Conferencia pronunciada en el seminario “Metropoli/Moltitudine” organizado por la Uninomade (http://www.uninomade.org/) en Venecia el sábado 11 de Noviembre de 2006.
Traducción hecha por Paolo A. desde la versión de Arianna Bove, quien
transcribió la conferencia en italiano y la tradujo al inglés.
El audio original de la conferencia en italiano puede encontrarse en http://www.generation-online.org/
Metrópolis.
Hace
muchos años, teniendo con Guy Debord una discusión que yo creía que era sobre
filosofía política, en cierto punto Guy me interrumpió y dijo: “Mira, yo no soy
un filósofo, soy un estratega”. Esta declaración me chocó, porque yo solía
verlo como un filósofo, así como me veía a mí mismo como filósofo, pero creo
que lo que quería decir era que todo pensamiento, por más “puro”, general o
abstracto que intente ser, está siempre marcado por signos históricos y
temporales, y por tanto capturado y de alguna manera comprometido en una
estrategia y en una urgencia. Digo esto porque mis consideraciones serán
claramente generales y no entraré en el tema específico de los conflictos, pero
espero que estas consideraciones generales porten la marca de una estrategia.
Quisiera
comenzar con una consideración banal de la etimología de la palabra metrópolis.
Como ustedes saben, en griego metropolis
significa Ciudad Madre y se refiere a la relación entre las ciudades y las
colonias. Los ciudadanos de una polis
que la dejaron para encontrar una colonia eran curiosamente llamados en apoikia: distanciándose/derivando fuera
del hogar y de la ciudad, que desde entonces tomaba, en relación con la
colonia, el carácter de Ciudad Madre, metrópolis. Como saben, este significado
de la palabra es todavía actual y se usa hoy para expresar la relación del
territorio metropolitano del hogar con las colonias. La primera observación
instructiva sugerida por la etimología es que el término “metrópolis” tiene una
fuerte connotación de dislocación máxima y de deshomogeneidad espacial y
política, como la que define la relación entre el Estado, o la ciudad, y las
colonias. Y esto origina una serie de dudas acerca de la idea correcta de la
metrópolis como un tejido urbano, continuo y relativamente homogéneo. Esta es
la primera consideración: la isonomía que define a la polis griega como modelo de la ciudad política está excluida de la
relación entre metrópolis y colonia, y por lo tanto el término “metrópolis”,
cuando es transpuesto para describir un tejido urbano, porta con él esta
deshomogeneidad fundamental. Así que propongo que mantengamos el término
metrópolis para algo sustancialmente otro que la ciudad –en la tradicional
concepción de la polis, es decir,
algo política y espacialmente isonómico. Sugiero reservar este término, “metrópolis”,
para designar el nuevo tejido urbano que emerge en paralelo con los procesos de
transformación que Michel Foucault ha definido como el cambio desde el poder
territorial del antiguo régimen, de la antigua soberanía, al biopoder moderno,
que es en su esencia, según Foucault, gubernamental.
Esto
quiere decir que, para entender lo que es una “metrópolis”, uno necesita
comprende el proceso por el cual el poder asume progresivamente la forma de un
gobierno de las cosas y de lo humano, o si ustedes quieren de una “economía”.
Pero economía no significa otra cosa que gobierno: en el siglo XVIII, el
gobierno de lo humano y de las cosas. La ciudad del sistema feudal del antiguo
régimen estuvo siempre en una situación de excepción respecto de los grandes
poderes territoriales, el modelo era la citta
franca, relativamente autónoma del poder de gobierno de las grandes
entidades territoriales. Entonces yo diría que la metrópolis es el dispositivo
o grupo de dispositivos que reemplaza a la ciudad cuando el poder asume la
forma de un gobierno de lo humano y de las cosas.
No
podemos adentrarnos en la complejidad de la transformación del poder en
gobierno. Como es obvio, el gobierno no es dominio y violencia, es una
configuración más compleja que atraviesa la naturaleza misma de los gobernados,
implicando así su libertad, es un poder que no es trascendente sino inmanente;
su carácter esencial es ser siempre, en su manifestación específica, un efecto
colateral, algo que recae sobre el particular a partir de una economía general.
Cuando los estrategas estadounidenses hablan de collateral damages, de efectos colaterales al bombardeo de la
ciudad iraquí, por ejemplo, hay que tomarlos literalmente: el gobierno siempre
tiene este esquema de una economía general, con efectos colaterales sobre los
particulares, sobre los sujetos.
Volviendo
a la metrópolis, mi idea es que no nos enfrentamos a un proceso de desarrollo y
crecimiento de la antigua ciudad, sino a la instauración de un nuevo paradigma
cuyo carácter debe ser analizado. Sin duda, uno de sus rasgos principales es
que hay un cambio desde el modelo de la polis
fundado en un centro, es decir, un centro público o ágora, a una nueva espacialización metropolitana que está
ciertamente investida por un proceso de des-politización, que resulta en una
extraña zona en la que es imposible decidir qué es privado y qué es público.
Michel
Foucault intentó definir algunos de los caracteres esenciales de este espacio
urbano ligado a la gubernamentalidad. Según él, hay una convergencia de dos
paradigmas que hasta el momento eran distintos: la lepra y la peste. El
paradigma de la lepra estaba claramente basado en la exclusión, requería que
los leprosos fueran “puestos fuera” de la ciudad. En este modelo, la ciudad
pura mantiene al extraño afuera, en lo que Foucault llama le grand enfermement, el gran encarcelamiento: encerrar excluyendo.
El modelo de la peste es completamente diferente y da pie a otro paradigma: cuando
la ciudad está apestada es imposible mover a las víctimas de la peste hacia
afuera. Por el contrario, se da el caso de crear un modelo de vigilancia,
control y articulación de los espacios urbanos. Estos se dividen en secciones,
dentro de cada sección cada camino se hace autónomo y puesto bajo la vigilancia
de un intendente; nadie puede salir de casa, pero todos los días los hogares
son revisados, cada habitante controlado, cuántos hay allí, si están muertos,
etc. Es un cuadriculado de territorio urbano vigilado por intendentes, médicos
y solados. Así, mientras el leproso era rechazado por un aparato de exclusión,
la víctima de la peste es encasillada, vigilada, controlada y curada a través
de una compleja red de dispositivos que dividen e individualizan, y al hacerlo
también articulan la eficacia del control y del poder.
Así
mientras que la lepra es un paradigma de sociedad excluyente, la peste es el
paradigma de lo que Foucault llama las técnicas disciplinarias, las tecnologías
que llevarán a la sociedad por una transición desde el antiguo régimen a la
sociedad disciplinaria. Según Foucault, el espacio político de la modernidad es
el resultado de la fusión de estos dos paradigmas: en cierto punto el poder
comienza a tratar al leproso como una víctima de la peste, y viceversa. En
otras palabras, se comienza a proyectar sobre el esquema de exclusión y
separación de la lepra, el esquema de vigilancia, de control, de
individualización y la articulación del poder disciplinario; de manera que se
trata de individualizar, subjetivar y corregir al leproso tratándolo como una
víctima de la peste. De este modo se crea un doble esquema, por un lado la
simple oposición binaria entre enfermo/sano, loco/normal, etc., y por otro lado
toda la complicada serie de disposiciones diferenciales de tecnologías y
dispositivos que subjetivan, individúan y controlan a los sujetos. Este es un
primer esquema útil para una definición muy general del espacio metropolitano
actual y también explica las cosas muy interesantes de las que estuvieron
hablando aquí: la imposibilidad de definir unívocamente las fronteras, las murallas,
la espacialización, porque son el resultado de la acción de este paradigma
doble: ya no una simple división binaria, sino la proyección sobre esta
división de una compleja serie de procedimientos y tecnologías articuladoras e
individualizantes.
Recuerdo
que para Génova del 2001 pensé que era un experimento tratar al centro
histórico de una vieja ciudad, todavía caracterizada por una antigua estructura
arquitectónica, ver cómo en ese centro uno podía repentinamente crear murallas,
rejas, que no sólo tenían la función de excluir y separar, sino que también
estaban allí para articular diferentes espacios e individualizar espacios y
sujetos. Este análisis que Foucault esboza sumariamente puede desarrollarse y
profundizarse más. Pero ahora quiero terminar con otra cosa y concentrarme en
un punto diferente.
He
dicho que la ciudad es un dispositivo, o un grupo de dispositivos. La teoría a
la que usted se refirió antes era la idea sumaria de que uno puede dividir la
realidad en, por un lado, los humanos y seres vivientes, y, por otro, los
dispositivos que continuamente los capturan y retienen. Sin embargo, el tercer
elemento fundamental que define un dispositivo, para Foucault también yo creo,
son los procesos de subjetivación que resultan del cuerpo a cuerpo entre el
individuo y los dispositivos. El sujeto es lo que resulta de la relación entre
lo humano y los dispositivos. No hay dispositivo sin un proceso de
subjetivación, para hablar de dispositivo tiene que haber un proceso de
subjetivación. Sujeto quiere decir dos cosas: lo que lleva a un individuo a
asumir y atarse a una individualidad y una singularidad, pero significa también
la subyugación a un poder externo. No hay proceso de subjetivación sin estos
dos aspectos: asunción de una identidad y sujeción a un poder externo.
Lo
que suele faltar, también en los movimientos, es la conciencia de esta
relación, la conciencia de que cada vez que uno asume una identidad uno también
es subyugado. Obviamente, esto también es complicado por el hecho de que los
dispositivos modernos no sólo conllevan la creación de una subjetividad, sino
también y en la misma medida, procesos de desubjetivación. Esto puede haber
sido así siempre, piensen en la confesión, que le dio forma a la subjetividad
occidental (la confesión formal de los pecados), o la confesión jurídica, que
todos experimentamos hoy. La confesión siempre supuso en la creación de un
sujeto también la negación de un sujeto; por ejemplo, en la figura del pecador
y del confesor, es claro que la asunción de una subjetividad va junto con un
proceso de desubjetivación. El punto es actualmente, entonces, que los
dispositivos son cada vez más desubjetivantes, de modo que es difícil
identificar los procesos de subjetivación que ellos crean. Pero la metrópolis
es también un espacio en el que un tremendo proceso de creación de subjetividad
tiene lugar. Sobre esto no sabemos mucho. Cuando digo que necesitamos conocer
estos procesos, no sólo me refiero al análisis, muy importante por cierto,
sobre la naturaleza sociológica o económica o social de estos procesos de
subjetivación; me refiero al nivel ontológico, a la cuestión spinoziana de la
capacidad para actuar de los sujetos; es decir, lo que, en el proceso a través
del cual el sujeto de alguna forma queda atado a una identidad subjetiva, lleva
a un cambio, un aumento o disminución de su capacidad para actuar. Carecemos de
este conocimiento y quizás esto haga que los conflictos metropolitanos de los
que hoy somos testigos sean más bien opacos.
Creo
que una confrontación con los dispositivos metropolitanos solo será posible
cuando penetremos de un modo más articulado, más profundo los procesos de
subjetivación que la metrópolis implica. Porque creo que el resultado de los
conflictos dependerá de la capacidad para actuar e intervenir en los procesos
de subjetivación, con el fin de alcanzar ese momento que yo llamaría “el punto
de ingobernabilidad”, de lo ingobernable que puede hacer naufragar al poder en
su figura de gobierno, lo ingobernable que, yo creo, es siempre el comienzo y la
línea de fuga de toda política.
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