera la vida pagana. Esto implica pensar el habitar mismo en común no como el establecimiento y normalización de una determinada tecnología de vida colectiva –el “modelo”, por caso–, sino como potencia de transformación y multiplicación de las virtualidades.

Pero hoy mismo, en Chile, “copia feliz del Edén” y “oasis de estabilidad y democracia” en el cono sur de América, estamos en estado de excepción declarado. Primero los policías golpearon y gasearon a lxs estudiantes evasores, ahora los militares están matando a lxs manifestantes en las calles. Un estado de excepción declarado por el “partido del orden”, el partido donde “consensan” todos los comensales del orden predatorio y concentracionario neoliberal, con algunos de sus personajes celebrándolo por la televisión llevando chaleco antibalas, otros callando desde la irrelevancia y la ignominia, otros usándolo para apuntalar su retórica del necesario retorno al “consenso”. Un estado de excepción declarado en función de proteger el orden económico-político, social y cultural de un ensamble Estado/Capital bajo cuya imposición y pedagogización espectacular vivimos hace décadas. Un estado de excepción que sirve para sacar a los milicos a la calle a proteger un orden que fundaron la última vez que sacaron a los milicos a la calle e incendiaron cuerpos y palacios. El estado de excepción hace rato es regular, si no declarado. Lo que hoy se desnuda es el núcleo dictatorial de la democracia neoliberal chilensis, el reverso distópico de nuestra condición postcolonial y postdictatorial, el rostro ominoso del fantasma de una larga tradición excepcionalista latinoamericana.

Si la forma de la política predominante es excepcionalista, sacrificial y normalizadora, entonces la apertura heliotrópica del viviente toca el instante del peligro. Ese instante en que el peligro no se refiere tan solo a la posibilidad de seguir vivo o morir, sino más aun, a la posibilidad de quedar o no sujeto a la condición de “herramienta de la clase dominante”, ya sea vivo o muerto –da lo mismo, todo capitaliza. Así, en cada tiempo “ha de hacerse el intento de ganarle de nuevo la tradición al conformismo que está a punto de avasallarla”.[3] En el instante del peligro, entonces, no se trata tan solo de alcanzar el botín –o la reivindicación– que le cae en suerte al vencedor en el juego de las fuerzas y las estrategias, sino también de dislocar la representación dominante de la historia y abrir su cielo despejado para unos modos de relación singular/plurales, anárquicos o democráticos. Unos modos de relacionamiento no gubernamentalizados imperialmente, si se quiere. Pues imperial es la operación de los sistemas que proyectan y protegen una forma de vida (auto)interpretada como “ascendente”, mientras otros vivientes son productivizados para la satisfacción de esa clase, o son derechamente sacrificados si molestan más que lo que benefician a esa clase. Entonces se trataría de hacer posible una modalización de las relaciones no antropológicamente normativa, no institucionalmente dispositiva de la vida sobre la vida.

En ese punto la violencia constitutiva de lo político se abre de su condición mítica o finalizada –su “arreglo a fines”– a su condición de medio puro, interruptivo y apertural de otras formas de relacionarnos en y con el tiempo, el territorio, el lenguaje. Las reivindicaciones que puedan surgir como demandas son importantes (las “cosas rudas y materiales” de las que habla Benjamin,sin las cuales no hay las finas y espirituales”), en ello estamos concernidos, sin duda; pero lo que la revuelta misma abre como experiencia de la potencia común es condición anárquica de la democracia. Se trata en este caso de la experiencia de “esa multiplicidad que permitirá recuperar la democracia” (Alejandra Castillo),[4] o de “la liberación de los presos en que estalló la imaginación popular y las calles” (Rodrigo Karmy).[5]

2.- EL CAPITALISMO INTENSIVO Y LA EVASIÓN.  

(…) es a condición de no reconocer ninguna cosa dada, ni ninguna necesidad, y al mismo tiempo a condición de renunciar a una producción del Hombre y del Mundo, que la izquierda puede asumir su sentido (…): el lado de lo que no entrega ni seguridad ni fundamento. El lado del mundo que viene a descubrirse simplemente como su propio sentido, ni producible ni apropiable, sino “superando infinitamente” todo lo que nos representamos como “sentido”.  

(Jean-Luc Nancy)[6] 

El enjambre de violencias que hacen sistema en un armatoste de violencia estructural no se agota en las prácticas institucionalizadas de autoritarismo político, explotación laboral, precarización por conculcación de derechos sociales, sino que envuelve una serie de violencias promovidas en el nivel micropolítico de las subjetividades y los relacionamientos: violencias de género, de clase, racistas, securitarias, todas ellas violencias que permiten que el toque de queda, antes de ser decretado, ya esté trabajando a los sujetos en sus performances cotidianas, recluidos, en “queda” en la autoafirmación de políticas de identidad fuerte que no hacen sino abastecer la guerra civil que nos vuelve contra los otros y contra nosotros mismos. Predación intensiva, capitalismo intensivo. Toda esa política subsumida en la economía del poder empresarial-militar, verdadera cascada trófica como dicen los biólogos cuando se desencadena un fenómeno de predación intensiva en el ámbito no humano, descansa sobre una arquitectura del poder: como ha observado Rodrigo Karmy a propósito de la “Plaza Italia”, hacia el cielo se eleva el edificio de la Telefónica transnacional como la altura del paraíso de la razón neoliberal; los milicos están en la tierra territorializando ese orden nómico con la estatua mineral del general Baquedano en el centro de la circunvalación; y bajo la tierra, circulando tortuosamente por las líneas del tren subterráneo, los “ciudadanos”.[7] Pero ese poder predador no opera sólo verticalmente en el modo de la imposición político-militar (soberanía), sino que viene largamente agenciada su introyección (subiectum) cotidiana, escolar y telemediática en la forma reticular y horizontal del gobierno económico de la vida. Los otrora trabajadores han devenido en las formas subjetivas del “consumidor”, el “recurso humano”, el “capital humano”, el “empresario de sí mismo”, la “familia chilena”, la “sociedad civil” y una serie de formatos circulantes del dispositivo de la persona individualista o familiarista, sacrificial, competitiva y posesiva. El “sujeto” es así, en este modus operandi, el nombre de una invasión, de una territorialización subjetiva y relacional que totaliza el mundo de la vida en el texto soberano de la libertad del capital para emprender la guerra.   

            Entonces, frente a esta invasión, aparece la evasión como cuestión. El desacato, la interrupción del dispositivo de la deuda sistemáticamente inoculada como hábito, como forma subalternizada y sacrificial de habitar. El tren del progreso hacia el paraíso del homo oeconomicus cultivado por la razón neoliberal chilensis parece haber descarrilado y sus vagones aparecen inflamados en el loop de los plasmas de cada living. Entonces, frente a esta invasión, aparece la evasión como cuestión. Evadir no sólo el torniquete de la circulación reglada metropolitanamente, en el desborde de la desesperación y el coraje de la rebelión, sino evadir la norma antropológica que el orden neoliberal, mediante sus agenciamientos de individualización moral, en la forma del gobierno económico de la vida, totaliza políticamente. Evadir, interrumpir y desactivar, desobrar y dislocar, incendiar el dispositivo de la persona, ese torniquete por el que tenemos que pasar todos los días hábiles e incluso los festivos, para resarcir con la gloria de la obediencia la culpa o deuda originaria con que afrontamos la promesa del paraíso. Evadir la privatura autoritaria del mundo para hacer mundo en común.      

3.- EL 18 DE OCTUBRE DE 2019.  

En la narración histórica las imágenes nunca calzan. Se ha comparado la revuelta de este 18 de Octubre de 2019 con la “revuelta de la chaucha” de 1949. La figura: la explosión social y el estado de excepción como respuesta. El registro fotográfico muestra las “micros” volcadas por las turbulencias del Chile de 1949, particularmente el 16 y 17 de Agosto de ese año en Santiago. La revuelta detonó, como la de hoy, contra el alza del transporte público: en aquel entonces una chaucha –nombre popular de los 20 centavos de peso–, alza que implicaba prácticamente para los trabajadores optar por no comer para poder pagar el transporte, dada la ridícula proporción –al igual que hoy– entre el ingreso mínimo y el valor del pasaje. Desesperación y rabia, en un contexto que se componía en medio del gobierno de Gabriel González Videla, con un 56 % de pobreza urbana y un tercio de indigencia en Santiago, y que a la sazón había proscrito desde el ejecutivo al Partido Comunista invocando la Ley 8987 de Defensa Permanente de la Democracia, la “ley maldita”, solicitando al Congreso Nacional poderes especiales para “controlar la agitación comunista” que se expresaba en el movimiento sindical. Iniciada por los estudiantes contra el alza de la micro en una chaucha, los trabajadores volcaron buses, autos y postes de luz, interrumpiendo el flujo de la máquina, deteniendo la ciudad, provocando su disfuncionalidad económica. El gobierno de González Videla respondió con una violencia represiva policial que ya detonada dejó ocho muertos y cientos de heridos. En esa ocasión el alza de la micro en una chaucha fue el detonante de una explosión social que daba cuenta de años de violencia estructural, de autoritarismo cultural y político, de explotación económica. Los efectos de la revuelta en términos de las virtualidades políticas que se abrieron fueron la creación del Comité Unido de Obreros (antecedente de la Central Unitaria de Trabajadores) y la rebaja de los pasajes de transporte público para escolares, pero ante todo la experiencia de una insurrección popular frente a la violencia de las oligarquías.         

La tierra ha dado hoy dos giros sobre sí desde el inicio de la insurrección popular de este 18 de Octubre y el presidente Sebastián Piñera acaba de declarar que “estamos en guerra”, contrabandeando discursivamente –en ese “estamos” que parece tan transparente– una “comunidad” que se define contra los enemigos-delincuentes que desafían el texto soberano en su autoridad autoafirmativa y su propiedad concentracionaria. El soberano, en un gesto ridículo y terrible a la vez, enuncia la comunidad sobre la base de un estado de excepción. Estado de excepción en el grado de “estado de emergencia”, según el Artículo 42 de la Constitución, que otorga poderes excepcionales a los militares en la calle para ejercer (exercitus) la violencia conservadora de derecho “en caso de grave alteración del orden público o de grave daño para la seguridad de la Nación”. El derecho como violencia soberana, como proposición violenta del fundamento y gestión comisarial del orden.

Respecto de las motivaciones de la revuelta desencadenada, aludiendo particularmente al alza del transporte –que no es causa sino gota que rebalsa el vaso–, el gobierno de Piñera ha sostenido, con un candor de tonelaje, que esta medida no constituye una decisión política, sino la de un “panel de expertos”. Una decisión automatizada por el cálculo económico de unos expertos descarnados que anuncian con los ojos en blanco las cifras que definen los contornos del aparato automatizado de gobernanza. Lo celestialmente neutral de la decisión “técnica” contrasta ominosamente, sin embargo, con la violencia del gesto de un presidente evasor y represor. Una figura soberana ridícula, que ha evadido la justicia por delitos económicos gracias a sus nexos con el pinochetismo en los años grises de la dictadura, que además ha evadido el pago de impuestos y contribuciones por décadas, y que desde “la más alta magistratura” declara hoy el estado de excepción sacando a los militares a la calle a matar porque los estudiantes pusieron en juego la performance política de la evasión del pago del Metro. Un soberano ridículo que hace eco de la misma doctrina sacrificial que su símil ecuatoriano, Lenín Moreno, ha puesto de manifiesto hace unos días en medio de una puesta en escena análoga: la doctrina que reza que la “dignidad del Estado” está por encima de “unas cuantas vidas” –donde tal “dignidad” del Estado no nombra otra cosa que la autoridad obedecida y la defensa eficiente del patrón de acumulación de una oligarquía local y transnacional de talante absolutamente rapaz.  

La de hoy es una revuelta popular desmarcada de cualquier vanguardia universitaria. Tales vanguardias fueron el sello iluminista de las revueltas estudiantiles del 2011, cuya deriva se tramitó en marchas autorizadas, alegres y pacíficas, que apenas afectaron la normalidad funcional del régimen y que en lo sucesivo terminaron siendo un factor de desorden enteramente administrado; sin embargo, en cuanto manifestaciones, las revueltas estudiantiles del 2011 sacaron a la luz las fisuras del sistema, la violencia estructural de un “modelo” que es obra y legado de la dictadura y que fue administrado y consolidado por la Concertación transitológica. Con ello, los “pingüinos”, los universitarios y los trabajadores suscitaron nuevamente el coraje y los encuentros necesarios para avivar la potencia común de la imaginación. Desde entonces, lo que comenzó a arder lentamente fue el vagón VIP del tren del progreso, donde se cocinan los acuerdos del "consenso" postdictatorial. Eso es lo que hoy arde, le hegemonía que, una vez que termina hecha ceniza en el fuego de la revuelta imaginal, hay que suplementar soberanamente con la violencia necropolítica más arcóntica.

Este 18 de Octubre las acciones estudiantiles de evasión en el Metro fueron seguidas por escaramuzas con la policía –cuando los trabajadores vieron que la policía golpeaba a los estudiantes–, barricadas en las avenidas, el incendio de varias estaciones del tren urbano, además de buses, sucursales bancarias y edificios corporativos. La columna vertebral del sistema de transporte y circulación del precariato fue destruida y la metrópolis parece una máquina descompuesta, trancada. Desde el gobierno se declara jurídicamente estado de excepción y mediáticamente un estado de guerra y se lanza al ejército contra quienes desafíen la autoridad del poder político-militar y empresarial, en orden a que la gente “vuelva a la normalidad”, para restablecer la gobernabilidad y el recto funcionamiento de “la ciudad” y “la población”, una vez neutralizado el ubicuo “enemigo” –que pueden ser “violentistas” y “delincuentes” chilenos, o tal vez “invasores” o “extranjeros comunistas” enviados por el gobierno venezolano, para citar un par de las figuraciones que más se echan a circular. A nivel molecular se ha estimulado a un sector reaccionario de la población que aparece dispuesto a defender el orden –capitalizando el fetiche del “chaleco amarillo” como “autodefensa”–, proyectando un terrorismo mediático que, a la vez que infunde el miedo a la delincuencia, la invasión extranjera y el desabastecimiento, criminaliza la protesta social como ataque irracional de los “violentistas” a “la ciudadanía”.



[1] Walter Benjamin, «La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre historia», fragmento IV, traducción del alemán al español por Pablo Oyarzún, Ediciones Universidad ARCIS / LOM, Santiago, 12009, pp. 49-50.
[2] Emanuele Coccia, «La vida de las plantas. Una metafísica de la mixtura», traducción del francés al español por Gabriela Milone, Ediciones Miño y Dávila, Buenos Aires, 12017, p. 94.
[3] Benjamin, opus cit., 51.
[4] Alejandra Castillo, «La guerra contra los pobres», en El Desconcierto, Santiago, 19 de Octubre de 2019.
[5] Rodrigo Karmy, «A la superficie: 18 de octubre de 2019», en El Desconcierto, Santiago, 19 de Octubre de 2019.
[6] Jean-Luc Nancy, «Izquierda/Derecha», traducción del francés al español por Felipe Kong, inédita.
[7] Karmy, artículo cit., s/p.