El siguiente texto apareció publicado en
francés el 20 de septiembre de 2018, en el sitio electrónico de Libération, en Francia, bajo el título «Migrer, une condition d’existence du vivant»:
El texto fue presentado en el coloquio “Brassages planétaires”, que tuvo lugar
entre el 1 y el 8 de agosto de 2018 en el Centre Culturel International de
Cerisy-la-Salle (CCIC). Participaron en la escritura en común:
Gilles Clément (jardinero)
Emanuele Coccia (filósofo)
Antoine Kremer (genetista)
Jacques Tassin (agrónomo y ecólogo)
Sébastien Thiéry (politólogo).
Migrar, una condición de existencia de lo viviente.
Gilles
Clément, Emmanuel Coccia, Antoine Kremer, Jacques Tassin, Sébastien Thiéry
Biólogos, ecólogos, genetistas y
paleontólogos concuerdan en un punto: los animales y los vegetales responden a
los cambios ambientales adaptándose o ajustando la distribución espacial de sus
poblaciones. Tal ajuste, operado por una fracción juvenil apta para la
dispersión, procede de una migración a menudo imperceptible y continua, a veces
repentina, que da nueva forma a los mapas vivos, transgrediendo las fronteras y
mezclando las poblaciones. En este sentido, las invasiones biológicas siempre
han sido una oportunidad para el mantener la vida frente a las sedentaridades
mortíferas. Las migraciones son una condición de la existencia. La evolución misma
es una forma de migración de lo viviente, en busca de nuevas formas y
funcionalidades, mejor fondeada en un mundo que siempre se recompone.
¿Vale esta verdad primera para los humanos?
La biología no es la política, y la analogía con las migraciones humanas
actuales es tramposa. Estas últimas rara vez se desencadenan por una
degradación progresiva de los hábitats usuales, sino que mayormente por catástrofes
que los hacen brutalmente invivibles. Las gentes constreñidas a migrar, que
aspiran a condiciones de vida tolerables, no van a espacios familiares y
equivalentes, sino a lo otro y desconocido de mundos posiblemente mejores. Nada
de eso hay, para ser exactos, en las bestias y las plantas que, como las ranas
y los robles durante las últimas glaciaciones, han seguido el cambio de sus
medios lo mejor posible.
Hay aquí, pues, algo más que una
analogía entre los movimientos que operan en humanos y no humanos. Hay
especialmente una promesa de riqueza en la revisión de nuestra visión sobre los
“migrantes”, término que es tan reductivo. Pues no hay una especie viviente
migrante como tal, ni existe una población humana migrante en sí. Toda
migración viviente no es más que la expresión temporal de una contingencia.
Pensar la migración como autónoma sería precisamente convertirla en una
abstracción, o incluso implicaría asimilar a ciertos pueblos maltratados a
portadores de chalecos salvavidas. Detrás del término migrante, no hay nada.
Detrás del hombre designado por el término, hay un cruce del mundo. Y detrás de
toda jungla, sea cual sea el objeto que designa este término, está la emergencia
misma de un mundo en devenir.
Más que de migración, se trata de medios
que uno deja, de otros que uno descubre y contribuye a transformar, de
confrontación entre poblaciones, de posturas hostiles o acogedoras. Se trata de
contextos, de matices a los que la idea ansiógena del gran reemplazo o de la
posible aniquilación de nuestros fundamentos no resiste un instante. También se
trata de nuevas riquezas, de recombinaciones, de fuerzas conjuntas que generan
planos de recomposición. No hay más que devenires, escribió Jean Borreil en «La raison nomade». Es lo que a ellos
les falta ver.
El mundo de hoy es un vasto jardín
criollo del cual ya somos los frutos. Podemos intentar retrasar el
advenimiento, disimular sus manifestaciones, silenciar los sufrimientos que implica.
También podemos alimentar la sideración, fetichizar nuestras fronteras, crisparnos
en unas identidades que contradicen nuestras existencias múltiples, y ceder a
las dictaduras ideológicas contemporáneas que amenazan seriamente con aniquilar
el mundo. Podemos, por otro lado, frente a un movimiento constitutivo de lo
viviente y que nada puede parar, acompañar las transformaciones en curso a
favor de un mundo vivible para todos. En plantas y animales, la migración
asistida de especies menos móviles y el enriquecimiento de la diversidad local
ya se están llevando adelante para facilitar la adaptación de lo viviente a un
futuro que el cambio climático hace incierto. Pensar en las migraciones humanas
es también pensar en el acompañamiento de lo viviente. Las migraciones humanas
requieren un rebasamiento de sí [dépassement
de soi], tanto de los hombres que se embarcan como de aquellos que ven lo
desconocido varado en sus orillas. Las experiencias alegres de nuestros
conciudadanos que dan la bienvenida a los “migrantes” también resultan de tal rebasamiento.
No es prudente ni fecundo tirar hacia atrás el mismísimo hilo de la vida.
Las migraciones invitan a refundar
nuestro mundo más allá de toda indignación, y a hacerlo común sin hacerlo como
si fuera uno, es decir, sin ceder a ninguna hegemonía del miedo. Eso a lo que
le tememos hoy no es más que el mecanismo más banal de la historia del planeta
y sus habitantes. Ahora es importante reintroducir el pasado en nuestro futuro,
así como el futuro en nuestro pasado. Con el cambio climático, los cambios de
entorno que se produjeron en el pasado se repiten ante nuestros ojos, y ello
implicará a plantas, bestias y homo
sapiens, sin distinción. Al fin de cuentas, se impone una constatación:
como para todos los otros seres vivientes –que no pueden sobrevivir más que en
un medio que, de uno u otro modo, los acepte e integre su presencia en el
devenir–, la hospitalidad es el único entorno propicio para el devenir de nuestra
especie.[1]
Traducción del francés al español:
Gonzalo Díaz Letelier.
[1] Este texto corresponde
al coloquio “Brassages planétaires”, organizado
por Patrick Moquay, Véronique Mure y Sébastien Thiéry en Cerisy del 1 al 8 de
agosto, con las contribuciones de: Sylvain Allemand, Maxime Aumon, Serge
Bahuchet, Ruedi Baur, Martin Bombal, Raphaël Caillens, Cécilia Claeys, Gilles
Clément, Mathilde Clément, Sarah Clément, Emanuele Coccia, Olivier Darné,
Hélène Deléan, Nicolas Delporte, Anne-Marie Fixot, Christian Grataloup, Antoine
Hennion, Olivier Filippi, Sylvie Glissant, Emmanuelle Hellio, Antoine Kremer,
Yann Lafolie, Camille Louis, Kendra McLaughlin, Bulle Meignan, André Micoud,
Marie-José Mondzain, Dimitri Robert-Rimsky, Adrien Sarels, Jacques Tassin,
Dénètem Touam Bona, Tom Troïanowski, Bénédicte Vacquerel, Sarah Vanuxem y
Camille Zéhenne.