El
siguiente artículo de Achille Mbembe apareció publicado en inglés el 22 de Diciembre
de 2016, en el sitio electrónico de Mail
& Guardian, en Sudáfrica, bajo el título «The age of humanism is ending»:
Achille
Mbembe (1957, Camerún francés) es un historiador, pensador postcolonial y
cientista político; estudió en Francia en la década de 1980 y luego ha enseñado
en África (Sudáfrica, Senegal) y Estados Unidos. Hoy enseña en el Wits
Institute for Social and Economic Research (Universidad del Witwatersrand,
Sudáfrica). Ha publicado Les Jeunes et
l'ordre politique en Afrique noire (1985), La naissance du maquis dans le Sud-Cameroun. 1920-1960: histoire des
usages de la raison en colonie (1996), De
la Postcolonie, essai sur l'imagination politique dans l'Afrique contemporaine
(2000), Du gouvernement prive indirect
(2000), Sortir de la grande nuit – Essai
sur l'Afrique décolonisée (2010), Critique de la raison nègre (2013). Su
nuevo libro, The Politics of Enmity,
será publicado por Duke University Press en 2017.
La era del humanismo está terminando.
Achille Mbembe
No
hay indicios de que el 2017 vaya a ser muy diferente del 2016.
Bajo
ocupación israelí por décadas, Gaza seguirá siendo la mayor prisión a cielo abierto
de la Tierra.
En
los Estados Unidos, la matanza de gente negra a manos de la policía continuará
ininterrumpidamente y cientos de miles más se unirán a los que ya están
alojados en el complejo industrial-carcelario que vino a instalarse tras la
esclavitud de las plantaciones y las leyes de Jim Crow.
Europa
continuará su lento descenso hacia el autoritarismo liberal o lo que el teórico
cultural Stuart Hall llamó populismo autoritario. A pesar de los complejos
acuerdos alcanzados en los foros internacionales, la destrucción ecológica de
la Tierra continuará y la guerra contra el terror se convertirá cada vez más en
una guerra de exterminio entre varias formas de nihilismo.
Las
desigualdades seguirán creciendo en todo el mundo. Pero lejos de abastecer un
ciclo renovado de luchas de clase, los conflictos sociales tomarán cada vez más
la forma de racismo, ultranacionalismo, sexismo, rivalidades étnicas y
religiosas, xenofobia, homofobia y otras pasiones mortales.
La
denigración de virtudes como el cuidado, la compasión y la generosidad va de la
mano con la creencia, especialmente entre los pobres, de que ganar es lo único
que importa y que quién gana –en virtud del medio que sea necesario– es en
última instancia el que está en lo correcto.
Con
el triunfo de este acercamiento neo-darwiniano al hacer-historia, el apartheid bajo diversas modulaciones será
restaurado como la nueva vieja norma. Su restauración pavimentará el camino
hacia nuevos impulsos separatistas, a la construcción de más muros, a la
militarización de más fronteras, a formas mortales de policialización, a
guerras más asimétricas, a alianzas rotas y a innumerables divisiones internas,
incluso en democracias establecidas.
Nada
de lo señalado más arriba es accidental. En todo caso, es un síntoma de cambios
estructurales, cambios que se harán cada vez más evidentes a medida que se despliegue
el nuevo siglo. El mundo tal como lo conocíamos desde el final de la Segunda
Guerra Mundial, con los largos años de la descolonización, la Guerra Fría y la
derrota del comunismo, ese mundo ha terminado.
Ha
comenzado otro largo y mortífero juego. El principal choque de la primera mitad
del siglo XXI no será entre religiones o civilizaciones. Será entre la
democracia liberal y el capitalismo neoliberal, entre el gobierno de las
finanzas y el gobierno del pueblo, entre el humanismo y el nihilismo.
El
capitalismo y la democracia liberal triunfaron sobre el fascismo en 1945 y
sobre el comunismo a principios de los 90 cuando colapsó la Unión Soviética.
Con la disolución de la Unión Soviética y el advenimiento de la globalización,
sus destinos fueron destrenzados. La creciente bifurcación entre la democracia
y el capital es la nueva amenaza para la civilización.
Apoyado
por el poder tecnológico y militar, el capital financiero ha logrado su
hegemonía sobre el mundo mediante la anexión del núcleo de los deseos humanos
y, en el proceso, convirtiéndose él mismo en la primera teología secular
global. Fusionando los atributos de una tecnología y una religión, se basó en
dogmas incuestionables que las formas modernas de capitalismo habían compartido
a regañadientes con la democracia desde el período de posguerra –la libertad
individual, la competencia en el mercado y la regla de la mercancía y de la
propiedad, el culto a la ciencia, la tecnología y la razón.
Cada
uno de estos artículos de fe está bajo amenaza. En su núcleo, la democracia
liberal no es compatible con la lógica interna del capitalismo financiero. Es
probable que el choque entre estas dos ideas y principios sea el acontecimiento
más significativo del paisaje político de la primera mitad del siglo XXI, un
paisaje formado menos por la regla de la razón que por la liberación general de
pasiones, emociones y afectos.
En
este nuevo paisaje, el conocimiento se definirá como conocimiento para el
mercado. El mercado mismo será re-imaginado como el mecanismo primario para la
validación de la verdad. A medida que los mercados se convierten cada vez más
en estructuras y tecnologías algorítmicas, el único conocimiento útil será
algorítmico. En lugar de gente con cuerpo, historia y carne, las inferencias
estadísticas serán todo lo que cuenta. Las estadísticas y otros datos
importantes se derivarán principalmente de la computación. Como resultado de la
confusión de conocimiento, tecnología y mercados, el desprecio se extenderá a
cualquier persona que no tenga nada que vender.
La
noción humanista y de la Ilustración del sujeto racional capaz de deliberación
y elección será reemplazada por la del consumidor conscientemente deliberante y
elector. Ya en construcción, triunfará un nuevo tipo humanidad. Este no será el
individuo liberal que, no hace mucho tiempo atrás, creíamos que podría ser el
tema de la democracia. El nuevo ser humano será constituido a través y dentro
de las tecnologías digitales y los medios computacionales.
La
era computacional –la era de Facebook, Instagram, Twitter– está dominada por la
idea de que hay pizarras limpias en el inconsciente. Las formas de los nuevos
medios no sólo han levantado la cubierta que las eras culturales previas habían
puesto sobre el inconsciente, sino que se han convertido en las nuevas
infraestructuras del inconsciente. Ayer, la socialidad humana consistía en
mantener los límites sobre el inconsciente. Pues producir lo social significaba
ejercer vigilancia sobre nosotros mismos, o delegar a autoridades específicas
el derecho a hacer cumplir tal vigilancia. A esto se le llamaba represión. La
principal función de la represión era establecer las condiciones para la
sublimación. No todos los deseos pueden ser cumplidos. No todo puede ser dicho
o hecho. La capacidad de limitarse a sí mismo era la esencia de la propia
libertad y de la libertad de todos. En parte gracias a las formas de los nuevos
medios y a la era post-represiva que han desencadenado, el inconsciente puede
ahora vagar libremente. La sublimación ya no es necesaria. El lenguaje se ha
dislocado. El contenido está en la forma y la forma está más allá, o excediendo
el contenido. Ahora se nos hace creer que la mediación ya no es necesaria.
Esto
explica la creciente posición anti-humanista que ahora va de la mano con un
desprecio general por la democracia. Llamar a esta fase de nuestra historia
fascista podría ser engañoso, a menos que por fascismo nos refiramos a la
normalización de un estado social de la guerra. Tal estado sería en sí mismo
una paradoja, pues en todo caso la guerra conduce a la disolución de lo social.
Y sin embargo, bajo las condiciones del capitalismo neoliberal, la política se
convertirá en una guerra apenas sublimada. Esta será una guerra de clases que
niega su propia naturaleza: una guerra contra los pobres, una guerra racial
contra las minorías, una guerra de género contra las mujeres, una guerra
religiosa contra los musulmanes, una guerra contra los discapacitados.
El
capitalismo neoliberal ha dejado en su estela una multitud de sujetos
destruidos, muchos de los cuales están profundamente convencidos de que su
futuro inmediato será una exposición continua a la violencia y a la amenaza
existencial. Ellos desean genuinamente un retorno a cierto sentido de certeza –lo
sagrado, la jerarquía, la religión y la tradición. Ellos creen que las naciones
se han convertido en algo así como pantanos que necesitan ser drenados y que el
mundo tal como es debe ser llevado a su fin. Para que esto suceda, todo debe
ser limpiado. Están convencidos de que sólo pueden salvarse en una lucha
violenta para restaurar su masculinidad, cuya pérdida atribuyen a los más
débiles entre ellos, los débiles en que no quieren convertirse.
En
este contexto, los emprendedores políticos más exitosos serán aquellos que
hablen de manera convincente a los perdedores, a los hombres y mujeres
destruidos por la globalización, y a sus identidades arruinadas.
La
política se convertirá en la lucha callejera, la razón no importará. Tampoco
los hechos. La política se revertirá a un asunto de supervivencia brutal en un
ambiente ultracompetitivo.
En
estas condiciones, el futuro de la política de masas de izquierda, progresista
y orientada hacia el futuro, es muy incierto. En un mundo centrado en la
objetivación de todos y de todo ser viviente en nombre del lucro, la borradura de
lo político por el capital es la amenaza real. La transformación de lo político
en negocio plantea el riesgo de la eliminación de la posibilidad misma de la
política. Si la civilización puede dar lugar a alguna forma de vida política,
tal es el problema del siglo XXI.
Traducción
del inglés al español: Gonzalo Díaz Letelier.