TEXTO
DE PRESENTACIÓN DEL LIBRO
(Galería Metales
Pesados / Santiago, jueves 6 de Octubre de 2016)
CARLOS CASANOVA
ESTÉTICA Y PRODUCCIÓN EN KARL MARX.
EDICIONES METALES PESADOS, 2016.
118 PÁGINAS
ISBN 978-956-8415-983
POR GONZALO DÍAZ LETELIER
Uno
de los filósofos más celebres del viejo canon literario de la filosofía primera
es Kant. Según el filósofo alemán, la vida volitiva finita puede orientarse
infinitamente hacia la “virtud”, es decir, hacia su posibilidad más alta, aquella que se expresa en la “ley moral
pura”: la hūmānitās es aquí el logro
de un animal racional que desde su finitud se aproxima infinitamente a una
determinada idealidad práctica “prototípica”, esto es, la “santidad”. En
efecto, la persōna en el pensamiento
de Kant es el “sujeto moral” de la razón práctica, y lo es a condición de
postulado a partir de la idea regulativa
de “alma” de la razón pura. .[1]
En cualquier caso, tal idealidad santa
que regula a la hūmānitās como tal,
según la formulación de Kant, opera sobre la base de una vida finita,
imperfecta y plástica, que puede modelarse según ella, o puede no hacerlo. Y es
esta plasticidad de la orientación volitiva del poder/posibilidad de la vida
del hombre (homo) el motivo en el que
insistía Nietzsche, cuando refería al carácter
siempre inacabado de la forma humana. En un conocido pasaje de su libro más
oracular, Nietzsche señalaba que el hombre es “una cuerda tendida sobre un
abismo”, un “tránsito”, un “ocaso”.[2]
En el léxico de Nietzsche, el hombre es un ser inacabado, sin determinación
ontológica definitiva, siempre por hacerse en una nueva figura. Este carácter siempre inacabado de la forma
humana hace posible al hombre su devenir creador, pero también su estatuto de cría en relación con la política –estatuto ya definido por Platón
con su concepción “pastoral” de la política.[3]
En su libro «Estética y producción en Karl Marx», el filósofo Carlos Casanova
pone en juego el intento de pensar este devenir de lo humano en una cierta
clave, la del comunismo. El comunismo
como clave de pensabilidad apunta al intento de praxis teórica en común que se
la juega en cada caso por desactivar la comprensión ontoteológica de lo
político que articula fantasmáticamente el ejercicio de la política como
dispositivo soberano-gubernamental jurídico-policial y sacrificial, en sentido
capitalista. Casanova apunta a pensar el
devenir de lo humano sin metafísica del sujeto y de la presencia –es decir,
ateológica y anárquicamente–, como potencia
común, solidaria e inapropiable de uso de los cuerpos y de la imaginación,
pensando aquí en juego con un Marx impropio, abierto a las intensidades de una
línea de fuerza spinoziana, o averroísta, si se quiere. Se trataría así de la
suscitación de un Marx posible, de una clave de pensabilidad para poner en
juego la vida en común y resistir en medio de la catástrofe de la constelación
histórica que nos toca. Un Marx posible, pensable, hasta hace algunos años
impensado; pero por ello mismo se trata de un Marx hereje para las doctrinas
ortodoxas que lo han objetivado y dispuesto “a la mano” en un uso consagrado,
como manual para “el gobierno de la
revolución”.
Tal como se deja sentir con mucha
fuerza en los trabajos de Willy Thayer, Rodrigo Karmy, Sergio
Villalobos-Ruminott y muchos otros amigos y amigas por aquí o en otros países,
en el de Carlos Casanova alienta también una urgente y decisiva interrogación
ontológica por el vínculo entre vida y forma, una pregunta por la íntima
relación entre imaginación e imagen, imaginación y violencia, enfocándose en la
configuración de esa curva monstruosa que va desde la potencia común de lo viviente hasta la potestad soberana y gubernamental que, en su hipérbole nihilista,
captura a la vida en una ecología sacrificial. Y en cuanto a la artesanía
escritural del pensar, Casanova elabora esta pregunta, esta inquietud de la
vida por su relación con la potencia y la forma, con la maestría en la urdimbre
de un gran “tejedor” (texere, textum: tejer, tejido).
Si se me urge a esbozar una trama posible de lectura de
este “tejido”, yo me figuraría y mostraría así la complexión de su “punto”: tramar
los hilos del pensamiento en un intento de pensar con Marx –en “clave estética”–
el vínculo entre vida, poder y forma.
En este caso, Casanova invita a pensar lo que Marx llama “vida genérica” (potencia común, diríamos en la fórmula
de Spinoza) a partir del fenómeno del devenir
de la vida como tecnología o
“tecnicidad originaria” (lo que en una línea que va de Heidegger a Stiegler,
Derrida, Deleuze, Guattari o Foucault nos remite a la dimensión “protésica” y antropogenética de la técnica como modo
de ser originario del viviente). Esta plasticidad tecnológica de la potencia de
lo viviente, en su devenir, puede ser capturada, apropiada y formada por el dispositivo soberano-gubernamental (del
capitalismo y su filosofía de la historia, con sus rendimientos de dominación
molar y sujeción molecular); pero en el seno del dispositivo late o se desata
siempre la intensidad emancipatoria de una vida ingobernable, de una vida
desobediente que se resiste a dejar de ser potencia
común –lo que nos señala al “comunismo” como vida común no interdicta por
la fantasmagoría principial de la propiedad: comunidad inesencial de la
diferencia, proliferación de vida pagana sin patrón de acumulación sacrificial,
en el devenir de una historicidad radical y heterocrónica.
Casanova nos hace señales hacia una vida que, al pensarse y
agenciarse en el mundo con los otros y otras, no se somete ni reduce
categorialmente a la articulación teleológica del paso de la potencia al acto realizado
en una forma plena y eminente, como presencia ontoteológicamente consagrada (opus Dei) y naturalizada en el
funcionamiento del dispositivo que define las relaciones sociales y las formas
de subjetivación que ello conlleva. El hombre no tiene una “esencia” o “naturaleza” propia que poner en obra, sino una potencia técnica originaria y común de poner
en juego el uso del cuerpo y la imaginación –la técnica como potencia
antropogenética y cosmogenética histórica, inmanente y común, más allá de sus
tradicionales, usuales y corrientes interpretaciones “antropológicas” (la
técnica objetivada en las máquinas y artefactos ‘ahí delante’) e “instrumentales”
(racionalidad dispositiva total de lo
ente como objeto de representación científica y recurso de explotación técnica,
junto con la correlativa automatización
alienante del mundo de la vida como “sistema” técnico al que el hombre se
sujeta sirviendo y por el que el hombre es al mismo tiempo producido como
sujeto).[4]
De modo que la emancipación
pensable desde aquí apunta a la apertura de lo
común desactivando su privatización, esa capacidad creadora de la vida que
yace colonizada y cautiva, privatizada o “clausurada” en un modo de producción
donde la sociedad deviene mercado y
donde la vida se reconoce en una forma de comunidad cerrada identitariamente,
comunidad civilizacional, comunidad nacional, comunidad racializada, clasista y
sexualizada –todas ellas formas de “propiedad privada”. En otras palabras, todas
ellas formas de comunidad substancializada, atravesada en su carne por los
espectros lógicos e imaginarios que articulan la gramática identitaria del
racismo, el machismo, el clasismo y la xenofobia, por de pronto arraigados en la
historicidad imperial-colonial y estatal-nacional de esta parte del cono sur.
Lo común señala así hacia una lógica
de la diferencia, lógica que interrumpe y desbarata a la lógica del gobierno
económico-político sacrificial de la vida. En ello se juega algo importante,
una crítica radical de la “propiedad privada” (Privateigentums) en el sentido más esencial pensado por Marx, si se
me permite decirlo así con todas las precauciones.
En consecuencia, en
el pensamiento de Casanova se puede hallar una interpretación de lo viviente en
relación con su potencia común, cuyo índice es:
(…) el acto de transformación de formas siempre en devenir; un acto desde siempre habitado
por la posibilidad de su dislocación, de su interrupción como presencia, por la
originaria imposibilidad de ser clausurado como forma.[5]
Esta vida se juega en una comunidad vivida como “asociación no
anudada por un sentido dado”[6] ni
subjetivamente autoclausurada, en la que se despliega la potencia común de
pensar, desear y actuar, abiertos a la singularidad/pluralidad de la común
diferencia con lo otro, a la colaboración solidaria con los otros, y no
apropiando ni limitando la potencia del otro –aquí resuenan, claro está, las
nociones de intelecto general (Averroes,
Spinoza, Marx) y de potencia profana del
uso común de la carne y de su reverberancia imaginante (Agamben). Todo esto
lleva implícita la crítica de la matriz ontoteológica del patrón de acumulación
político (autoridad, representación, ley) y económico (régimen de producción capitalista
y estético-moral), que opera metafísicamente la apropiación de lo inapropiable
de la vida. Cuando lo inapropiable de la vida es apropiado, la vida deviene
“alienada” en su forma de vida, tanto
en el ejercicio maquínico o disciplinario de su potencia productiva, como en la
expropiación y fetichización equivalenciada de sus producciones.
En el horizonte de una crítica radical
de la matriz ontoteológica de la
propiedad privada como patrón de acumulación sacrificial –en sentido
político y económico, y por tanto estético y moral–, y teniendo en cuenta la
consideración esencialmente clave sobre la tecnicidad
originaria de la vida, me parece que el libro de Casanova nos pone frente a
la posibilidad de lo que él llama un “humanismo del hombre sin obra”, donde el comunismo señala hacia el devenir
metamórfico de la vida pagana, hacia la plasticidad y anarquía de la vida
común, vida potencial no subrogada a la facticidad del dispositivo como
ensamble hegemónico de discursos con función veridictiva e instituciones como
espacios de producción y reproducción de relaciones asimétricas de poder. Ni
amo ni esclavo, ni humano ni animal. La emancipación política y económica es
así una emancipación estética, pues se trata ante todo de liberar la relación
ateológica y anárquica entre vida y forma, destruyendo la comprensión
sacrificial de lo político en su sentido greco-cristiano. El texto de Casanova
nos inclina así, en su desviación, a partir del encuentro con Marx, hacia un “humanismo
desobrado” que interrumpe la lógica de la fractura
biopolítica que traza la cesura entre la proyección, promoción y protección
de una forma de vida ascendente y la producción de una vida despreciable,
explotable y sacrificable. Desde esta crítica radical al “principio de
propiedad” que articula la proyección de una vida ascendente propiamente tal –y que articula asimismo a su
reverso sacrificial, producto de las lógicas de clasificación (identidad) y
jerarquización (dominación)–, resulta interesante la lectura –desde ciertas
indicaciones de Marx– del concepto de proletariado
como “clase no clase”: frente a la identidad fuerte de la clase dominante como
“sujeto” político y empresarial (identidad articulada desde la apropiación de
su ser en la forma “personal”), el proletariado como clase no clase se refiere a
la multitud heterogénea de la vida que se escapa del dispositivo ontoteológico
(es decir, capitalista, clasista, racista, machista, etc.), luchando
solidariamente por la emancipación de su potencia productiva, ya sea en sentido
político (democracia radical), ya sea en sentido económico (no maquinación, no
explotación), ya sea en sentido social (no clasificación, no jerarquización), y,
a nivel molecular (Deleuze), diríamos
que en un sentido estético-existencial –forma de vida que habita la diferencia
singular/plural del común impropio, no expropiada ni apropiadora, sin esencia,
sin trascendencia, detonando el “estallido de las formas de ser”, esa stasis que no deja de latir o desatarse,
a diferentes intensidades, en el corazón de las máquinas de captura de la vida.
[2] Nietzsche, Friedrich, «Así habló
Zaratustra. Un libro para todos y para nadie», traducción del alemán al
español por Andrés Sánchez Pascual, Editorial Alianza, Madrid, 242000,
p. 38.
[3] Sloterdijk, Peter, «Normas para
el parque humano. Una respuesta a la ‘Carta sobre el humanismo’ de Heidegger»,
traducción del alemán al español por Teresa Rocha, Ediciones Siruela, Madrid, 42006,
p. 60 y ss.
[4] Casanova, Carlos, «Estética y
producción en Karl Marx», Ediciones Metales Pesados, Santiago, 12016,
pp. 86 y 97.
[5] Ibídem, p. 10.