El siguiente artículo del periodista alemán Jakob Augstein apareció publicado en alemán el 11 de Diciembre de 2017, en el sitio electrónico de Der Spiegel, bajo el título «Trumps Jerusalem-Entscheidung»:
La
decisión de Trump: Jerusalén
Jakob
Augstein
Si bien lamentamos lo que haya de
fundamentalismo en el Islam, también entendemos cómo Occidente en las
configuraciones de Trump y Netanyahu tiene sus propios fundamentalistas: en
lugar de confiar en la fuerza de la ley, confían en el derecho del más fuerte.
Benjamin Netanyahu está de visita en
Bruselas este lunes. El Primer Ministro israelí y el Ministro de Asuntos
Exteriores se reunieron allí con los ministros de Asuntos Exteriores de la
Unión Europea. Ya programada la reunión, Netanyahu no podía esperar una
bienvenida cálida. Muchos europeos tienen un problema con la política de Israel
contra los palestinos. Después de la decisión de Donald Trump de reconocer a
Jerusalén como la capital de Israel, el aire está congelado. Sin embargo Netanyahu
no necesita preocuparse por eso. Él ya triunfó.
Hace un año apareció un artículo del
periodista francés Christophe Ayad en el periódico francés Le Monde. El titular fue “La
israelización del mundo”. El periódico Le
Monde no es antisemita, y Ayad, que encabeza la sección de política
exterior del periódico, no es antisemita. El texto no trataba sobre ninguna
conspiración judía mundial, ni tampoco sobre algún prejuzgado y
sobredimensionado poder de lobby
judío. En él se trataba, más bien, de una cierta forma de ver el mundo, de lidiar
con los conflictos y orientar políticas, una forma que Ayad, estudioso de Medioriente
en un país occidental, había observado por primera vez en Israel y que ahora se
estaba expandiendo. Me acordé de este artículo cuando se supo que Donald Trump
quiere reconocer a Jerusalén como capital de Israel: el mundo ha avanzado un
gran trecho en el camino de su israelización.
Es el camino de en lugar de confiar en
la fuerza de la ley, confiar en el derecho del más fuerte. Netanyahu encontró a
su aliado más poderoso en el presidente estadounidense Donald Trump. No es un
avasallador “lobby judío” lo que ha guiado la reciente decisión de Trump. Por
el contrario: la mayoría de los judíos estadounidenses eligieron a Hillary
Clinton. Están los evangélicos fundamentalistas, electores de Trump, a los que el
Presidente ha obsequiado la santa Jerusalén: ellos esperan ansiosamente que retorne
el Mesías, pero el juicio final presagia que eso sólo acontecerá cuando Israel
domine toda la Tierra Santa. Tal es el designio de la tradición.
Mientras nos “ilustramos” sobre las
teocracias musulmanas, nos guste o no Estados Unidos está siguiendo un
fundamentalismo populista de derecha lleno de visiones escatológicas.
Este es un signo de la crisis de
Occidente, signo que se refleja en el éxito de la derecha con sus cantos de la tradición,
la religión y el nacionalismo. Una política populista tan retrógrada ha ganado
la delantera en Israel mucho antes que los primeros signos de la crisis del
liberalismo occidental.
La socióloga israelí Eva Illouz ha
escrito al respecto y ha citado las palabras de Ayad sobre la “israelización
del mundo”. ¿Cómo se entiende esta fórmula? Ayad describió el caso de una joven
palestina. El servicio secreto israelí la había arrestado por querer matar a
israelíes con un cuchillo. Ella no se lo había contado a nadie y nadie se lo ordenado.
Pero las autoridades de seguridad israelíes lo sabían. ¿Cómo lo sabían? Lo
sabían porque –como escribe Ayad– difícilmente un ser humano en la tierra está
tan absolutamente vigilado como un palestino en Cisjordania. Algoritmos
sofisticados controlan el uso del Internet y las telecomunicaciones, y una
potente red de agentes, espías e informantes monitorea a las personas sospechosas.
“Al mismo tiempo que la cyber-vigilancia alcanza altos niveles de sofisticación
–escribió Ayad– te niegas a plantear la única pregunta realmente importante:
¿cómo llega una joven, que ni siquiera es mayor de edad, a querer matar a un
soldado o a un civil con un cuchillo, en lugar de ir a la escuela?” El gobierno
israelí se contenta con la construcción del palestino como un asesino natural,
inmutablemente inscrito en el deseo de matar judíos. De esta forma, es posible hacer
de una cuestión propiamente político –el conflicto por la tierra y el estatus
de los palestinos– en una cuestión de seguridad, de aparatos de seguridad, en
verdad: una cuestión tecnológica.
Al mismo tiempo, Israel se ha embarcado
en un conflicto irresoluble de objetivos: el país no puede ser un Estado democrático
y judío al mismo tiempo, a la vez que sin embargo les niega a los palestinos su
propio Estado.
En ninguna parte esto es más evidente
que en Jerusalén: alrededor de un tercio de los habitantes de esta “capital”
ahora reconocida por Trump no pueden participar en las elecciones nacionales,
porque no tienen la ciudadanía israelí.
De modo que Israel mostrado cómo responder
a una cuestión política con soluciones tecnológicas y de inteligencia
securitaria, y el resto de Occidente se ha puesto a la saga en pocos años. En
lo que se refiere a “nuestro” terrorismo, también ignoramos las raíces del
problema y luchamos sólo contra sus excesos. Y al igual que este pequeño país
en la periferia, nosotros también estamos atrapados en la paradoja de renunciar
a nuestros valores para defenderlos. Francia –este corazón de Europa– ahora tiene
los rasgos de un estado policial. Se levanta el estado de excepción, pero sólo
porque una gran parte de sus reglas se ha transferido a la ley general.
De esta manera Benjamin Netanyahu, quien
ha estado tristemente moldeando la política israelí durante dos décadas, es uno
de los políticos más exitosos de nuestro tiempo. Él entiende cómo usar los
temores de todo un país para su política. Y si hace unos años parecía que
Israel estaba aislado en Occidente, hoy se puede afirmar que, por el contrario,
el resto de Occidente se ha embarcado en un camino israelí.
Traducción del alemán al español: Gonzalo Díaz Letelier.
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