domingo, 22 de diciembre de 2013

Filosofía, teología y economía. Entrevista con Roberto Esposito, por Anthony Lucci.



Filosofía, teología y economía. Entrevista con Roberto Esposito, por Anthony Lucci, a propósito de su último libro: "Dos. La máquina de la teología política y el lugar del pensamiento".

En: Rivista di Filosofia Lo Sguardo, nº 13 (III, “Los instrumentos del poder. Del príncipe al arqueólogo”), Roma, 2013, pp. 299-302.


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ENTREVISTA

Su último texto, «Dos. La máquina de la teología política y el lugar del pensamiento» (2013, Einaudi Editore) se inserta de manera significativa en el debate filosófico sobre la teología política y la teología económica, que parece revivir en los últimos años no sólo en Italia, sino también en el resto del mundo cultural europeo, con una nueva juventud. Prácticamente de modo simultáneo a la salida de su texto, Massimo Cacciari da a la imprenta su libro «El poder que frena. Sobre el concepto de “katechon”» (2013, Adelphi Edizioni). En 2012 lanzan el texto de Simon Critchley «La fe de los infieles» (2012, Verso Books) y el de Electra Stimilli «La deuda del viviente» (2012, Quodlibet). En 2011 se da a conocer en traducción italiana (por la editora Mimesis), con el título «El capitalismo divino», una importante conversación que tuvo lugar hace cuatro años en Karlsruhe entre algunos de los pensadores alemanes vivos más importantes, entre ellos Peter Sloterdijk, Thomas Macho, Boris Groys, Peter Weibel. ¿Cómo interpretar este resurgimiento del interés por el tema de la teología política? ¿Cuáles, según usted, son las causas?

En realidad este interés verdaderamente nunca se ha interrumpido. Incluso si se tiene presente sólo el debate filosófico italiano, una gran parte de los libros significativos –desde «Poder y secularización» de Marramao hasta «El reino y la gloria» de Agamben, los libros sobre fe y saber de Vattimo y varias intervenciones de Tronti–, todos vuelven, más o menos explícitamente, sobre la cuestión de la teología política. Hoy en día, el resurgimiento del tema cada vez más fuerte se vio favorecido por el recrudecimiento del terrorismo islámico y la nueva explosión de las guerras religiosas. Pues hoy no hay nada verdaderamente importante –como por ejemplo la relación entre América y Europa o la relación entre el monoteísmo y el sentido general de la globalización– que no esté relacionado con la cuestión de la teología política. Naturalmente, cuando nos referimos a este concepto, siempre es preciso especificar lo que queremos decir: la legitimación religiosa del poder, la fuerza política de la religión, el influjo de lo teológico sobre lo político, ya sea de acuerdo con la tesis de Schmitt o la interpretación de Assmann, para no hablar de las diversas teologías de la liberación latinoamericanas. Personalmente he dado al paradigma de la teología política un significado que, sin ignorar a los otros, presupone una interpretación diferente de la categoría.

Este último trabajo suyo viene después de un texto como «Pensamiento viviente», dedicado a lo que se está asumiendo con contornos cada vez más definidos bajo la etiqueta de “Italian theory” –a la cual parece, sin embargo, poco conectada–, y casi diez años después del último volumen de la trilogía «Communitas. Immunitas. Bios». A pesar de la distancia temporal, las últimas líneas de «Dos» parecen actualizar la propuesta comunitaria (con su contraparte inmunológica). ¿Cómo se sitúa su último libro al interior de su deriva filosófica?

«Pensamiento viviente» no se sitúa al interior de mi producción como un segmento de la misma línea. No constituye un pasaje interno a mi argumento general. Ha sido más bien un paso lateral, un retorno a mis primeros autores –en particular Maquiavelo y Vico. Y también la identificación de una suerte de “canon” de nuestra tradición filosófica italiana, que tiene como objetivo explicar el interés que algunos autores italianos contemporáneos están despertando recientemente en el extranjero. «Dos» ciertamente se conecta con la dialéctica entre «Communitas» e «Immunitas», pero sobre todo con el volumen titulado «Tercera persona», donde empiezo a elaborar la deconstrucción de la categoría de persona desde una perspectiva impersonal que he proseguido en este último libro. El paso adicional que hago en este sentido, respecto a «Tercera persona», es que no busco lo impersonal en el exterior del pensamiento, esto es, en las aguas subterráneas de la vida inconciente, sino en el mismo pensamiento, según una línea interpretativa que se construye desde la exégesis árabe de Aristóteles por Averroes y prosigue en Bruno y Spinoza, hasta llegar a Nietzsche, Bergson y Deleuze. Para éstos, lo impersonal no es sólo lo que precede al pensamiento, sino, en varios modos, es el pensamiento mismo.

En su texto –que versa sobre teología política, ciertamente– ocupa gran espacio el problema de la teología económica, a la que usted no pone en contraposición con la primera, sino que las considera siendo consustanciales. Sin embargo, las partes dedicadas a la teología económica son minoritarias respecto de aquellas dedicadas a la teología política (aunque sólo sea nominalmente, por su designación como excursus). ¿Podría aclarar cuál es la relación –en el horizonte de su pensamiento– entre la teología política y la teología económica?

Al respecto hay que decir que, como siempre sucede, en la composición de los libros y en la relación entre los argumentos incide también la competencia del autor. Y yo no conozco tanto las doctrinas económicas como las políticas. Pero el punto en el que me he concentrado es el de la coincidencia, dentro de ciertos límites, entre las dos teologías. O por lo menos su relación constante. Esto vale tanto en el plano histórico-léxico –a partir de la categoría a la vez teológica y política de oikonomia– como en términos de los efectos históricos: un cierto tipo de organización del trabajo o la relación entre las clases tienen un sentido económico, pero también, evidentemente, político. Una referencia decisiva sobre la cuestión de la economía teológica es naturalmente el texto de Benjamin sobre el capitalismo. En él se dice no sólo que el capitalismo se ha convertido en nuestra religión, sino también que es una religión que, en vez de purificar, culpabiliza. Prueba de ello es la relación semánticamente vinculante entre la deuda y la culpa, términos que en alemán se traducen ambos por Schuld. Una vez fijado este paralelismo, o más bien esta interrelación constante entre teología económica y teología política, hay que decir que en los tiempos modernos y contemporáneos tal nexo se inclinará cada vez más hacia la economía. El primado actual de la economía es significativo de esta tendencia. Incluso en este primado de la economía, como siempre todo pasa por una opción política, explícita o implícita. También la despolitización es en el fondo una opción política.

El apéndice conclusivo de su libro está dedicado al problema de la deuda. En evidente conjunción con la crisis económica internacional en los últimos años han proliferado los análisis del trasfondo filosófico de este tema: desde la ya mencionada Stimilli hasta Maurizio Lazzarato por lo que respecta a los italianos, y los nombres destacados de Marcel Hénaff, David Graeber y Thomas Macho, a título de ejemplo por lo que respecta al panorama internacional. Usted parece proponer la tesis de que la “deuda soberana” es el último resultado de la “maquinación” teológico-política que estructura desde el interior al pensamiento occidental, y de que es necesario un giro hacia un pensamiento “de lo impersonal” y de la “communitas” para poder superar el impasse frente al cual la actual crisis económica nos pone. ¿Podría indicarnos cuál podría ser, según usted, la consecuencia política de un repensamiento en clave “impersonal” del problema de la deuda?

Mira, es siempre difícil, y más allá de cierto punto incluso arbitrario, querer indicar las consecuencias políticas de un texto de filosofía. Filosofía y política viajan por caminos paralelos que se influencian, pero no en el corto plazo. La filosofía tiene la posibilidad de retrovertirse al pasado en términos de genealogía o de atisbar el futuro en términos de prefiguración. La política está concernida por el presente, con unos límites estrechos que la filosofía no tiene. Por tanto es difícil responder a lo que me pregunta. Sobre todo en relación a la categoría de impersonal. Tal categoría surge del tratamiento en clave crítico-deconstructiva del paradigma de la persona que está en el centro de todas las referencias apologéticas contemporáneas, pero ligada a una historia semántica y conceptual de la cual casi siempre se ignora, en rigor, el significado. El punto de vista del impersonal es el del rechazo de los umbrales de exclusión, ya sea al interior del género humano o al interior del individuo singular –que se expresa como cesura entre una parte plenamente personal, superior, y una inferior de carácter animal. En cuanto al problema de la deuda, su extensión global nos abre prácticamente a todos nosotros una posibilidad de reacción, de rechazo y de vuelco de las relaciones de fuerza entre los muchos endeudados y los poquísimos prestamistas.

La primera parte de su texto está dedicado a una profunda reflexión sobre Heidegger. En particular sobre los temas del Gestell y de la maquinación, que han devenido fundamentales en la economía de su trabajo. En 2007, Giorgio Agamben publica en Italia «El reino y la gloria», una obra que busca volver al origen teológico del problema de la economía, donde también avanza la posibilidad de interpretar el dispositivo económico en los términos del Gestell heideggeriano. Entre finales de 2011 e inicios de 2012 aparecieron, del mismo Agamben, dos textos como «Altísima pobreza» y «Opus Dei», que pusieron en el centro de su argumentación los problemas de la comunidad, de la economía y su relación con el orden de lo teológico. A pesar de éstas y muchas otras temáticas en común entre estos textos y su última obra, parece que su caminos y el de Agamben pueden ser caracterizados con la expresión “divergencias paralelas”: van por caminos paralelos, pero no se tocan. ¿Cuál es su opinión acerca de la posición de Giorgio Agamben sobre la teología económica?

Tengo gran estima por el trabajo filosófico de Agamben. Particularmente en «Pensamiento viviente» reconstruyo el itinerario conceptual de «El reino y la gloria». Sin embargo, mi punto de vista es diferente del suyo. Él se encuentra dentro de la tradición teológico-política que yo busco deconstruir. Incluso la categoría de “profanación” que él usa presupone la referencia al concepto de lo sagrado, aunque sea en sentido negativo.


Traducción del italiano: Gonzalo Díaz Letelier.

sábado, 14 de diciembre de 2013

África, el continente del futuro. Entrevista con Achille Mbembe, por Thomas Blaser (octubre de 2013).


Publicada primero en alemán, „Achille Mbembe im Gespräch mit Thomas Blaser: Afrika, der Kontinent der Zukunft“, en el sitio http://www.swissfuture.ch/de/afrika-0313-abstracts/; luego disponible en una versión en inglés en el sitio http://africasacountry.com/africa-and-the-future-an-interview-with-achille-mbembe/. Esta última versión es la que hemos traducido y ofrecemos a continuación.

Achille Mbembe (1957, Camerún francés) es un historiador, pensador postcolonial y cientista político; estudió en Francia en la década de 1980 y luego ha enseñado en África (Sudáfrica, Senegal) y Estados Unidos. Ha publicado Les Jeunes et l'ordre politique en Afrique noire (1985), La naissance du maquis dans le Sud-Cameroun. 1920-1960: histoire des usages de la raison en colonie (1996), De la Postcolonie, essai sur l'imagination politique dans l'Afrique contemporaine (2000), Du gouvernement prive indirect (2000), Sortir de la grande nuit – Essai sur l'Afrique décolonisée (2010).

En la siguiente entrevista, Achille Mbembe se explaya sobre la situación del pensamiento crítico en Sudáfrica tras el desmantelamiento del "apartheid", la cuestión de la temporalidad en un contexto de hegemonía neoliberal, y el nexo entre imaginación y política.


ENTREVISTA

Desde 2008, cuando iniciaste el Taller de Teoría y Crítica de Johannesburgo (TTCJ), has estado muy preocupado de pensar en el futuro. ¿Por qué pensar el futuro y por qué ahora? ¿Hay algo en nuestra época actual que nos exige pensar en el futuro?

Había dos razones. La primera era que la categoría de futuro era muy central para la lucha por la liberación, aunque sólo sea en el sentido de que aquellos que estuvieron involucrados en ella se proyectaban hacia un tiempo que sería diferente del que ellos estaban atravesando, de lo que estaban experimentando. Así que la política, en ese sentido, tenía que ver con entablar batalla constantemente contra las fuerzas del presente que excluían la posibilidad de la libertad, lo que implica una política íntimamente asociada a la idea de futuridad. Y lo que parece haber sucedido después de 1994[1] es el retroceso del futuro como un horizonte temporal de la política y de la cultura en general, y su sustitución por una especie de presente que es infinito, un aterrizaje infinito. Este retroceso del futuro y su sustitución por un aterrizaje en el presente [landing present] también se ve favorecida por el tipo de dogma económico con el que vivimos; para decirlo cortamente: neoliberalismo. El tiempo del mercado, especialmente bajo las condiciones capitalistas actuales, es un tiempo que está muy fragmentado; el tiempo del consumo es realmente un tiempo del instante. Así que queríamos recuperar esa categoría de futuro y ver en qué medida ésta podría ser removilizada en el intento de criticar el presente, reabriendo así un espacio no sólo para la imaginación, sino también para la política de la posibilidad.

En un coloquio reciente en Avignon dijiste que, en orden a tener un futuro abierto, ser emancipado significó en el pasado separar al objeto del sujeto. ¿Por qué esto ya no es posible y podríamos imaginar otra ruta a la emancipación cuando esta avenida parece ya no estar disponible para nosotros?

Es cierto que en la tradición de Occidente, específicamente en la teoría crítica, la emancipación consiste, fundamentalmente, en la elaboración de una clara distinción entre el sujeto humano y el objeto, por una parte, y entre el humano y el animal, por otra. La idea es que el sujeto humano es el señor, tanto de sí mismo como del mundo natural y animal. A los mundos natural y animal los somete a su uso. Esa libertad es en definitiva el resultado de aquella capacidad de dominarse a uno mismo y de dominar el universo, de actuar racionalmente. Así que el argumento que yo estaba elaborando se refería a que hoy estamos en una época en que el capitalismo se ha convertido en algo así como una religión –una religión de los objetos, una religión que cree en objetos devenidos animados, de cuyas almas participamos a través de las operaciones de consumo, lo que significa que el capitalismo se ha convertido en una forma de animismo. En una época tal, la vieja división entre sujeto y objeto ya no es tan clara como solía ser y, de hecho, si observamos cuidadosamente las operaciones de consumo actuales en todo el mundo, podemos incluso observar que mucha gente quiere convertirse en objetos, o ser tratados como tales, aunque sólo sea por convertirse en un objeto que podría terminar siendo mejor tratado que como un humano. Todo esto crea una crisis terrible en las teorías fundamentales de la emancipación en las que solíamos confiar a fin de promover un tipo de política de apertura e igualdad. Así que ese fue el punto que estaba elaborando y mis pensamientos sobre este tema todavía no han ido más lejos.

Pasemos más directamente al continente africano. Desde 2008, también a causa de la crisis económica en Occidente, se habla mucho acerca del “África emergente” [“Africa rising”]. Ahora la gente habla de todas las posibilidades que hay en el continente. ¿Pasa esto por un capitalismo global en busca de más lugares para explotar? ¿Está el capitalismo intentando avanzar hacia lugares que no han sido plenamente penetrados con anterioridad? ¿Es esto lo que está sucediendo ahora, o hay quizás algo más positivo que está saliendo de este reciente giro del capitalismo global sobre África?

Es cierto que hay un gran cambio en el discurso global sobre África –un cambio del discurso desde aquel de crisis y emergencia que dominó el último cuarto del siglo XX hacia una suerte de optimismo que se basa en ciertos hechos concretos. Por ejemplo, las mayores tasas de crecimiento económico que hemos presenciado en los últimos diez años en África; o que el continente está al borde de grandes transformaciones demográficas; o que el continente está experimentando mayores tasas de rendimiento de las inversiones y, por tanto, está atrayendo la atención de los inversores extranjeros a una velocidad que no habíamos visto antes; y que la clase media que había sido diezmada durante la aplicación de los Programas de Ajuste Estructural está resurgiendo como una fuerza económica. Así que hay todo un conjunto de indicadores que parecen sugerir que algo está pasando que es diferente de lo que solíamos ser testigos en el pasado. Pero el hecho es también que un gran número de las inversiones que se realizan se están haciendo en los sectores extractivos de la economía y, por tanto, están sujetas al tipo de volatilidades y giros que caracteriza no sólo al ciclo económico en general, sino especialmente a ese sector. Así que hay un boom de la minería cuya extensión es bastante importante, pero de cuya duración no estamos muy seguros. Y es claro que hay gente que se está enriqueciendo, tanto entre los locales como entre aquellos que vienen a invertir al continente. Pero el resultado –o la paradoja– de este tipo de crecimiento, como sabemos, es que no está creando muchos más puestos de trabajo e implica un proceso de profundización de las desigualdades sociales. Por lo demás, África aún enfrenta enormes desafíos en términos de inversión en infraestructura básica, caminos, comunicaciones, aeropuertos, carreteras y ferrocarriles. Más encima, el continente está todavía siendo amenazado por la inestabilidad política, ya sea en la forma de guerras locales o en la forma de desorden social. Mientras que la imagen panorámica del mundo tiende a equilibrarse en la hegemonía del capitalismo, me parece que África ciertamente representa la última frontera del mismo. La cuestión es en qué condiciones serán  conducidas estas nuevas formas de explotación, por quién y en beneficio de quién.

África es conocida por los violentos conflictos que arrastra el continente. ¿Piensas posible que los africanos sean capaces de superar este tipo de violencia política?

No sé. Puede ser que tengamos que vivir con la violencia. Así como hemos visto a otras comunidades políticas que viven con eso por un muy, muy largo tiempo. Colombia ha estado en guerra consigo misma durante un muy largo período de tiempo hasta ahora. En México es más o menos la misma cosa; la violencia en México está tomando diferentes formas. En lugares como Brasil, India o Pakistán hay un nivel de violencia social que es bastante alto y que va de la mano con las instituciones de la política civil, si se quiere utilizar esa denominación. Por lo tanto, si lo ves desde un punto de vista histórico, nunca habrá un momento en que estemos en paz con nosotros mismos y con nuestros vecinos. Las formaciones sociales, económicas y políticas que están surgiendo en el continente y en otros lugares también, siempre serán una mezcla de paz civil y violencia. Dicho esto, me parece que uno de los principales desafíos del continente tiene que ver con la desmilitarización de la política. El proyecto de la desmilitarización de la política es una condición previa para un régimen de crecimiento económico que pueda beneficiar al mayor número de hombres. Por el momento, la combinación de militarismo y mercantilismo –en lugares como el Congo y más aún en regímenes plutocráticos como Nigeria– sólo está beneficiando a las elites depredadoras y a las multinacionales.

También has sido crítico del rol que ha jugado Europa y de las relaciones coloniales que se mantienen constantes. Al mismo tiempo, Europa está casi cerrándose sobre sí misma y, como tú lo has expresado, incluso provincializándose. ¿Está esta Europa, otra vez en emergencia, en marcado contraste con África y otros países en desarrollo que van viento en popa, avanzando económica, social y políticamente, creando así su propio mundo?

En relación con el continente, Europa ha desarrollado durante aproximadamente los últimos 25 años una actitud de contención, en el sentido de que la mayor preocupación ha sido la de asegurarse de que los africanos se queden donde están. La fijación con la cuestión de la inmigración ha puesto en peligro en gran medida el desarrollo de relaciones más dinámicas entre África y Europa. La obsesión por las fronteras y las visas, el surgimiento del racismo en la mayor parte de Europa, el fortalecimiento de los partidos de derecha en el contexto de una crisis económica que es bastante obvio –todo ello ha ido en detrimento del desarrollo de relaciones productivas y mutuamente benéficas entre África y Europa. Europa ha tendido a replegarse sobre sí misma mientras sigue jugando un papel importante en la política mundial, sobre todo cuando se trata de hacer guerras imperialistas. Mientras tanto, hemos visto en que medida nuevos actores como China, India, Turquía, Brasil y algunos otros han tratado de jugar un papel en la reconfiguración geopolítica en curso. El último desafío, sin embargo, es que África se convierta en su propio centro. Para que África se convierta en su propio centro será necesario, como he dicho antes, la desmilitarización de su política como precondición para la democratización de su economía. El continente tendrá que llegar a ser un vasto espacio regional de circulación, lo que significa que tendrá que desmantelar sus propios límites internos, abrirse a las nuevas formas de migración, tanto internas como externas, tal como vemos que sucede en cierta medida en Mozambique, y en Angola, donde algunos portugueses están regresando. A medida que Europa cierra sus fronteras, África tendrá que abrir sus fronteras. Así que me parece que es sólo convirtiéndose en ese vasto espacio de circulación que África podría beneficiarse positivamente de la actual reconfiguración geopolítica del mundo que está en curso.

Dentro de esa reconfiguración, lo que quizás todavía está reteniendo a África es la imagen estereotipada que los europeos y los estadounidenses tienen de África y su gente. Recientemente, cuando el sociólogo Jean Ziegler lanzó su libro sobre la crisis global de hambre, un periodista suizo le preguntó si la baja productividad de la agricultura en África era a causa de la pereza de los agricultores africanos. Se trata de una proposición muy estereotipada, sino racista, pero me parece que tal perjuicio es común entre los europeos. ¿Deberían estar preocupados los africanos por esta imagen o deberían simplemente ignorarla?

Creo que deberíamos dejar esto a los europeos, que ellos hagan frente a sus propias estupideces, porque tenemos tareas y proyectos mucho más urgentes que atender. No podemos permitirnos desperdiciar nuestras preciosas energías lidiando con el tipo de enfermedad mental que Europa ha causado en África y en otros lugares. Así que Europa tendrá que hacer frente a sus propias enfermedades mentales, siendo el racismo la primera de ellas. Lo que estaba diciendo es que la agenda de África en el mundo que se está perfilando frente a nosotros –un mundo en el que China está emergiendo como un jugador muy relevante, un mundo en el que la única propuesta que viene del moribundo imperio estadounidense es más militarismo, un mundo en el que la única idea que viene de Europa es la de un repliegue y la construcción de una fortaleza en torno a sí misma– es perseguir el convertirse en su propio centro y poner a su gente a trabajar para ello. Como iba diciendo, re-imaginar una nueva política de movilidad que implique migraciones internas, la formación de nuevas diásporas, la ligazón de las antiguas y una reorientación de las energías en orden a generar sinergias con otros lugares del mundo tales como Brasil, India y China. Todo eso me parece más excitante que el viejo y fallido intento de acercar a Europa para vernos a nosotros mismos siendo más que una mera provincia de un planeta más amplio.

¿Cuál es entonces la contribución de África a un mundo futuro? Especialmente teniendo en mente la idea de que nos alejamos de un mundo en el que África es dependiente de otros, ¿qué modos diferentes de hacer las cosas –tú mencionaste los modos existentes de circulación– puede ofrecer África al mundo? ¿Qué papel jugarían en este movimiento las concepciones indígenas de la humanidad, tales como el Ubuntu?

Desde una perspectiva teórica, hay una serie de posibilidades. Cuando observamos la historia cultural del continente, me parece que se caracteriza por al menos tres atributos que pueden ser considerados conceptualmente creativos. La primera es la idea de multiplicidad. Puedes observar cualquier cosa en el continente y siempre viene bajo el signo de lo múltiple: la idea de un solo Dios es totalmente ajena al continente, siempre han habido muchos dioses; las formas de matrimonio; las formas de las divisas; las mismas formas sociales siempre vienen bajo el signo de la multiplicidad. Una de las tragedias del colonialismo ha sido la eliminación de ese elemento de multiplicidad, que era un recurso para el desarrollo social en África pre-colonial y que fue reemplazado por el paradigma de “lo uno”, el tipo de paradigma monoteísta. Entonces, ¿cómo retomamos la idea de la multiplicidad como un recurso preciso para la realización del continente, para su reconstrucción, pero también para la construcción del mundo? Otro concepto importante que no hemos explorado mucho, pero que viene de la experiencia histórico-cultural africana, es el de los modos de circulación y movilidad, es decir, de movimiento. No era para nada cierto lo que Hegel y sus seguidores daban a entender, a saber, que África era un continente cerrado. Siempre fue un continente que estaba en movimiento de circulación. Así que el concepto de circulación es algo que también puede ser movilizado para mostrar qué es lo que puede venir de esta experiencia. Hablé primero sobre la multiplicidad, en segundo lugar sobre la circulación, y el tercer concepto es el de composición. Todo es composicional –en la forma en que la economía se vive de manera cotidiana. Tú mencionaste el Ubuntu, es decir, el proceso de llegar a ser un hombre, una cierta proposición no acerca de la identidad como una categoría metafísica u ontológica –como en la tradición occidental–, sino como un proceso de llegar a ser en el modo de una relación, una relación en la que el “yo”, es decir, el sujeto, es comprendido como siendo hecho y rehecho a través de la interacción ética con lo que no es él o con quien no es él. De hecho, la idea es que el otro es otro yo, el otro es el otro sólo en la medida en que él o ella es otro yo. Que el otro no está fuera de mí mismo, que yo soy mi propio otro, hasta cierto punto. Así que hay todo un conjunto de áreas en las que la contribución de África al mundo de las ideas y de la praxis puede ser destacada en beneficio del resto del mundo, con implicaciones para toda suerte de cosas: las teorías de intercambio, las teorías de la democracia, las teorías de los derechos humanos y los de las otras especies –en esta era de crisis ecológica. Es un trabajo que no ha sido hecho, pero ya es tiempo de que lo hagamos.

Traducción del inglés: Gonzalo Díaz Letelier y Patricio Silva Loyola.

NOTAS

[1] Entre el 27 y el 29 de abril de 1994 se realizaron las primeras elecciones democráticas después del apartheid en Sudáfrica, elecciones en las que resultó elegido Nelson Mandela como presidente por una amplia mayoría.

Ensayo: "Dictadura y apertura del campo político. Desmovilización transicional y modulaciones de la resistencia", por Gonzalo Díaz Letelier.

Gonzalo Díaz Letelier, "Dictadura y apertura del campo político. Desmovilización transicional y modulaciones de la resistencia"

En: Revista Escrituras Aneconómicas, año II, nº 4, Santiago, 2013, pp. 107-127. 

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Link para descargar el artículo:

DOSSIER

1. AICHA MESSINA, “De un tono revolucionario adoptado en Chile el 2011”.

2. SERGIO VILLALOBOS-RUMINOTT, “El estatuto filosófico del poema: Variaciones sobre el nombre”.

3. LUCIANO ALLENDE, “Duelo y melancolía en la Postdictadura”.

4. RAUL RODRIGUEZ, “Universidad y Dictadura. A propósito de la calidad universitaria”.

5. RODRIGO GONZALEZ, “A 40 del 11: aportes a una intervención del acontecimiento-sentido”.

6. GONZALO DIAZ LETELIER, “Dictadura y apertura del campo político. Desmovilización transicional y modulaciones de la resistencia”.

7. NICOLAS LOPEZ, “Chile Magistrae Vitae. La pinochetización de las costumbres y la transición democrática”.

ENTREVISTAS

8. OSCAR CABEZAS, Postsoberanía.

9. MIGUEL VALDERRAMA, Historiografía y desaparición.

10. IDELBER AVELAR, Transición y violencia.

11. ERNESTO LACLAU, Hegemonía y actualidad.


APÉNDICE

12. IDELBER AVELAR, Figuras de la violencia. Ensayos sobre narrativa, ética y música popular.

13. JORGE DIAZ, Ficciones crueles y disidencia Sexual. Una crítica a la representación fragmentada de la sexualidad.

14. EDGARDO QUEZADA, La indignidad del poder… una genealogía del UBU en Michel Foucault


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