Judith Butler cree que estás exagerando
¿Cómo se convirtió género en una
palabra aterradora? La teórica que nos hizo hablar del tema tiene unas
respuestas. Por Jessica Bennett, New York Times, 24 de marzo de 2024.
Lo primero que hice al leer el nuevo libro de
Judith Butler, «Who's Afraid of Gender?» [Farrar, Straus and Giroux, New
York, 2024; «¿Quién teme al género?», traducción del inglés al español
por Alicia Martorell, Editorial Paidós, Barcelona, 2024], fue buscar la palabra
“fantasma”, que aparece 41 veces sólo en la introducción (significa ilusión; el
“fantasma de género”, una amenaza arraigada en el miedo y la fantasía). Lo
segundo que hice fue reírme del título, porque la respuesta a la pregunta de
quién tiene miedo al género era... bueno, ¿acaso yo? Incluso para alguien que
ha escrito sobre género y feminismo durante más de una década y que alguna vez llevó
el título de “editor de género” en este mismo periódico, hablar sobre
género hoy puede resultar tan cargado y tenso, tan politizado, tan atrapado en
una guerra de palabras que el debate, e incluso la conversación, parecen
imposibles. Quizás yo sea una lectora-objetivo del libro de Butler, en el que
la filósofa –notoriamente esotérica, ahora convertida en celebridad pop– desmonta
los modos de construcción del género como una amenaza en todo el mundo moderno:
amenaza a la seguridad nacional en Rusia; a la civilización, según el Vaticano;
a la familia tradicional “americana”; para proteger a los niños de la pedofilia
y el acoso sexual de menores, según algunos conservadores. En una sola palabra,
“género” tiene aparentemente el poder de volver loca de miedo a la gente. El
último libro de Butler llega más de tres décadas después de que su primer y más
famoso libro, «Gender Trouble» [«El género en disputa», 1990],
llevara la idea del “género como performance” a ser una idea popular. Resulta
que Butler –que ha escrito 15 libros desde entonces– nunca tuvo la intención de
volver al tema, incluso cuando se desataban las guerras culturales. Pero luego
lo político se volvió personal: Butler fue atacada físicamente en 2017 mientras
hablaba en Brasil y quemada en efigie por manifestantes que gritaban: “¡Llévate
tu ideología al infierno!”
¿Alguna vez pensaste que verías un mundo en el
que tus ideas estarían tan difundidas –y tan crispadas?
Cuando escribí «El género en disputa» era
docente [lecturer]. Estaba dando cinco clases, tratando de trabajar en
este libro que pensé que nadie leería. Aun así, sabía que no estaba hablando
sólo por mí misma; había más gente que era feminista, pero también había
lesbianas o gays o quienes intentaban descubrir el género de maneras que no
siempre eran bienvenidas. Pero hoy, la gente que tiene miedo de mis ideas es
gente que ni me lee. En otras palabras, no creo que sea a mis ideas a las que
temen. Lo suyo conlleva algo más: una especie de fantasía sobre lo que creo o sobre
quién soy.
Y, claro, no son sólo mis puntos de vista los
que están siendo caricaturizados, sino la cuestión del género en general:
estudios de género, políticas que se enfocan en el género, discriminación de
género, género y atención médica, cualquier cosa que incluya “género” es una
especie de perspectiva aterradora, al menos para algunos.
Entonces… ¿quién tiene miedo al género?
Es curioso, tengo unx amigx, unx teóricx
queer. Le dije el nombre del libro y me dijo: “¡Todos! ¡Todo el mundo tiene
miedo al género!”
Lo que está claro para mí es que hay una serie
de extrañas fantasías sobre qué es el género –lo destructivo y lo aterrador que
es– que distintas fuerzas hacen circular: Viktor Orban, Vladimir Putin, Giorgia
Meloni, Rishi Sunak, Jair Bolsonaro, Javier Milei y, por supuesto, Ron
DeSantis, Donald Trump y muchos padres y comunidades en Estados como Oklahoma,
Texas y Wyoming, que buscan aprobar una legislación que prohíba la enseñanza
del género o la referencia al género en los libros.
Obviamente, esa gente está super asustada por
la cuestión del género. La impregnan de un poder que no creo sea el suyo. Pero
también lo están las feministas que se autodenominan “críticas del género”, o
aquellas que son trans-excluyentes, o que han adoptado posiciones explícitas
contra la política trans.
¿Puedes describir qué te impulsó a volver a
este tema?
Una vez iba a Brasil a una conferencia sobre
el futuro de la democracia. Y me dijeron de antemano que había peticiones en
contra de que yo hablara, y que decidieron apuntarme porque yo sería la
“papisa”, la papa mujer, del género. No estoy muy segura de cómo llegué a tener
esa distinción, pero aparentemente la tuve. Llegué temprano al lugar y podía
escuchar a la multitud afuera. Habían construido una especie de imagen
monstruosa de mí con cuernos, que me pareció abiertamente antisemita, con ojos
rojos y una especie de mirada demoníaca, y con un bikini puesto. Onda, ¿por qué
el bikini?
Pero, en cualquier caso, una efigie de mí fue
quemada. Y eso me asustó. Y luego, cuando mi pareja y yo nos íbamos, en el
aeropuerto, nos atacaron: una mujer se me acercó con un carro de supermercado y
gritaba sobre pedofilia. No pude entender por qué.
Tú agradeces al joven que interpuso su cuerpo
entre tú y la atacante, recibiendo golpes. ¿Fue esa la primera vez que escuchaste
esa asociación con la “pedofilia”?
Había dado una charla sobre filosofía judía y
alguien en la parte de atrás dijo: “¡Quiten las manos de nuestros hijos!” Y yo
pensé, ¿qué? Más tarde descubrí que la forma en que funciona el movimiento
contra la ideología de género consiste en decir que: si derribas el tabú contra
la homosexualidad, si permites el matrimonio gay y lésbico, si permites la
reasignación de sexo, entonces te has apartado de todas las leyes de la
naturaleza que mantienen intactas las leyes de la moralidad –lo que significa
que es una caja de Pandora; que irrumpirá toda la panoplia de las perversiones.
Mientras me preparaba para entrevistarte,
recibí una alerta de noticias sobre el acuerdo “No Digas Gay” [Don’t Say Gay]
en Florida, que dice que las escuelas no pueden enseñar sobre temas L.G.B.T.Q.
desde el jardín infantil hasta octavo grado, pero aclara que se permite
discutirlos. Usted escribe que las palabras han sido “figuradas tácitamente
como reclutadoras y abusadoras”, lo que estaría detrás del esfuerzo por
eliminar este tipo de lenguaje del aula.
La enseñanza de los estudios de género, la
teoría crítica de la raza e incluso los estudios étnicos son caracterizados
habitualmente como formas de “adoctrinamiento”. Así, por ejemplo, esa mujer que
me acusaba de apoyar la pedofilia, sugiere que mi trabajo o mi enseñanza serían
un esfuerzo de “seducción” o “acoso”.
En mi experiencia como docente, la gente
discute entre sí todo el tiempo. Hay harto conflicto. Es caótico. Están
sucediendo muchas cosas –pero el adoctrinamiento no es una de ellas.
¿Qué piensas de la distorsión [warping,
deformación] del lenguaje en la izquierda?
Mi versión de la política feminista, queer y
trans-afirmativa no es una cosa policial. No creo que debamos convertirnos en
policías. Me asusta la policía. Sin embargo, pienso que mucha gente siente que
el mundo está fuera de control, y que un lugar donde pueden ejercer cierto
control es el lenguaje. Y parece que entonces entra en juego el discurso moral:
“Llámame así”, “Usa este término”, “Acordamos usar este lenguaje”. Lo que más
me gusta de lo que hacen los jóvenes –y no son sólo los jóvenes, sino que ahora
todo el mundo es joven, según yo– es la experimentación. Me encanta la
experimentación. Onda, inventemos un nuevo lenguaje. Vamos a jugar. Veamos qué
lenguaje nos hace sentir mejor con nuestras vidas. Creo que debemos tener un
poco más de compasión por el proceso de ajuste.
Quiero que nos detengamos un poco sobre las
categorías. Tú has ocupado muchas (macho, queer, mujer, no binario), aunque también
has dicho que sospechas de ellas.
Cuando escribí «El género en disputa»
solicitaba un mundo en el que pudiéramos pensar en la proliferación de géneros
más allá del binario habitual de hombre y mujer. ¿Cómo se vería eso? ¿Qué
podría ser? Entonces, cuando la gente empezó a hablar de ser “no binario”,
pensé, bueno, yo soy eso. Estaba tratando de ocupar ese espacio de ser entre
las categorías existentes [space of being
between existing categories].
¿Sigues creyendo que género es “performance”?
Después de la publicación de «El género en
disputa», en la comunidad trans hubo quienes tuvieron problemas con él. Y
vi que mi enfoque, lo que llegó a denominarse “enfoque queer” –en un sentido un
tanto irónico hacia las categorías–, para algunas personas no está bien. Hay
personas que necesitan sus categorías, que necesitan que sean correctas, y para
ellos el género no se construye ni se performa.
No todo el mundo quiere movilidad. Eso es algo
que ahora tomo en cuenta.
Pero al mismo tiempo, para mí, la
performatividad es actuar quiénes somos, tanto nuestra formación social como lo
que hemos hecho con esa formación social. Quiero decir, mis gestos: no los
inventé de la nada –hay una historia de judíos que hacen esto así y asá. Estoy
dentro de algo construido social y culturalmente. Al mismo tiempo, encuentro mi
propio camino en ello. Y siempre he sostenido que somos formados y que nos
formamos a nosotros mismos simultáneamente, y que eso es una paradoja viviente.
¿Cómo defines el género hoy?
Uff. Supongo que he revisado mi teoría del
género, pero ese no es el objetivo de este libro. Mi punto es señalar que la
“identidad de género” no es todo lo que entendemos por “género”: es una cosa
que pertenece a un grupo de cosas. Pues, aparte de una cuestión relativa a la
identidad, el género es también un marco muy importante en el derecho y en la
política, para pensar cómo se instituye la desigualdad en el mundo.
Este es tu primer libro publicado en una
editorial no académica. ¿Fue una decisión consciente?
Oh sí. Quería llegar a la gente.
Es curioso porque muchas de tus ideas
efectivamente llegan a la gente, aunque sean fragmentos de la era de Internet.
Estoy pensando, por ejemplo, en camisetas que dicen “el género es un lastre” [gender
is a drag] o “Judith Butler explicada con gatos”. Me sorprende que muchas
personas que dicen haberte leído en realidad hayan sólo leído fragmentos tuyos
en Instagram.
Bueno, no los culpo por no leer ese libro. Era
duro, difícil. Y algunas de sus oraciones son verdaderamente imperdonables.
Ojalá no haya hecho eso en «¿Quién teme al género?»
Siento que estoy más en contacto que antes con
gente que se está movilizando sobre el terreno a nivel mundial. Y eso me
agrada.
* * *
Traducción del inglés al español por Gonzalo
Díaz-Letelier. He aquí el enlace a la publicación en el New York Times, el 24 de marzo de 2024:
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