El texto que aquí traducimos del inglés al español fue publicado originalmente por Jacques Camatte en francés bajo el título “Mort et Extinction”, en Revue Invariance, el 10 de marzo de 2022:
https://revueinvariance.pagesperso-orange.fr/
El texto que he tenido a la vista para la traducción es: Jacques Camatte, “Death and Extinction. Concerning the Invasion of Ukraine”, traducción del francés al inglés por Francesco Borselli, en Il Covile (English edition), nº 632 / XIV, 19 de abril de 2022:
Jacques
Camatte
Muerte y extinción.
A propósito de la invasión de Ucrania.
El momento de la invasión de Ucrania me impuso
la siguiente cuestión: ¿es esta dinámica de muerte una máscara de nuestro
devenir hacia la extinción? ¿O es el devenir a la extinción lo que precisamente
condiciona este nuevo montaje de la matanza, de la guerra en su forma antigua
(no la guerra cibernética), visible y tocante a la lucha por la supervivencia?
Pero, de hecho, esto aplica a todos los conflictos armados actuales, que no
comenzaron ayer.
Lo que se pone fundamentalmente de relieve es
la importancia de la amenaza por ambos lados, pero especialmente del lado ruso. Y esto: el desencadenamiento de la enemistad. Los ucranianos
reaccionaron al ataque ruso defendiéndose enérgicamente, lo cual es lógico y
está ampliamente justificado; pero esto fue acompañado por un desencadenamiento
de odio no sólo por parte de rusos y ucranianos, sino por parte de los que se
llaman occidentales y apoyan a los ucranianos. De modo que la defensa de
los ucranianos y la demonización de los rusos han sido la principal
preocupación de los medios, enmascarando, ocultando la cuestión del Covid 19
(curiosa y repentinamente ya no se considera peligroso y las medidas contra él
pronto serán derogadas) y la publicación del IPCC (Intergovernmental Panel on
Climate Change) que destaca el grave peligro del calentamiento global y, por
tanto, el aumento del riesgo de extinción.
Los rusos se han sentido amenazados desde hace
mucho tiempo, especialmente desde el fin de la Unión Soviética, y es importante
recordar que, en ese momento, ellos liquidaron el Pacto de Varsovia e incluso
propusieron unirse a la OTAN –ya que volvían a ser amigos como lo habían sido
durante la guerra contra Alemania. “La seguridad paneuropea es un sueño”,
se les respondió. La realidad es la enemistad, y Estados Unidos necesitaba un
enemigo. Tener un enemigo permite protegerse de una amenaza haciéndola visible
gracias a algún tipo de encarnación. Esta situación no ha hecho más que incrementarse
más y más hasta hoy.[1]
De hecho, tenemos que remontarnos más atrás en
el tiempo para encontrar los fundamentos de esta enemistad: a la Revolución de
Octubre de 1917, que generó una gran amenaza –que pareció tener un fundamento
real durante un corto período, pero que, de manera atenuada, persistió incluso
después del final de la fase revolucionaria–, así como la enemistad contra el
proletariado que estaba ligado a ella. Esta enemistad duró hasta fines del
siglo pasado, cuando el proletariado desapareció y fue reemplazado por estratos
sociales dominados y explotados en diversos grados. Se podría decir que, hasta
hoy, más o menos inconscientemente, se culpa a los rusos de haber hecho la
revolución.
Hemos afirmado varias veces que la especie
humana trata continuamente de ponerse en guardia contra una amenaza. Esta puesta
en guardia se actualiza tanto a nivel de naciones como de individuos: de ahí los
diferentes conflictos que pueblan la historia. La muerte aparece como el medio
de escapar de la amenaza.[2]
Esta es una explicación de la intervención rusa en Ucrania, pero no una
justificación. Más aún: cuanto más se lucha contra una amenaza, más se la refuerza,
como muestra el caso de Rusia en lo que hace al presente y lo que viene.
Esta dinámica –que provoca guerras que
destruyen a hombres, mujeres, pero también a la naturaleza (hecho que muchas
veces queda encubierto)– aumenta el riesgo de extinción porque exalta la
enemistad que es la causa esencial del calentamiento global ligada a la destrucción
de la naturaleza misma. Se trata de una dinámica que no encuentra ningún
obstáculo porque se sustenta en otra dinámica: la de la autonomización de la
forma capital –que fue capaz de imponerse gracias a la desaparición del
proletariado– expresada a través de la necesidad de una constante innovación
que induce a la obsolescencia de lo producido así como de los productores no
innovadores o insuficientes, generando una amenaza acompañada de una enemistad
en el seno de la realidad social y económica, complementaria a la de lo
superfluo de los seres humanos, contribuyendo todo ello a la creación de
condiciones de vida donde “¿No es más deseable la muerte que esa vida que es
una mera medida preventiva contra la muerte?” (Marx). De hecho, incluso la
muerte no puede resolver nada, porque no puede abolir la cada vez más cercana
víspera de la extinción. La humanidad sólo puede escapar de ella abandonando la
enemistad como forma y principio de vida.
Jacques Camatte, 10 de marzo de 2022.
* * *
Traducción del inglés al español por Gonzalo
Díaz-Letelier.
[1] Muchos documentos que
prueban la validez de esta proposición están disponibles en Internet. Por otro
lado, debemos mencionar el pasado nazi de Ucrania, que fue una amenaza para la
URSS, ahora Rusia, pero fue igualmente una fuerza contra la Alemania nazi.
Recordemos también esto: “De hecho, la crisis que llevó a la disolución de la
URSS y del bloque del Este no es un fenómeno local que concierne sólo a estos
países sino un fenómeno global: el fin de la oposición capital-trabajo y la evanescencia
del fenómeno de la propiedad basada en la tierra; la plena eliminación de los
límites al devenir del capital y la realización de un desarrollo no antagónico,
no dialéctico. Más exactamente, hay una disolución del conflicto por su
generalización dentro de la comunidad-sociedad del capital. Esto conmociona
profundamente los cerebros de los humanos que están acostumbrados a pensar solo
en términos de conflicto y polarización entre dos campos. El escenario ahora
alcanzado por el capital impone a hombres y mujeres la necesidad de vivir sin
enemigos, lo que socava todas sus representaciones y causa el actual desconcierto,
que corre el riesgo de ser sólo transitorio porque los enemigos se transforman
en competidores, en verdaderos actores capitalistas. Se necesita algún tiempo
para eliminar las viejas representaciones” (Epílogo al «Manifiesto
comunista de 1848», escrito en 1991).
[2] Cfr. la consigna
franquista: ¡Viva la muerte!