Este ensayo fue publicado originalmente en la revista New Observations, nº 130 (2015). Originalmente traducido al inglés por Daniel Heller-Roazen. Traducido al castellano específicamente para Infrapolitical-Deconstruction Collective, por Gerardo Muñoz y Pablo Domínguez Galbraith. No reproducir sin incluir la fuente.
¿A quién se dirige la poesía?
¿A quién se dirige la poesía? Solo es posible responder esta pregunta si
se entiende que el destinatario del poema no es una persona real sino una exigencia.
Una exigencia nunca coincide con las categorías modales con las que
estamos familiarizados. El objeto de la exigencia no es ni necesario ni
contingente, no es posible o imposible.
Se puede decir, en cambio, que una cosa ‘exige’ (‘exacts’) o demanda
otra, cuando sucede que, si la primera cosa es, la otra también tiene que ser,
sin que necesariamente la primera esté implicando lógicamente a la segunda o
forzándola a existir en el ámbito de los hechos. Una exigencia es simplemente
algo más allá de toda necesidad y toda posibilidad. Es similar a una promesa
que solo puede ser cumplida por aquel que la recibe.
Benjamin escribió alguna vez que la vida del Príncipe Myshkin exige
permanecer inolvidable, aun cuando todos la olviden. De la misma forma, el
poema exige ser leído, aun cuando nadie lo lea.
Esto mismo puede expresarse diciendo que en la medida en que la poesía
demanda ser leída, debe permanecer ilegible. Estrictamente hablando, no hay un
lector de poesía.
Es esto quizás lo que Cesar Vallejo tenía en mente cuando, al definir la
intención última y la dedicatoria de casi toda su poesía, no encontró otras
palabras más que decir por el analfabeto a quien
escribo. Es importante detenernos en la formulación
aparentemente redundante “por el analfabeto a quien escribo”. Aquí “por”
significa menos “para” que en “lugar de”; tal como Primo Levi dijo que él daba
testimonio por –esto es, “en el lugar de”– aquellos llamados Muselmanner que, en la jerga de Auschwitz, nunca
pudieron dar testimonio.
El verdadero destinatario de la poesía es aquel que no está habilitado
para leerla. Pero esto también significa que el libro, que es destinado a quien
nunca lo leerá –el iletrado– ha sido escrito por una mano que, en cierto
sentido, no sabe leer y que es, por lo tanto, una mano iletrada. La poesía es
aquello que regresa la escritura hacia el lugar de ilegibilidad de donde
proviene, a donde ella sigue dirigiéndose.
* Traducción
del inglés al español por Gerardo Muñoz y Pablo Domínguez Galbraith.