TEXTO
DE PRESENTACIÓN DEL LIBRO
(Universidad de
Chile, Facultad de Ciencias Sociales / Santiago, miércoles 2 de noviembre de
2016)
ANDRÉS
AJENS & ALEJANDRO FIELBAUM & LORENA ZUCHEL (EDITORES)
CONTRABANDOS. ESCRITURAS Y
POLÍTICAS
EN LA FRONTERA ENTRE BOLIVIA Y CHILE.
EDITORIAL COMMUNES, 2016.
259 PÁGINAS
ISBN 978-956-9830-01-3
POR GONZALO DÍAZ LETELIER
Érase una campesina
maquillada
que se hizo astronauta al
pasar la frontera
érase una pastorcita de
habla entreverada
unos sueños como trapos
lanzados a un Mar.
(Emma Villazón)[1]
En
la andanza, contrabandear la vida que
ha sido sometida al bando, allende
las fronteras, abierta o abierto a la vida de allá que ahora es mi aquí. Sólo
la vida migrante puede ser amistosa con la vida migrante. Una vida migrante
cualsea que cuida de sí, pero no como aseguramiento de un equilibrio sin
desviación, sin encuentro, y así, sin el desvío del juego al que la vida misma
nos expone aquí afuera. La vida
migrante no se dispone a la relación a partir de un texto soberano de la
imaginación que, como un trascendental apropiado en su violencia espectral,
articula el trato con el otro infamiliar. La vida migrante imagina y practica
un modo de poner en juego sus relacionamientos sin la prepotencia de la
“civilidad” fetichizada, sin la violencia de la “civilización” y su terror
formativo y sacrificial.
Este volumen colectivo, editado por Andrés
Ajens, Alejandro Fielbaum y Lorena Zuchel, recoge los trabajos presentados en
el coloquio “Fronteras, contrabandos,
migraciones”, realizado en Valparaíso en noviembre de 2014. El libro está
atravesado por las nociones de migración y frontera, y animado por la
pensabilidad y puesta en juego de otras relaciones posibles entre Chile y
Bolivia, libres de la prepotencia abastecida por los imaginarios coloniales y
postcoloniales que articulan la frontera de antagonismo entre los Estados
nacionales y sus respectivas poblaciones nacionalistas. Conflicto que no sólo
toma cuerpo en la contienda jurídica por la demanda histórico-política de una
salida de Bolivia al mar –a ese mar que Chile ha privatizado en nombre de su
elite “familiar” más tradicional–, sino también en la actual demanda del Estado
boliviano por el aprovechamiento abusivo que hace el ensamble Estado-Capital
chileno de las aguas de los ríos Silala y Lauca –aguas que la Constitución
boliviana establece como “propiedad común de la humanidad” y que, en alto
contraste, Chile apropia soberanamente para la empresa minera (estatal y
privada) y para el regadío del Valle de Azapa, en desmedro de las comunidades
del entorno fronterizo. Ahora bien, este conflicto, más acá de su expresión molar en la frontera territorial chileno-boliviana, también se expresa molecularmente en el borde sistémico erigido cual muro por las
condiciones institucionales y cotidianas hostiles que los inmigrantes
bolivianos tienen que enfrentar en Chile, producto del racismo y la xenofobia
que acompañan a la prepotencia estatal-nacional.
Siguiendo lo que los editores señalan de
partida, es interesante en lo que se refiere al ánimo del libro destacar el
modo en que la cuestión de la salida
al mar de Bolivia opera aquí como una cuestión donde todo se puede dislocar. Pues
corrientemente se escucha la consigna “mar para
Bolivia”, es decir, salida soberana al mar para cada uno de los países
contendores. Pero los editores de este volumen dislocan la cuestión,
esgrimiendo la consigna “mar con
Bolivia”, esto es: apelan a lo común,
poniendo en juego un pensamiento político
migrante que se la juega por la borradura de toda frontera soberana entre
lo propio y lo impropio. Dicho de otro modo: si el presente libro está animado
por la apertura de una suerte de política emancipatoria, la emancipación apuntaría aquí a la
apertura de lo común, de lo común que
por de pronto aparece privatizado o “clausurado” en la forma de una comunidad
nacional, que es una forma de la “propiedad privada” (Privateigentums) en el sentido más esencial pensado por Marx: comunidad
cerrada y jerárquicamente racializada, clasificada y sexualizada, atravesada en
su carne por los espectros lógicos e imaginarios que articulan la gramática
identitaria del racismo, el machismo, el clasismo y la xenofobia, por de pronto
arraigados en nuestra historicidad imperial-colonial y estatal-nacional de esta
parte del cono sur. Lo común señala
así hacia una lógica de la diferencia, lógica que interrumpe y desbarata a la
lógica del gobierno económico-político sacrificial de la vida.
En este sentido, me parece que en el libro
hay una línea de fuerza que intenta pensar más allá de las impostadas
“identidades nacionales”, e incluso más allá de la impostada “identidad
latinoamericana”, pues en ambos casos se trata de tecnologías de subjetivación
que operan, en distintos niveles molares y moleculares, como espectros
substancializados de apropiación identitaria y sacrificial de los cuerpos, como
violencia fantasmagórica que se hace carne subsumiendo a lo viviente en su
elemento, sometiendo a procesos de asimilación forzada, despojo o exterminio a
la multiplicidad heteróclita de la vida indoamericana y afroamericana. Aquí se
revela toda la problematicidad de viejas y nuevas prácticas discursivas no
desprendidas del humanismo eurocéntrico, que van desde los discursos
latinoamericanistas de impostación identitaria, como el de la “raza cósmica” del
mexicano José Vasconcelos en los años veinte, hasta la puesta en práctica
contemporánea de políticas extractivistas y represivas apuntaladas por el
gobierno boliviano en territorios indígenas andinos, en nombre de un progreso (superar el extractivismo con extractivismo) que no cuestiona el marco
económico-político occidental de corte capitalista-sacrificial, poniendo de paso así en
entredicho el proyecto pluri-nacional y pluri-económico boliviano.
Pensar más allá de este fetichismo identitario en términos sociales, políticos y económicos –y no sólo en estrechos términos culturalistas– nos desafía a pensar la posibilidad y factibilidad de un cosmopolitismo crítico,[2] un cosmopolitismo que apunte a una política de apertura y traducción que afirma la diferencia, pero sin equivalencia general.[3] Se trataría entonces de un cosmopolitismo del común diferente del cosmopolitismo liberal, pues este último, en su intento de conciliar los principios normativos de “universalidad” e “igualdad” con el del “individualismo” propio de su antropología –que no cuestiona, sino que se basa dogmáticamente en el principio de “propiedad”–, queda atado principialmente al privilegio de nuestras obligaciones hacia aquellos más “afines a nosotros” –es decir, a “nuestros” familiares, conciudadanos y compatriotas.[4] Étienne Balibar habla en su ensayo de una ciudadanía transnacional que dis-loca lo propio, en un contexto epocal que acontece como un tiempo de migraciones, pero a la vez como un tiempo en que asistimos al resurgimiento de los muros, fronteras nacionales y superfronteras supranacionales (la cerca sur-mediterránea euro/africana o “gran muralla europea”; la cerca euro/medioriental –Turquía como llave de paso, Israel/Palestina como apartheid radical de intraducibilidad–; la frontera sur de Estados Unidos, al norte y al sur de México, etc.), todo ello acompañado de las políticas de gestión económico-securitaria “de y contra” inmigrantes, además de la proliferación de ideologías y partidos “populistas de derecha” que articulan discursivamente su antagonismo no contra “los de arriba”, como en el caso de los populismos de izquierda, sino contra “los de afuera”, confundiendo las categorías políticas de extranjero y enemigo. La ciudadanía trasnacional que propone Balibar implica la desactivación del “régimen de fronteras” (que diferencia jerárquicamente la vida, desde una producción soberana del mundo)[5] para pasar a un “régimen de traducciones” (para convivir democráticamente en la diferencia, en la producción común del mundo).[6] Si el régimen identitario de fronteras supone la homologación política entre la partición amigo/enemigo y la partición ciudadano/extranjero (los “otros” como enemigos afuera de un “nosotros”, o en medio de un “nosotros”), el cosmopolitismo de la ciudadanía transnacional apuntaría más bien a la erosión del texto soberano mediante el nomadismo y la traducción, pero una traducción infinita y sin equivalencia general, y por tanto una traductibilidad diferente a la del multiculturalismo folklorizante del mercado global y sus “falsos procesos de inclusión”.
Pensar más allá de este fetichismo identitario en términos sociales, políticos y económicos –y no sólo en estrechos términos culturalistas– nos desafía a pensar la posibilidad y factibilidad de un cosmopolitismo crítico,[2] un cosmopolitismo que apunte a una política de apertura y traducción que afirma la diferencia, pero sin equivalencia general.[3] Se trataría entonces de un cosmopolitismo del común diferente del cosmopolitismo liberal, pues este último, en su intento de conciliar los principios normativos de “universalidad” e “igualdad” con el del “individualismo” propio de su antropología –que no cuestiona, sino que se basa dogmáticamente en el principio de “propiedad”–, queda atado principialmente al privilegio de nuestras obligaciones hacia aquellos más “afines a nosotros” –es decir, a “nuestros” familiares, conciudadanos y compatriotas.[4] Étienne Balibar habla en su ensayo de una ciudadanía transnacional que dis-loca lo propio, en un contexto epocal que acontece como un tiempo de migraciones, pero a la vez como un tiempo en que asistimos al resurgimiento de los muros, fronteras nacionales y superfronteras supranacionales (la cerca sur-mediterránea euro/africana o “gran muralla europea”; la cerca euro/medioriental –Turquía como llave de paso, Israel/Palestina como apartheid radical de intraducibilidad–; la frontera sur de Estados Unidos, al norte y al sur de México, etc.), todo ello acompañado de las políticas de gestión económico-securitaria “de y contra” inmigrantes, además de la proliferación de ideologías y partidos “populistas de derecha” que articulan discursivamente su antagonismo no contra “los de arriba”, como en el caso de los populismos de izquierda, sino contra “los de afuera”, confundiendo las categorías políticas de extranjero y enemigo. La ciudadanía trasnacional que propone Balibar implica la desactivación del “régimen de fronteras” (que diferencia jerárquicamente la vida, desde una producción soberana del mundo)[5] para pasar a un “régimen de traducciones” (para convivir democráticamente en la diferencia, en la producción común del mundo).[6] Si el régimen identitario de fronteras supone la homologación política entre la partición amigo/enemigo y la partición ciudadano/extranjero (los “otros” como enemigos afuera de un “nosotros”, o en medio de un “nosotros”), el cosmopolitismo de la ciudadanía transnacional apuntaría más bien a la erosión del texto soberano mediante el nomadismo y la traducción, pero una traducción infinita y sin equivalencia general, y por tanto una traductibilidad diferente a la del multiculturalismo folklorizante del mercado global y sus “falsos procesos de inclusión”.
En Chile, como señala María Emilia
Tijoux en este libro, esta violencia simbólica y material toma cuerpo con
ominosa y desapercibida violencia en la distinción
entre “inmigrante” y “extranjero”, que se expresa en la discriminación de
inmigrantes procedentes principalmente de seis países latinoamericanos con
fuerte raíz indígena y negra (los “inmigrantes” vienen de Perú, Bolivia,
Ecuador, Colombia, República Dominicana y Haití; los demás son, genéricamente,
“extranjeros”).[7]
Ahora, más allá de la imprescindible descripción sociológica de la situación de
los “inmigrantes” así dis-criminados, trabajos como los de María Emilia Tijoux,
Valentina Bulo y Alejandro De Oto[8]
insisten en la importancia de exponer genealógicamente la configuración
histórica que se condensa en la expresión contemporánea de la intencionalidad
racista chilensis que se autoafirma
performativamente como tal en su régimen de producción de lo humano. Mientras los inmigrantes buscan trabajo, residencia y
estabilidad, soportan y hacen frente a un ethos
chileno que los ve y los trata como “enemigos” –desde una
política de la partición amigo/enemigo que se define en virtud de la frontera
económica entre lo propio y lo impropio, entre lo mismo y lo otro, entre lo
familiar y lo infamiliar, entre lo seguro y lo peligroso. Las ideas y afectos
que articulan la percepción y apreciación que el chileno racista y xenófobo
tiene de los inmigrantes –orientando así el trato práctico y declarativo que se
les ofrece– son ideas y afectos que arraigan en la lógica de la fractura entre
vida ascendente y vida sacrificable, ideas y afectos que se han ido
configurando durante los últimos siglos en las texturas del imaginario colonial (desprecio y sometimiento
de “salvajes” a la esclavitud) y del imaginario
estatal-nacional (nacionalismo “blanco” y guerras interestatales y de “pacificación”
interna). La percepción de “la inmigración como problema” –con el consecuente
despojo de derechos humanos y sociales correlativo a esta percepción– se
abastece así de estigmas simbólicos (fenotípicos y culturales) y fronteras
geográficas que espacializan la cesura vital entre, por un lado, la
“civilización” y la “buena raza” estéticamente cifrada en la blanquitud, y, por otro, la “barbarie” y
“mala raza” de indígenas y negros. En suma, el libro abre la exigencia de un
inmenso trabajo reflexivo-destructivo sobre la gestación histórica en América
Latina de las lógicas e imaginarios racistas de la Colonia y el Estado-Nación,
lógicas e imaginarios que abastecen el ensamble dispositivo de los discursos
(medios de comunicación –“racismo mediático”–, ciencias humanas y sociales,
ciencias biomédicas) y las instituciones jurídicas (ley de extranjería, derecho
penal, derecho laboral), discursos e instituciones a cuya violencia la
población racistamente subjetivada da vida psíquica a nivel molecular, en el
encuentro cotidiano de los cuerpos. Pues dados el racismo y la xenofobia
articulados desde tales lógicas y gestados históricamente como disposiciones
habituales reproductibles desde tales imaginarios, los inmigrantes quedan
expuestos a discriminaciones y violencias en medio de un cuadro donde su
figura-fetiche es ya signo sobregirado de una oportunidad económica de
hiperexplotación, ya objetivo del paradigma político securitario que castiga y
segrega, o, “en el mejor de los casos”, sujetos fetichizados de una política
estetizante y folklorizante de corte culturalista –que invisibiliza y deja
incuestionadas sus condiciones de vida y muerte en el contexto de una economía
política sacrificial.
Aquí, claro está, los marcadores
identitarios de raza y nacionalidad se cruzan con los de clase y género. Pero
en cualquier caso la lógica de la
fractura tiene como ejes cruciales la clasificación
(“nosotros/ellos”) y la jerarquización
(superiores/inferiores). En el libro, María Emilia Tijoux y Valentina Bulo
junto a Alejandro De Oto insisten, por distintas vías, en una especie de “inconsciente
colonial”, remitiendo de esta manera a una perspectiva postcolonial que apunta
a la crítica de la reproducción contemporánea de las lógicas y prácticas
coloniales, traducidas históricamente en la clave de un identitarismo de corte
nacionalista, articulado por la ficción política de un “nosotros superior” a
una “alteridad inferior” –ficción que es hoy espectralmente funcional a las
nuevas gramáticas políticas y económicas del capitalismo mundializado, esa “globalización”
que no es sino imperialismo y colonialidad del capital.
Los procesos
clasificatorio/jerarquizantes de racialización
y etnificación operan así como
condiciones de posibilidad suficientes para violentar a los inmigrantes por su
“alteridad” e “inferioridad”: maltratarles, explotarles, abusarles sexualmente,
castigarles y abandonarles. La materialidad de este proceso se objetiva en
estructuras sociales –discursivas e institucionales– estructurantes de unas
subjetividades cuyo comportamiento discriminatorio y violento se suscita en
relación con los índices más o menos cruzados de alteridad racial/cultural (identidad, ideal de la comunidad pura) y desviación respecto de la moral social local –son más o menos
trabajadores, más o menos extrovertidos, más o menos disipados y calientes,
etc. (normalización, ideal de la comunidad
disciplinada).
Como ya hemos adelantado, el libro da
cuenta de algunas claves para el despliegue de una política antirracista: un posicionamiento cosmopolítico por una “ciudadanía transnacional” y la libre
movilidad: ya no el extranjero como enemigo, sino el extranjero como ciudadano:
ciudadanía común. Se trata de una
posible democratización de la ciudadanía, versus la producción soberana de la
misma en base a la partición amigo/enemigo en cualquiera de sus modulaciones.
Hace pocos días, en Santiago de Chile, hubo uno de tantos episodios cotidianos
de violencia policial contra “inmigrantes”, en este caso contra un joven
haitiano bajado a golpes del Transantiago por no pagar su pasaje, y contra un
joven venezolano que intervino para defender de la prepotencia policial al
castigado: en este caso se expresa espontáneamente una actitud y un acto
cosmopolita, pues un extranjero defiende a otro extranjero cuya “ciudadanía” se
haya violentamente negada por la discriminación racista y xenófoba de los
policías que operan la “fuerza del orden” en nombre de los antes señalados
sueños políticos de la sociedad
disciplinada y la comunidad pura.
Se trata aquí de una alianza solidaria de extranjeros en su diferencia,
constituyendo así una clase no-clase
–al modo en que Marx define al “proletariado” en la introducción a su crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Lo
mismo se expresa en el activismo de movimientos como Acción Migrante, pero como
articulación política; y otro tanto se expresa en libros como el que aquí
presentamos, que nace de la performatividad de una potencia común de
pensamiento y poesía migrantes.
Llegando al desenlace abierto del libro,
nos encontramos con un escrito de Emma Villazón que indaga el modo en que se
juega en algunos exponentes de la crítica literaria y social de la primera
mitad del siglo XX, en Bolivia, un diferendo pensante sobre la relación entre
literatura y nación.[9] La
cuestión quedaría formulada así: ¿nacionalismo o cosmopolitismo? Emma señala
destacadamente hacia una obra poética publicada en 1936 por la escritora
orureña Hilda Mundy, que lleva por título «Pirotecnia.
Ensayo miedoso de literatura ultraísta». Allí luce la figura cosmopolita de
la vida migrante a la que antes aludíamos, pero a la luz de una analogía con la
escritura: la vida como una escritura que es “atentado a la lógica”, que
desbarata toda identidad para abrirla a la rica diferencia, que “no tiene lugar
ni filiación en el campo bibliográfico”.[10] Una
vida ingobernable que cuestiona el texto soberano de la frontera que clasifica,
divide y jerarquiza a la vida soberanamente capturada. Una vida migrante que se
la juega por un “ambiente mestizo”,[11]
sin trascendental, más allá de todas las subsunciones de lo múltiple en lo uno
de “la nación”, de “lo latinoamericano” o de “lo occidental”. O como dice
Andrés Ajens, en sus palabras sobre la poesía de Emma: la vida común es “nunca
algo fijo, cerrado, sin más dado, sino cada vez (…) por venir”.[12]
En camino y llegando, como vienen los inmigrantes, y con ellos la nueva
comunidad que viene llegando y no deja de venir.
[1] Villazón, Emma, «Sonatina del otro costado» (poema), en:
Ajens, Fielbaum & Zuchel (editores), “Contrabandos.
Escrituras y políticas en la frontera entre Bolivia y Chile”, Editorial
Communes, Viña del Mar, 12016, pp. 21-22.
[2] Ajens, Andrés; Fielbaum,
Alejandro; Zuchel, Lorena, «A modo de
prólogo: Bandos y contrabandos», en: Ajens, Fielbaum & Zuchel
(editores), “Contrabandos. Escrituras y
políticas en la frontera entre Bolivia y Chile”, Editorial Communes, Viña
del Mar, 12016, p. 13 y ss.
[3] Balibar, Étienne, «Extranjeros como enemigos. Reflexiones
adicionales sobre las aporías de la ciudadanía transnacional», traducción
del francés al español por Matías Bascuñán, en: Ajens, Fielbaum & Zuchel
(editores), “Contrabandos. Escrituras y
políticas en la frontera entre Bolivia y Chile”, Editorial Communes, Viña
del Mar, 12016, p. 23 y ss.
[4] Cfr. Loewe, Daniel, «Cinco dimensiones de la ciudadanía
cosmopolita», en: Ajens, Fielbaum & Zuchel (editores), “Contrabandos. Escrituras y políticas en la
frontera entre Bolivia y Chile”, Editorial Communes, Viña del Mar, 12016, p. 87.
[5] Madrid, Alejandro, «Espacio, propiedad, soberanía», en: Ajens, Fielbaum & Zuchel (editores), “Contrabandos. Escrituras y políticas en la
frontera entre Bolivia y Chile”, Editorial Communes, Viña del Mar, 12016, p. 125 y ss.
[6] Balibar, opus cit., p. 38 y ss.
[7] Tijoux, María Emilia, «Inmigrantes en Chile: ni afuera ni adentro», en: Ajens, Fielbaum & Zuchel (editores), “Contrabandos. Escrituras y políticas en la
frontera entre Bolivia y Chile”, Editorial Communes, Viña del Mar, 12016, p. 173 y ss.
[8] Bulo, Valentina & De Oto, Alejandro, «Piel inmunda: la construcción
racial de los cuerpos», en:
Ajens, Fielbaum & Zuchel (editores), “Contrabandos.
Escrituras y políticas en la frontera entre Bolivia y Chile”, Editorial
Communes, Viña del Mar, 12016, p. 149 y ss.
[9] Villazón, Emma, «Hilda Mundy y Carlos Medinaceli: dos
escritores en conflicto. A propósito de “vanguardia” y “nación” en Bolivia», en: Ajens, Fielbaum & Zuchel (editores), “Contrabandos. Escrituras y políticas en la
frontera entre Bolivia y Chile”, Editorial Communes, Viña del Mar, 12016, p. 219 y ss.
[12] Ajens, Andrés, «Siete fechas para Emma», en: Ajens, Fielbaum & Zuchel (editores), “Contrabandos. Escrituras y políticas en la
frontera entre Bolivia y Chile”, Editorial Communes, Viña del Mar, 12016, p. 244.
Me llama la atension
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