ENTREVISTA
Félix Éwanjé-Épée y Stella
Magliani-Belkacem (F.E. & S.M.): En su obra y en sus intervenciones
académicas usted ha argumentado que la imposición de las categorías de
homo-hetero en el mundo no-occidental es inseparable de las políticas del
imperialismo y la dominación del modo de producción capitalista. ¿Puede
describir este proceso?
Joseph Massad (J.M.): La dificultad de
hablar de un término particular como el
de “sexualidad” se debe a los continuos esfuerzos euro-americanos por universalizarlo, y a que en este
contexto euro-americano particular, ha sido un requisito, si no una necesidad que
ha aumentado sensiblemente desde la década de 1970, considerarlo ya siempre
como una categoría universal. Mi
trabajo no apunta a recordarnos que la “sexualidad” es experienciada diferentemente
en diferentes contextos históricos o geográficos, y que así tiene distintas
interpretaciones “culturales” que le dan forma. Más bien, yo insisto en que la
“sexualidad” misma, como categoría epistemológica y ontológica, es un producto
de historias y formaciones sociales euro-americanas específicas, que es una
categoría “cultural” euro-americana que no es universal ni necesariamente universalizable. De hecho, aún cuando la categoría
de “sexualidad” ha viajado con el colonialismo europeo a lugares fuera de
Europa, su adopción en aquellos contextos no fue ni idéntica ni necesariamente
simétrica a su despliegue en Europa y Euro-América.
John D' Emilio argumentó hace muchos años que “los gays y las lesbianas no siempre existieron. Más bien son un
producto de la historia y han llegado a existir en una época histórica
específica (...) asociada con las relaciones del capitalismo”. Debemos añadir
que esto igualmente aplica a los hombres y mujeres heterosexuales y straight, que también son producto de
una época histórica específica, que su emergencia histórica y su producción
también fue específica de aquellas regiones geográficas del mundo y de esas
clases dentro de las cuales un tipo específico de la acumulación de capital se
había producido y donde ciertos tipos de relaciones de producción capitalistas
habían prevalecido.
Como argumento en mi próximo libro, «El Islam en el liberalismo», a
pesar de que el capitalismo implica la universalización de los medios de
producción y ha producido sus propias formas y modos internos de enmarcar las
relaciones capitalistas, estas formas y modos no se han institucionalizado de
la misma manera ni en las leyes y las economías nacionales, ni en las prácticas
íntimas cotidianas de los diversos pueblos. No han producido efectos similares
a los que tienen en los Estados Unidos y en Europa Occidental. Esto no quiere
decir tampoco que el binarismo
hetero/homo logró totalmente la normalización de las sociedades
euro-americanas, sino más bien que se autoafirmó como la forma hegemónica de
organización de identidades y ahí está todavía para normalizar a las
poblaciones de Occidente que se resisten a él (al afirmar que ellos padecen de
homofobia internalizada, falsa conciencia y cosas así). La incapacidad del
binarismo hetero/homo y sus identidades socio-sexuales conmensuradas para
instituirse de la misma manera en todas partes no difiere de la de muchas otras
categorías y productos que viajan con el capital imperial de la metrópoli hacia
la periferia y no son siempre utilizadas o consumidos a la manera
metropolitana.
El orden sexual del contexto poscolonial al que se introducen las identidades
sexuales occidentales contemporáneas es ya el efecto de una epistemología
colonial que ha sido traducida e iterada anteriormente. Como narro en «Árabes
deseantes», la proyección europea de vergüenza sobre los no-europeos en
lo que respecta a los deseos y las prácticas sexuales comienza en los albores
del encuentro colonial, incitando un discurso reactivo de asimilación de las
normas europeas. Esto significa que la más reciente exportación imperial del
binarismo hetero/homo –y específicamente la de las identidades gay y lesbiana– toma
lugar en un contexto que ya ha sufrido un proceso previo de traducción. Este
proceso produjo determinados entendimientos “periféricos” de deseos normativos
y naturales, modulados occidentalmente con argumentos y taxonomías médicas y
científicas, pero que en en gran medida no lograron instituir una réplica del
régimen occidental de la sexualidad.
En todo caso, tengan en cuenta que yo no estoy argumentando que estas
identidades sexuales siempre fallan en su intento de instituirse dentro o fuera
de Occidente, o que este fracaso es total, sino más bien que tales identidades tienen
éxito o fracasan diferencialmente entre las clases y los países, dependiendo del
efecto de las estructuras capitalistas y su producción de determinados estilos
de vida, formas y modos de vida interiores a las diferentes clases sociales,
que son a su vez el resultado del desarrollo capitalista desigual. A pesar de
que el capital imperial es a menudo productivo de nuevas identidades,
incluyendo las identidades sexuales conmensuradas con su diseminación global de
la forma de la familia nuclear burguesa heterosexual, no toda nueva identidad
sexual que el capital imperial genera en la periferia es siempre mapeable en el
binarismo hetero/homo. Que los Internacionalistas Gay busquen asimilar esas
nuevas identidades forzándolas en el marco del binarismo hetero/homo es en sí
mismo un síntoma culturalmente imperialista de la penetración del capital
imperial de estos países, y no el resultado o efecto de tal penetración, ya que
en la mayoría de los casos ella fue incapaz de reproducir o imponer identidades
normativo-sexuales europeas en la mayoría de la población. Aquí debemos tener
en mente que, como nos recuerda Edward Said, “el imperialismo es la exportación
de identidad”. El imperialismo opera en el registro de la producción de la no-Europa
como lo otro, y a veces como casi lo
mismo que –o potencialmente lo mismo que– Europa.
D' Emilio buscaba demostrar que el efecto del capitalismo sobre la emergencia
de las identidades de gays y lesbianas en Occidente sería, simultáneamente, 1) un
resultado de las relaciones laborales que requerían nuevas actividades
residenciales y migratorios, y que implicaban la disolución o el debilitamiento
de los vínculos familiares y de parentesco, y, por otra parte, 2) el desarrollo
de una sociedad de consumo y la emergencia
de redes sociales que producen, conforman y articulan deseos sexuales que sean
acordes con estos cambios, lo que llevó al desarrollo de las identidades sexuales.
En cuanto los agentes de la cruzada identitario-sexual han insistido en la
presencia de las identidades gay y lesbiana en una serie de países de la
periferia –como prueba de un desarrollo paralelo de lo que ocurrió en Europa y
Estados Unidos–, apelan, sin embargo, a las identificaciones subjetivas de
algunos miembros de la élite de estas sociedades, y dejan de lado la ausencia
de las estructuras económicas y sociales que llevaron a su aparición en
Occidente.
F.E. & S.M.: Su trabajo ha desafiado la política del Internacionalismo Gay
propugnado por las ONG occidentales y por sus potenciales socios en el mundo
árabe. ¿Cuáles son las consecuencias políticas de este desafío, sobre todo en
la lucha contra la heterosexualización del mundo?
J.M.: El imperialismo neoliberal
estadounidense desde la década de 1980 –y de una manera mucho más intensa desde
la caída de la Unión Soviética– ha buscado suplantar a toda organización y
activismo independiente de la sociedad civil a lo largo y ancho del mundo
mediante las organizaciones no-gubernamentales (ONG) que crea y/o coopta, que
entrena y financia, y que son dependientes de una agenda estadounidense
internacionalizada (suscrita a una epistemología y ontología sexual occidental)
relativa a identidades, derechos, gobernanza, economía, administración, leyes,
finanzas e inversiones transnacionales, religión, cultura, artes, literatura,
etc. El objetivo era destruir todos los esfuerzos existentes en aquellas
sociedades que organizan a la población contra la dictadura pro-occidental, contra
la economía neoliberal, y contra el control imperial de Estados Unidos y
Europa, para citar lo más sobresaliente. La exportación del particular y
limitante sistema de valores liberal de la clase media blanca protestante de
base urbana como un sistema universal de valores que –después de haber sido
impuesto a Europa Occidental a nivel de élites y popular– debe ser impuesto al
resto del mundo como un precursor de la imposición de concepciones americanas
del futuro de una humanidad (neoliberal), tal exportación, digo, requirió de
estas ONG para hacer gran parte del trabajo básico ya preparado por el Fondo
Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial en las últimas décadas –y que
creó la crisis de deuda de la década de 1980.
Por supuesto, se trataba de un modelo ya impuesto dentro de los Estados Unidos
para controlar el activismo y la organización social, y que reemplazó a las
organización –típica de la década de 1960– de grupos que se oponían y resistían
a las definiciones societales y estatales de una ciudadanía racializada y de
género, así como a la normatividad sexual, entre otras luchas. Gran parte de
esa energía fue cooptada en la década de 1970 y organizada en las ONG
financiadas por fundaciones estatales o privadas con experiencia de muchos años
en la promoción de las políticas imperiales de Estados Unidos durante la Guerra
Fría (la Fundación Ford debe mencionarse aquí como una que ha estado a la
vanguardia de ese esfuerzo). Los territorios palestinos ocupados serían el
teatro de operaciones más grande para la ejecución de este programa fuera de
los Estados Unidos, en virtud del cual la gran mayoría de la sociedad civil de
Cisjordania y Gaza estaba siendo diezmada y suplantada por las ONG occidentales
vinculadas al proceso de paz y sujetas a las regulaciones impuestas por la
alianza nortemaricano-europea con la colonia judía y sus intereses. En el caso
de Gaza –y en menor medida en Cisjordania–, este esfuerzo sería resistido
políticamente, pero tomaría la misma forma –a saber, la de las ONG islamistas
con financiamiento local e internacional, aunque no-occidental.
Es en este contexto que la internacionalización de la homosexualidad, al ser un
esfuerzo más público y específico –en comparación con la internacionalización
de la rectitud (straightness) y la
heterosexualidad, que es un proyecto mucho más prolongado y general–, llega a
ser defendido por gays neoliberales blancos americanos (y europeos) –mientras
que las mujeres blancas imperialistas estadounidenses (y europeas) estarían
ocupadas en proyectos para rescatar globalmente a las mujeres no-blancas de los
hombres no-blancos–, buscando difundir la liberación y la libertad para las
oprimidas masas “homosexuales” alrededor del mundo, mientras que la mitad de los
Estados de Estados Unidos tenían leyes en los códigos criminalizaban la
homosexualidad –leyes que se hizo necesario remover de los códigos de un solo
golpe en 2003 por la Corte Suprema de los Estados Unidos, en orden a impulsar
de mejor manera el avance hacia esta agenda de universalización de los valores
liberales norteamericanos.
En este contexto, sólo una organización Internacionalista Gay Árabe fue creada
en El Líbano, y algunas más en Israel que son integradas por los ciudadanos
palestinos israelíes que insisten en que la adopción del binarismo hetero/homo
como definición es esencial para la lucha de liberación de los oprimidos sexuales
en sus países y más allá de ellos, mientras
que sin saberlo –o ya a sabiendas– sigue
avanzando la represión de aquellos que no están acogidos al binarismo hetero/homo
occidental. Su intento de normalizar al mundo árabe mediante su
transformación en una copia de Euro-América procede de su ingenua e incluso
perniciosa creencia –que reviste la forma de una creencia religiosa que
persiguen con un celo misionero– de que los árabes ya son sujetos del binarismo
hetero/homo y que la tarea es simplemente liberar a los homosexuales entre
ellos. Sin embargo, su intervención participa en la heterosexualización de la
mayoría de los árabes y la homo-normativization de una minoría de ellos. Lo que
estas organizaciones quieren imponer, como parte de la Internacional Gay, es un
régimen de la sexualidad predicado sobre la base de una ontología occidental
reciente, en el que determinadas configuraciones del deseo sexual se convierten
en la verdad de la identidad de uno, en
la verdad de lo que uno es como sujeto.
Ellos son asistidos en este esfuerzo por la diáspora de grupos de
Internacionalismo Árabe Gay ubicados en los Estados Unidos y en Europa, grupos que
son parte integrante de la Internacional Gay imperial blanca. Mientras que
Gayatri Spivak tiempo atrás diagnosticó una situación en la que los hombres
blancos querían salvar a mujeres morenas de hombres morenos, en la era de la
Internacional Gay y la inversión y secuestro por parte de la derecha de la
noción de “agencia”, la situación se ha vuelto mucho más complicada. Lo que
tenemos hoy es una situación donde las
mujeres morenas (homosexuales y heterosexuales) y los hombres homosexuales morenos
(aquellos ubicados en la metrópolis euro-estadounidense y aquellos que trabajan
para las ONG con financiamiento euro-estadounidense en sus países de origen), y
sus aliados blancos de todos los géneros y sexualidades, se dedican a salvar a
las mujeres morenas (heterosexuales y homosexuales) y a los hombres morenos “gay”
(en el Tercer Mundo y en Europa y los Estados Unidos) de los hombres morenos “heterosexuales”.
Mientras tanto, los esfuerzos del Internacionalismo Gay y Straight son
complementados por la internacionalización occidental de la homofobia en las
zonas del mundo donde no existían ni las identidades homosexuales ni homofóbicas.
Ideologías y organizaciones conservadoras homofóbicas norteamericanas
–seculares y religiosas– están interviniendo en todo el mundo para exportar los
“valores familiares” americanos que tienen como objetivo heterosexualizar a los
no-europeos e instruirlos en la homofobia –que es siempre un esfuerzo
simultáneo. Esto se está llevando a cabo no sólo a través de proyectos de
ingeniería social ejecutados por las ONG financiadas por Occidente, sino
también por medio de la legislación, con la criminalización de ciertos tipos de
conducta sexual que son vistas como resistentes a la imposición del binarismo
hetero/homo americano, que en este caso es conocido como el sistema de los “valores
familiares” cristianos-americanos, a la par que el Internacionalismo Gay insiste
en que se les debe “descriminalizar” para facilitar su proyecto de binarización
hetero/homo, conocida en su caso como “liberación” de las minorías sexuales.
Sabemos lo que esto ha provocado en Uganda con los de la American Gay Internationalists
y los evangélicos estadounidenses peleando, aparentemente en nombre de los
ugandeses, y cada vez más con la intervención de la derecha estadounidense
islamófoba y del evangélico homofóbico Pat Robertson en lugares como Kenia y
Zimbabwe, donde éste ha abierto sedes de su American
Center for Law and Justice. Así que lo que
vemos, entonces, es una exportación de las guerras culturales de Occidente, en
la que ambas partes son igualmente racistas y colonialistas, y se articulan
entre sí en función de una exportación imperial mayor, a saber, la binarización
hetero/homo del mundo –la que traerá esencialmente 1) la heterosexualización
masiva de los no-europeos que prestan atención a la llamada binaria mediante la
aceptación de la heterosexualidad, y 2) la normalización minoritaria de
aquellos que prestan atención a la llamada binaria mediante la aceptación de la
homosexualidad. Lo otro es dejar de prestar atención a la llamada, negarse a
aceptar el binarismo, convirtiéndose en objetivo de otra exportación occidental,
a saber, la homofobia.
F.E. & S.M.: ¿Cómo responde a sus
críticos que le acusan de hacer que los árabes se identifiquen como gays
invisibles y de hacer aparecer a las organizaciones LGBT árabes como agentes
del imperialismo?
J.M.: Yo nunca he buscado hacer
invisible a alguien. De hecho, nada de lo que yo pueda hacer podría hacer
invisibles a los árabes que se identifican como “gays” u “homosexuales”. Aquellos
entre los árabes que viven en el mundo árabe y que adoptan esta identidad como
identificación social pública y tratan de lograr su internacionalización a
través de la rúbrica de las organizaciones financiadas por Occidente (debería
decir en una “organización” que se
encuentra en Beirut para ser numéricamente preciso), con el fin imponerla a los
demás, son financiados y defendidos por un gran aparato imperial que no sólo
los hace visibles, sino que al mismo tiempo hace invisibles a los mucho más
numerosos árabes que desean y/o participan del contacto con personas de diferente
sexo o del mismo sexo y que rechazan el binarismo hetero/homo como una forma de
organizar sus identidades, y que se resisten a hacer de sus deseos sexuales sus
verdades internas –como es requerido por el régimen occidental de la
sexualidad. La producción del árabe gay (y la de su correlato, el heterosexual)
se basa en la invisibilización de la mayoría de los árabes cuya ontología no
depende de esta formación euro-americana ni de sus misiones imperiales, y que
no viven bajo un régimen occidental de la sexualidad.
Yo nunca he llamado a los árabes del LGBT “agentes del imperialismo”, como lo
hacen parecer los Internacionalistas Gay que a menudo me citan descontextualizadamente.
Hay que decir que el ala académica de la International Gay sufre de un
analfabetismo teórico egregio. Sin embargo, he dicho que el Internacionalismo
Gay Árabe es cómplice del imperialismo, y su complicidad no es muy diferente de
la complicidad de los árabes nacionalistas o de los árabes islamistas (en mi
libro «Árabes deseantes» estudio cómo los tres grupos llegaron a ser
cómplices del imperialismo euro-estadounidense y del orientalismo). El hecho de
que todos estos grupos (y en el caso del Internacionalismo Gay, me refiero a
aquellos que se encuentran en Beirut e Israel) son anti-imperialistas en el
sentido de que se oponen a la presencia política, económica y militar imperial
de los Estados Unidos o los países europeos en el mundo árabe, que se oponen a
las guerras de Estados Unidos en el mundo árabe y musulmán, que se oponen a la
agresión israelí y sionista contra Palestina y los palestinos, está bien
establecido en las declaraciones oficiales de sus organizaciones y su
literatura. Yo estoy hablando más bien de la complicidad en el plano de la
epistemología y la ontología, donde todos estos grupos comienzan a entenderse a
sí mismos a través de una ontología europea universalizada y de la
epistemología que se difunde a través de los canales imperiales. Que los
nacionalistas árabes comiencen a finales del siglo XIX a verse a sí mismos y a su
historia en términos culturales y de “civilización” sigue esta universalización
imperial. Que los musulmanes comiencen en el mismo período a hablar de algo
amorfo llamado “Islam” opuesto a algo llamado “Occidente” y que algunos de
ellos comiencen a pensar en el Islam como una “religión” o una “civilización”
es también un efecto de imposiciones y de la internalización orientalista e
imperial. Del mismo modo, el pequeño número de árabes identificados como
homosexuales organizados en organizaciones gay internacionalistas son cómplices
de un régimen sexual imperial que reorganiza el mundo mediante el binarismo hetero/homo,
adoptándolo plenamente sin cuestionarlo e insistiendo en su reproducción y diseminación
en todo el mundo árabe como el camino a la liberación.
En este sentido, la complicidad imperial de la Internacional Gay, incluidos sus
miembros árabes, se encuentra en su llamado a todos los árabes que rechazan la
hegemonía imperial del binarismo hetero/homo a desaprender y dejar impensada la
forma en que desean, y a que aprendan y piensan sus deseos mediante las líneas
del binarismo hetero/homo: de este modo propugnan, en efecto, que la forma en
que existen los árabes, su propia ontología, es una forma de falsa conciencia
de la que deben desprenderse, y que la verdad de quienes son, de acuerdo con
esta lógica, radica en su adopción del binarismo imperial hetero/homo a través
del cual deben aprehenderse a sí mismos y a sus deseos, lo que daría lugar,
según la Internacional Gay, a su emancipación.
F.E. & S.M.: ¿Cómo se explica la atracción
y apoyo de sus críticos al trabajo de Jasbir K. Puar, «Ensamblajes terroristas, homonacionalismo en los tiempos Queer»?
J.M.: Yo creo que esos grupos
internacionalistas gay que se oponen a la política exterior y al nacionalismo
imperial estadounidense encontraron en el muy importante y crítico libro de
Puar una manera de salir del callejón sin salida en que se sentían
(correctamente, en mi opinión) con mi libro «Árabes deseantes». Mi
trabajo (y algo de esto se seguirá elaborando en mi próximo libro «El
Islam en el liberalismo») no entiende la sexualidad como una formación
universal cuyos entendimientos culturales difieren en función de las culturas y
países específicos, sino más bien entiende que la sexualidad es un régimen
específico surgido en una cultura en particular, la de Europa Occidental y su
extensión colonial en América, en un tiempo específico: que la sexualidad es
una formación cultural particular y no una categoría universal, y que la única manera
en que ésta puede y ha sido diseminada universalmente es el imperialismo, y que
aquellos que adoptan sus identificaciones, su binarismo y su proyecto de
universalización son consciente o inconscientemente cómplices de sus
taxonomías. El buen libro de Puar, por su parte, procede con una objeción no a
la universalización de la sexualidad o de las identidades sexuales, que, si la
entiendo bien, las toma como datos en su libro, sino más bien respecto de la
específica nacionalización de la homosexualidad en los Estados Unidos (y
también en Europa) en la forma de un homonacionalismo
(importante concepto acuñado por Puar) y la forma imperial de su
internacionalización. Por lo tanto, las organizaciones internacionalistas gay
como Helem o el al-Qaws con sede en Israel y sus partidarios encuentran una
manera de salir de su complicidad ontológica y epistemológica con el
imperialismo en la anexión del libro inteligente y muy útil de Puar a su causa,
ya que se ven como adversarios del homonacionalismo de Estados Unidos y sus
pretensiones imperiales; así se exoneran a sí mismos de la acusación de
complicidad imperial.
F.E. & S.M.: Usted ha trabajado
recientemente en la formulación de “la sexualidad en el Islam”. Según usted,
esta formulación es inadecuada y oscurece la cuestión que debería ser planteada
por los estudiosos occidentales, a saber, la producción del Islam a través del
prisma de la sexualidad. ¿Puede decirnos qué está en juego en su inversión de
la pregunta?
J.M.: Mi proyecto es entender cómo
el Islam se produce en los discursos
sobre la sexualidad entre los activistas y académicos. Yo sostengo que es la producción del Islam en la sexualidad
la que necesita ser estudiada para que podamos entender la emergencia de un
campo que busca e insiste en la necesidad de estudiar un objeto al que denomina
“la sexualidad en el Islam”. Yo trato de mostrar cómo esta misma producción que
opera a través de la rúbrica de estudiar “la sexualidad en el Islam” es la
manera en que este discurso se enmascara a sí mismo mientras se dedica a la
producción del “Islam” mismo como esencial para su comprensión de cómo funciona
la sexualidad en Occidente: de hecho, cómo el propio Occidente se constituye a
través de la sexualidad. Este es un viejo método orientalista, por supuesto,
que incluso podríamos llamar un truco, que no tiene que ser consciente de sí
mismo, aunque a veces lo es.
Yo creo que lo que se requiere es una investigación –a la manera de Foucault–
sobre las condiciones de posibilidad de las proposiciones de verdad que se hicieron
sobre el “Islam” y la sexualidad. En lugar de asumir y tratar de descubrir los
mecanismos por los que algo que se llama la sexualidad opera dentro de la
categoría de Islam, tenemos que empezar, como nos enseñó Foucault, con los “mecanismos
positivos” que generan esta voluntad occidental de saber. El resultado de este
tipo de enfoque revelará mucho acerca de cómo la erudición occidental sobre la
sexualidad no sólo constituye algo a lo que llama “el Islam”, sino también la
forma en que constituye una “Europa”, un “Occidente”, y una normatividad ya
siempre racializada.
Traducción del inglés: Gonzalo Díaz Letelier.