sábado, 27 de junio de 2020

Gonzalo Díaz Letelier - La "pandemia social" chilensis, o la opereta del aprendiz de dictador.




Escribo esto a propósito de una intervención de Rodrigo Karmy y Gerardo Muñoz, el pasado 23 de junio,[1] con un texto que trata de una cuestión que ha hecho saltar, hasta hace poco, una serie de inquisiciones, posicionamientos y partisanismos universitarios –a propósito de las intervenciones de Giorgio Agamben, pero no sólo de él. Es sólo un comentario inclinado por mi percepción de lo que ocurre en Chile por estos días. Me parece que lo que Muñoz y Karmy acogen del pensamiento de Agamben, en ese texto, es la noción de “vida desnuda” (homo sacer, vida separada de su forma, materia pasiva de un poder principial): la acogen precisamente como índice de un presupuesto metafísico de la comprensión y ejercicio del poder. No de una comprensión cualquiera, sino de la que se pone en juego en esa racionalidad, de contextura (necro)biopolítica, que se autoafirma historicistamente como la civilización de Occidente. Lo que me parece interesante es que Karmy y Muñoz apuntan a la noción de “vida desnuda”, pero lo hacen no como pajes de alguna capilla profesoril, ni para insistir teóricamente en el espectro pálido y atemporal del presupuesto metafísico como condicionante lógico de la fantasía histórica, sino más bien para pensar la materialidad de las maquinaciones hoy en curso. Pues hoy asistiríamos a una reconfiguración de los discursos y las prácticas gubernamentales del capital –discursos y prácticas con una genealogía decisiva en las formas del poder pastoral occidental, y que hoy consumarían la metafísica ontoteológica como cibernética. El acomodo estratégico iría así: el “dominio económico neoliberal” (polo económico) se ensamblaría con un “progresismo compensatorio” que recurre tácticamente a la medicalización de los cuerpos (polo médico). Frente al polo económico que pone al capital sobre la vida, el polo médico viene a poner ante todo “la vida” –incluso antes de sus formas, vita abstracta, “desnuda”, plástica y dócil. Maquinación económica sacrificial y, a la par, compensación biomédica que reduce la vida precisamente a la forma negativa de su “conservación” (Thomas Hobbes), como “sobrevivencia” y “optimización” gubernamental, pública o privada, de su “salud” –término teológico (“salvación”) biomédicamente secularizado.

Claro está, por todos los santos y las santas, que esto no es nada contra los médicos. Aunque cada médico podría hallarse, quizás, en una encrucijada existencial, en medio de este acontecimiento, en relación con la facticidad del poder y de la pestilencia, como la que asalta no sólo al médico, sino también a los periodistas y al cura en la novela «La peste», de Albert Camus. Y a cada uno de nosotros –sólo piénsese en el rol del pedagogismo en esta coyuntura, como eventual habilitador del capitalismo universitario de plataformas, o universidad telemática, donde prolifera la norma para asegurar la reproductibilidad técnica.[2] Creer que esto es anti-ciencia o aniti-medicina, en el sentido de un hippismo revenido o de un provincianismo tecnofóbico, es tan poco sutil como pensar que quien cuestiona la lógica de la industria alimentaria está llamando al ayuno permanente. El problema, formulado provocativamente por Karmy y Muñoz, es más bien que “(...) la abstracción de la 'Vida' es lo suficientemente plástica para ser 'integrada' al ordenamiento general de lo que hoy llamamos el organismo cibernético, que es la fase superior del dominio del liberalismo moderno”. De modo que tenemos, por un lado, el control económico de los cuerpos mediante la deuda de trabajo y financiera (“la economía sobre la vida”, se dice), y por otro el oportuno control político de los cuerpos en nombre de su “salud” (“la vida sobre la economía”, se dice).

En este sentido, a propósito de esta maquinita bipolar, la referencia de Muñoz y Karmy a Jordi Carmona es precisa: se trata tanto de interrumpir la cibernética de la máquina económica neo-malthusiana, como la caída en la dinámica “compensatoria” de una deriva político-sanitaria que nos “salve” del desastre neoliberal. Pues, ¿qué pasa en Chile, por caso? La conjunción/disyunción entre la revuelta del perro y la sobrevenida del virus Corona configuró el escenario para asociar gubernamentalmente la medicalización –más bien espectral– de los cuerpos a la seguridad. El efecto lo vivimos hoy: un toque de queda político-sanitario prolongado por meses, con militares en las calles y en los caminos rurales –un ejército de hombres que van armados con unos fusiles que, como se deja adivinar, tienen nulo rendimiento letal contra el virus. Y todo esto en un contexto donde la heterodoxa incorporación de lo no-humano –“el Corona”– a la narrativa humana de la historia y de las tácticas genera contradicciones en la misma lógica dispositiva del gobierno: si se trata de trabajar, la razón gubernamental nos quiere afuera (“activando la economía” o expuestos en el “trabajo esencial”); si se trata de la revuelta, la razón gubernamental nos quiere adentro (en confinamiento autogestionado con teletrabajo). En cualquier caso ya no hay calle, sólo circulación. Y hay ya sólo casa y familia, reino de la oikonomía y cuerpos amenazados por la enfermedad, el hambre y los militares.

En Chile, hoy el gobierno está utilizando el discurso sanitario para legitimar la securitización político-militar de la ciudad y el campo, en defensa de los procesos de acumulación del capital empresarial local y corporativo-financiero transnacional. Los militares no están ahí ni prestos ni ocupados en combatir el virus, sino que vigilan que no salga de su dimensión esotérica la revuelta –la “pandemia social”, como la llaman Piñera y los muñecos de su opereta. Una revuelta que parece dormida en virtud de una ilusión óptica: la coincidencia entre la prudencia sanitaria y la orden soberana de confinamiento, que no es lo mismo que la obediencia al soberano –toda vez que la transferencia de autoridad se halla radicalmente interrumpida. Pero la interrupción de la obediencia a la diligente gestión “sanitaria” de las restricciones políticas tampoco se trata de una insólita coincidencia con “la agenda libertaria de un neoliberalismo desesperado frente a la desaceleración de sus procesos de acumulación” (para decirlo con Sergio Villalobos-Ruminott),[3] pues interrumpir la máquina del biopoder es exceder la protección de “esta vida” en su instalación fáctica –o la protección de una pretendida “vida desnuda”–, por supuesto que no para transgredir los cuidados recíprocos de la prudencia sanitaria, sino para desde ahí abrir la vida posible en común, en la proliferación anárquica de sus formas, más allá de su captura por las máquinas soberano-gubernamentales del filo cibernético de la época. En Chile habrá que ver cuándo y cómo nos van a devolver la calle, una vez que “el Corona”, indiferente respecto de la historia humana, eventualmente se haya ido.



[1] Rodrigo Karmy y Gerardo Muñoz, «Contra el polo médico o el progresismo compensatorio», en Ficción de la Razón, 23 de junio de 2020. Enlace: https://ficciondelarazon.org/2020/06/23/gerardo-munoz-y-rodrigo-karmy-bolton-contra-el-polo-medico-o-el-progresismo-compensatorio/
[2] Kamal Cumsille y Rodrigo Karmy, «Contra el pedagogismo», en Revista Bordes, Universidad Nacional de José Paz, 25 de junio de 2020. Enlace: http://revistabordes.unpaz.edu.ar/contra-el-pedagogismo/
[3] Sergio Villalobos-Ruminott, «El affaire Agamben», en Ficción de la Razón, 28 de abril de 2020. Enlace: https://ficciondelarazon.org/2020/04/28/sergio-villalobos-ruminott-el-affaire-agamben-expandido/

domingo, 23 de febrero de 2020

Gonzalo Díaz Letelier - Fuentes historicistas de la transición 2.0: Alberto Edwards (primera parte).





FUENTES HISTORICISTAS DE LA TRANSICIÓN 2.0: ALBERTO EDWARDS (PARTE 1).
 (23 de Febrero de 2020).  

En archivos desordenados, en recortes de periódicos de diversas lenguas, libros, fotografías y manuscritos, conservo desde la noche del 11 de septiembre del año 1973 hasta hoy los recuerdos omnipresentes que Pinochet ha ido marcando en la vida de los chilenos y otras gentes del mundo. / Ninguno de estos días y estas noches deja de imprimir en nuestras vidas su imagen y sus hechos. No conozco ningún chileno que no haya tenido sueños y pesadillas en que aparece su figura; o que no haya tenido la fantasía de sentirlo sentado sobre su cabeza, con los testículos colgando. / Muchos han dicho en el país Chile y en el exilio: “Hay que reconocer que todos tenemos un pequeño pinochet adentro”.     

(Armando Uribe)[1] 

Los muertos de ayer viven nuevamente, las multitudes expanden sus territorios, los Hawker Hunters se deshacen en las nubes mientras las Iglesias y sus pastores arden por los siglos de los siglos.

(Rodrigo Karmy) [2]

Si Pinochet inauguró con su política excepcionalista –en lo político-militar y en lo político-jurídico– una determinada economía, hoy, en medio de una revuelta destituyente, Piñera trata de “solucionar” la “crisis” solo, con la mera administración de esa economía. Es decir, con policía en sentido estricto y en sentido amplio. Sin política, o mejor dicho, con una política subsumida en la excepcionalidad de la economía. La revuelta no estalló el 18 de octubre. Ha venido estallando sin cesar. No sólo en sus hitos concentracionarios, como la insurrectio de los pingüinos en 2006 o las grandes manifestaciones de estudiantes y trabajadores en 2011 cuestionando explícitamente el “modelo” neoliberal. La revuelta ha venido estallando de un modo permanente, en la explosión de la imaginación que politizó en sentido anárquico la vida cotidiana y llegó a irrumpir con la potencia de las revueltas feministas del 2019, que puso en entredicho –en la intersección entre diversos marcadores biopolíticos– las estructuras y tecnologías patriarcales e identitarias que articulan y abastecen las relaciones políticas, económicas y sociales instituidas tradicionalmente en diversas culturas. Piñera y el partido del orden neoliberal todavía se hallan perplejos –desde los “Chicago Boys” guzmanianos hasta los “Hacienda Boys” concertacionistas–, defendiendo el “orden público” del largamente asentado ensamble entre el viejo y el nuevo régimen, mas no comprendiendo que hay vida más allá de tal regimiento.        

            En este escenario, desatada la revuelta y perplejo el régimen, paralizado en su gesto represivo, han aparecido algunos nuevos intelectuales de la derecha neoliberal del bunker, que comparecen como nuevos Larroulets traducidos a la filosofía universitaria. Una derecha reaccionaria de puro economicista, de puro abstracta, como dicen algunos otros jóvenes intelectuales diestros, que se distinguen de aquellos no sólo por su mayor agudeza y fineza, sino también porque afirman como alternativa la suscitación de una nueva derecha –pero más vieja que la otra–, una “derecha política” que recoge una densa tradición historio-lógica social cristiana y organicista que va de Edwards a Góngora, con la estética republicana y nacional-popular que destila el orden espiritual de la decimonónica alianza conservadora-liberal chilensis.

Hugo Herrera ha sostenido que, desde 1998, la crisis económica de las clases medias y populares en contraste con la concentración económica de los grandes grupos capitalistas locales y transnacionales, además de la abstracción y precariedad del discurso político de la derecha y la centroizquierda economicistas –economizadas, diríamos, un partido político del orden transversalmente tecnocratizado y empresarizado– darían cuenta de las condiciones para una “crisis del Bicentenario”. La actual revuelta, el Octubre en Chile, sería expresión de tal crisis: una crisis del espíritu de la institucionalidad republicana tradicional, un desmoronamiento existencial producto de la nihilización economicista del mundo de la vida –en un escenario donde el sujeto empresario neoliberal ha sido investido simbólicamente con la presidencia de la república.        

Con Chile crispado y el mundo vastamente revuelto, en medio de una catástrofe climática en progreso, Piñera se ha movido dentro de los márgenes del discurso de la Guerra Fría, del fantasma del comunismo como enemigo interno y penetración extranjera que subvierte la “naturaleza” de la razón y la agencia económica humana. “Naturaleza” entendida como orden esencial, que para un sujeto como él consta como criterio último de la política. Herrera habla de un Piñera “paralizado” en su “economicismo sin política”. Piñera, un platonismo sin khorâ, otra vez,[3] una disposición metafísica que no deja espacio de juego sino para una soberanía política excepcionalista condicionada al pastorado economizante.

El momento político actual, sin embargo, pone en entredicho la factibilidad de una continuidad normal de la administración del “modelo”. El gobierno de Piñera habría terminado el 18 de Octubre, pero no sólo por su mortífera respuesta represiva ante la suspensión de la transferencia de autoridad hacia su mandato institucional –y la vertiginosa ridiculización popular de su figura. El gobierno de Piñera que habría terminado el 18 de Octubre es también el que salió electo con un programa de gobierno para ahondar en el modelo, pues es la misma Constitución del modelo la que está ahora en entredicho. En la coyuntura de este nudo político, Hugo Herrera plantea que la salida política –no meramente administrativo-policial– es que Piñera empuje y se haga parte de la elaboración de “una Constitución distinta de la de la Dictadura” –pues no hay continuidad republicana sin legitimidad constitucional.

Si la parálisis del gobierno consiste en que Piñera insiste en salir “solo” de la crisis –es decir, con pura policía y sin política–,[4] la única manera de recuperar autoridad y liderazgo tras su “manejo de la crisis” sería que él, el Presidente, estableciera una alianza con el Parlamento para empujar y participar activamente en el proceso constituyente (que en lugar de la “hoja en blanco” reponga como “piso reformable” la Constitución de 1925),[5] además de llevar adelante una “agenda social” distributiva que vaya en la línea de las demandas populares más urgentes (salud, educación, pensiones).      

Tal “salida política” ya está siendo implementada.[6] Pero parece ser en la práctica más una restauración del pacto oligárquico por la vía de la neutralización de la revuelta y de la constituyente que se entreabrió desde ella. En primer término desde el “Acuerdo por la Paz” del 15 de Noviembre de 2019, donde en virtud de una negociación entre el bloque de la derecha gobernante y la “oposición” (desde la Democracia Cristiana hasta parte del Frente Amplio) se pacta la apertura de un proceso más cercano al reformismo constitucional que al asambleísmo constituyente –en su grado de máxima participación popular sería una “Convención Constitucional” y no una Asamblea Constituyente–, dadas las condiciones que la negociación al interior del partido del orden impuso a priori al proceso: 1) la “parlamentarización” de la elección de los delegados constituyentes, que en la práctica tiende a excluir a los independientes y a las organizaciones sociales y territoriales; 2) la instalación de una “comisión técnica” con eventual incidencia para sobrecodificar tecnocráticamente el proceso; 3) la exigencia de quórums supramayoritarios de 2/3, lo que hace muy difícil lograr cambios constitucionales significativos si la llamada “oposición” se inserta en el proceso como parte del “partido del orden”. Otra condición inicial fue la ausencia de participación de cuotas indígenas y de paridad de género. Y además están, cual condiciones, el artículo 135 y otros “amarres” que se le contrabandean a posteriori al acuerdo entre sus términos, para neutralizar el “salto al vacío” de la “hoja en blanco” y proteger el orden económico-jurídico transnacional (TPP-11, por ejemplo) por sobre cualquier eventual transformación de las políticas públicas nacionales.  

En el plano político-securitario, que en los últimos meses ha ido férreamente empalmado con el de las tratativas en torno a la eventualidad del proceso de cambio político-constitucional, el arco práctico-discursivo muestra al menos tres hitos que dan cuenta de la legalización de la dictadura presidencial-parlamentaria tras el lapso del estado de emergencia constitucional: 1) el discurso del 28 de Octubre de 2019 de la nueva vocera de gobierno tras el cambio de gabinete de Piñera, Karla Rubilar, que parte por denegar las violaciones sistemáticas a los derechos humanos perpetradas por los brazos armados estatales de la derecha empresarial que defiende la Constitución de 1980 en estado de excepción declarado, y que luego pasa a llamar al partido del orden , que va desde la Unión Demócrata Independiente hasta parte del Frente Amplio, para que se alineen tras el presidente en la defensa y mantención de la estabilidad institucional, con toda la violencia estructural y represiva que ello conlleva,[7] contra el “violentismo” de la revuelta; 2) la aprobación en la Comisión Constitucional del Senado, el 4 de Diciembre de 2019, por acuerdo entre gobierno y “oposición” –incluyendo a parte del Frente Amplio y con la abstención del Partido Comunista– de un paquete inédito de leyes para criminalizar y reprimir la protesta social con desate legalizado de la violencia policial y aumento de penas para los inculpados, además de la concitación de apoyo de la oposición a un decreto de Piñera anunciado desde el 24 de Noviembre para sacar nuevamente a los militares, en zonas urbanas y rurales, sin necesidad de declarar el estado de excepción, para vigilar y defender “infraestructura crítica”, pero esta vez con “exenciones penales”, amnistiados de antemano en caso de verse en la necesidad de actuar letalmente; 3) en el contexto de la acusación constitucional contra el intendente de Santiago, Felipe Guevara, por las tácticas de represión policial en el sector de Plaza Dignidad –acusación que fue rechazada en el senado el 4 de Febrero por “falta de quórum” y con apoyo explícito de la Democracia Cristiana al gobierno–, es interesante el discurso de apoyo que entregó Mario Desbordes (Renovación Nacional) al intendente impugnado, señalando que la represión policial vista en Santiago durante el “copamiento” de Plaza Dignidad se trataba de una decisión fundada en el principio de la defensa del “orden público”, apelando al vínculo entre la policía y “la gente que quiere vivir en paz”, es decir, apelando a la forma policía que actúa en nombre del “pueblo” –del pueblo que encarna el derecho en la introyección de la obediencia, del pueblo que no preexiste al soberano que lo representa ni se desvía de su principio de orden. El propio Guevara sentenciaba, con eco en el gobierno: “Esta acusación no es contra mí, es contra el estado de derecho”.   

En el teatro político, en el partido del orden se ha articulado un acuerdo, un consenso, entre los sectores “centristas” de Renovación Nacional (liderados por Mario Desbordes) y las dirigencias “centristas” de la ex-Concertación (liderados por Heraldo Muñoz del Partido Por La Democracia, además de los presidentes de la Democracia Cristiana, Partido Socialista y Partido Radical), todos tras la institucionalidad representada por el presidente y con discurso de reformismo con orden público, situándose así frente a la “campaña del terror” de la derecha del bunker que apuesta por el “rechazo” furibundo al eventual proceso constituyente.[8]

En relación con la estrategia de “salida política a la crisis”, estrategia que es el tinglado del escenario recién descrito en el teatro político, Hugo Herrera ha sostenido que Piñera podría recuperarse liderando este proceso, pero bajo la condición de abandonar su economicismo empresario-gestional y adquirir un cierto cariz político-simbólico que no tiene –pues se trataría de ser presidente de la república, no gerente de una empresa. Ello implicaría que se abriera al “pluralismo de las derechas”, pues hasta ahora el Harvard Boy Piñera parece “secuestrado” por el economicismo neoliberal de la Unión Demócrata Independiente,[9] Cristián Larroulet y el instituto Libertad y Desarrollo, este último siendo un “instituto claramente partisano” –dice Herrera– financiado por empresarios ideologizados en la línea Chicago Boy. La derecha del bunker y del rechazo al cambio,[10] es decir, la derecha economicista, liderada por seguidores de las doctrinas de Friedrich Von Hayek y Milton Friedman. Profundamente patriarcales y pastorales, ven en su éxito empresarial la realización de una ley natural que la doctrina económica neoliberal expresa. Se trata de “empresarios orgánicos”, fieles a la realización de un proyecto que trasciende al Estado –o lo supera conservándolo (Aufhebung).     

Pero la derecha chilena sería mucho más compleja, y mucho más amplia, que la derecha neoliberal de los Chicago Boys.[11] Y Piñera, concentrando el poder, habría dejado fuera de su gobierno a las otras derechas. En particular la derecha nacional-popular habría quedado marginada de la hegemonía. Esa que ahora, en medio de la suspensión de la hegemonía, irrumpe como una nueva derecha que es más antigua que la otra, una alternativa de “derecha política” –no economicista–, republicana, más organicista que mecanicista, que como antes señaláramos remite a una tradición historio-lógica que va de Alberto Edwards a Mario Góngora, historiadores conservadores que apelan a la continuidad histórica del orden espiritual de la decimonónica alianza conservadora-liberal chilensis.   

En esta estrategia política del discurso –una torsión discursiva en el campo político de derechas, si se quiere–, el trabajo del filósofo Hugo Herrera ha sido crucial: recuperar comprensivamente la tradición del ensayismo histórico conservador chileno, estudiarla, publicarla e irrigarla en los medios. Por el lado de la estrategia discursiva de la política –la oferta de una “alternativa” como “salida”, si se quiere–, ha sido Mario Desbordes, del partido Renovación Nacional, quien ha aparecido en la arena política representacional articulando las alianzas efectivas del partido del orden en función de dar continuidad histórica a la institucionalidad de una república elitaria, pero con consciencia de “la cuestión social” y, en consecuencia, conteniendo políticamente desde el Estado a la fronda oligárquica –hoy la derecha del bunker– en su economicismo desatadamente voraz y nihilista. Esa parece ser la promesa, o al menos la apuesta.

En cualquier caso, para comprender desde sus archivos los supuestos metafísico-políticos que articulan la jugada de este proyecto de una derecha política y de carácter nacional-popular que hoy disputa su propia “base social”, es imprescindible confrontar la escritura de Alberto Edwards (1874-1932), ensayista “diletante” y no historiador profesional universitario, no obstante lo cual se convirtió en una de las figuras canónicas de la tradición del ensayo histórico chileno conservador, autor del célebre libro «La fronda aristocrática» (1928). También fue político, diputado del Partido Nacional (de la línea montt-varista de la república pelucona), además de colaborador y ministro de la dictadura del militar y fundador de la escuela de carabineros, Carlos Ibáñez del Campo, entre 1927 y 1931. Pensador de la república decimonónica en sus versiones “peluconas” y “pipiolas” (conservadoras y liberales), así como de los ensambles entre conservadores y liberales, también lo fue de la crisis de la república durante la revolución/guerra civil de 1891 –a propósito de lo cual escribe bajo el pseudónimo de Arístides sus tempranas «Reflexiones sobre los principios y resultados de la Revolución de 1891» (1899).[12] Siendo un ensayista de vocación histórico-hermenéutica por la coyuntura política, textos como el de sus reflexiones de fines de siglo XIX sobre la revolución se mueven más cerca de la crónica que de la historia, por la cercanía de los sucesos, y porque Edwards considera que la coyuntura es, precisamente, el asunto a comprender históricamente, pues ahí estaría en juego “el destino de la república” –esto es, la continuidad a todo evento de la república elitaria, tanto en períodos de estabilidad como con ocasión de las crisis históricas. Por consiguiente –y esto no es ninguna paradoja, sino la complexión misma del asunto–, es en su crónica donde más contundentemente transparece su historicismo como gesto metafísico político.  

La fórmula de la estabilidad de la república, para Edwards, parece destilarse así: un presidente viril, conectado comprensiva y afectivamente con “el pueblo”, pero legitimado en su autoridad por “la fronda” (elites sociales, culturales, políticas y económicas). La fronda es la fuente de la “fuerza espiritual” del Estado, pero a su vez, en cuanto autoridad política, el Estado debe contener, unificar y dar forma política a la fronda –pues sin autoridad política la fronda se disgrega en personalidades aristocráticas/oligárquicas que se mandan solas en su “pathos de la distancia” (Nietzsche) y en la realización de sus intereses económicos. Por otro lado, el Estado como autoridad política debe contener, totalizar y dar forma política al pueblo: un pueblo despolitizado –reducido a materia pasiva y vida desnuda, animalidad– y fetichizado patrimonialmente en la norma de su recto cultivo. Un “Pueblo” estetizado y juridizado, que no preexiste al soberano ni excede como vida al Estado que se auto-posiciona como integral al mismo tiempo que autoritario.   

Desde su matriz de pensamiento organicista –un pensamiento sobre “la vida”, sobre la “estructura” de “lo vivo”–, la fórmula de Edwards concibe que el presidente mantiene en forma al “organismo” social, un cuerpo vivo constituido por multiplicidad de energías, fuerzas vitales/espirituales fundamentales, comunicaciones, tensiones, inmunizaciones, etc., todo ello en armonía identitaria bajo la cabeza –principio excepcional de orden, alma– de su autoridad. Se trata, pues, según la fórmula, de contener la anarquía del pueblo, pero también la autocracia de los oligarcas. Ni participación popular, ni oligarcas al poder político, sino políticos articuladores de la unidad nacional entre elite y pueblo, cuya autoridad/legitimidad descansa en la elite y tiene como tarea pastorear al pueblo estetizándolo, “atendiendo, comprendiendo, expresando y conduciendo” sus pasiones y anhelos. Si tomáramos la democracia en su acepción republicana conservadora, diríamos que el escepticismo de Edwards frente al liberalismo chileno decimonónico no es una crítica a la democracia en general, sino a una democracia nihilizada en el economicismo, a favor de una democracia republicana enteramente representacional: con una autoridad auratizada más que autoritaria en el sentido más rudo –aunque la necesidad pueda justificar, en ocasiones, la dictadura cesarista.

Si hoy se despliega en el teatro político representacional una transición 2.0, una nueva transición o transformación restitutiva de su continuum postdictatorial, cabría preguntar quiénes son los nuevos transitólogos. Si la nueva salida transicional es reclamada por la nueva derecha política, entonces tendríamos que los nuevos transitólogos ya no son friedmanianos, sino gongorianos. Y en cuanto gongorianos, una de sus matrices discursivas o herencias, claro, provendría de la obra de Alberto Edwards. Habría que preguntar entonces por la práctica discursiva del ensayista, como síntoma historicista y referencia explícita de lo que hoy se transa en la nueva transición puesta en juego. Pues hemos aquí una tecnología política específica poniéndose en juego para “dar salida” al gobierno, salida de un nudo político que implica la desestabilización de la institucionalidad de la república elitaria, a causa de la destitución popular de sus elites y la apertura de un interregno anárquico de democratización (potentia communis).[13] No se trataría aquí tan simplemente –en el discurso de Edwards y sus recepciones actuales– de un platonismo sin khorâ,[14] pues hay un entendimiento romántico y otoñal (trágico) de la “naturaleza” de la revuelta. Pero lo que sí hallamos es la tesitura de un tremendo miedo al “salto al vacío” de la khorâ, un terror de alta mar que habría que conjurar en el espíritu de la república y sus instituciones, aunque sea por necesidad con la potestad cesarista de la fuerza. Y tal es una de las tesituras que hoy se agencian entre las intensidades de una historia que se sale de sus goznes. Habrá que ver. Por ahora habrá que estudiar la contextura de la actual sobrevida de la imaginación política ontoteológica y su pathos del “salto al vacío”.



[1] Armando Uribe, «El fantasma pinochet», Editorial Galaxia Gutenberg, Barcelona, 12005, p. 11. Vaya este fragmento dedicado a la memoria del poeta Armando Uribe (1933-2020), quien nos ha dejado en medio de la revuelta.
[2] Rodrigo Karmy, «La Nueva Constitución ya está escrita», en La Última Línea, Santiago, 5 de Febrero de 2020.
[3] Cfr. el fragmento 5 de este libro.
[4] Hugo Herrera, «¿Nuestro peor fracaso político?», en La Segunda, Santiago, 3 de Diciembre de 2019.
[5] Arturo Fontaine, Juan Luis Ossa, Aldo Mascareño, Renato Cristi, Hugo Herrera & Joaquín Trujillo, «1925. Continuidad republicana y legitimidad constitucional: una propuesta», Editorial Catalonia, Santiago, 12018. Ver también Alejandra Castillo, «El feminismo y la fallida asamblea constituyente de 1925», en Antígona Feminista, Santiago, 23 de Noviembre de 2019.
[6] Hugo Herrera, «El momento constituyente», en La Segunda, Santiago, 12 de Noviembre de 2019; y «Veo a RN liderando entendimientos que incluyan a los moderados de izquierda y derecha», en La Segunda, Santiago, 20 de Noviembre de 2019.
[7] Sergio Villalobos-Ruminott, «Anatopía de la insurrección (Revuelta de la teoría)», Ediciones La Moneda Falsa, 12019, p. 29 y ss.
[8] “Ex Concertación y RN buscarán impulsar un ‘nuevo pacto social’”, en La Tercera, 4 de Febrero de 2020. Mario Desbordes (Renovación Nacional): “Si nos sentamos a conversar reformas sociales, tienen que estar todos los partidos políticos con representación parlamentaria que estén dispuestos a avanzar fuera de las trincheras, y estoy seguro de que la UDI está dispuesta a eso. (…) Se viene un mes de marzo difícil y lo que tenemos que hacer es estar todos unidos para entender que la gente nos pide reformas sociales, que hay que abordarlas lo más pronto posible, y al mismo tiempo nos pide paz”.
[9] La posición del partido Evopoli, que se presentó al nacer como una derecha joven y nueva, resulta en esta coyuntura muy próxima a la Unión Demócrata Independiente en lo económico, a pesar de su declarada tendencia a lo liberal en “lo valórico” que los opondría al conservadurismo de los gremialistas.
[10] Hugo Herrera, «’No’ y responsabilidad política», en La Segunda, Santiago, 14 de Enero de 2020.
[11] Hugo Herrera, «Dos derechas», en La Segunda, Santiago, 26 de Noviembre de 2019.
[12] Alberto Edwards, «Reflexiones sobre los principios y resultados de la Revolución de 1891», Editorial Katankura, Santiago, 12019. Texto obliterado del corpus publicado de Edwards, ahora recuperado y editado por Juan Carlos Vergara.
[13] Diego Tatián, «Spinoza disidente», Editorial Tinta Limón, Buenos Aires, 12019, p. 13 y ss.
[14] Cfr. el fragmento 5 de este libro.

martes, 7 de enero de 2020

Gonzalo Díaz Letelier - Excepción, infancia y revuelta.


EXCEPCIÓN, INFANCIA Y REVUELTA.

Aquello que llamo nuda vida es una producción específica del poder y no un dato natural. En cuanto nos movamos en el espacio y retrocedamos en el tiempo, no encontraremos jamás –ni siquiera en las condiciones más primitivas– un hombre sin lenguaje y sin cultura. Ni siquiera el niño es nuda vida: al contrario, vive en una especie de corte bizantina en la cual cada acto está siempre ya revestido de sus formas ceremoniales. Podemos, en cambio, producir artificialmente condiciones en las cuales algo así como una nuda vida se separa de su contexto: el “musulmán” en Auschwitz, el comatoso, etc. Es en este sentido que decía antes que es más interesante indagar cómo se produce la desarticulación real del humano que especular sobre cómo ha sido producida una articulación que, por lo que sabemos, es un mitologema. Lo humano y lo inhumano son solamente dos vectores en el campo de fuerza de lo viviente. Y este campo es integralmente histórico, si es verdad que se da historia en todo aquello en lo cual se da vida. Pero en este continuum viviente se pueden producir interrupciones y cesuras.     

(Giorgio Agamben)[1] 

En el pasaje del epígrafe, Agamben señala que la “vida desnuda” (nuda vita) es un presupuesto metafísico de la máquina soberano-gubernamental. Para subsumir soberanamente a la vida en la lógica del gobierno –lógica dispositiva de la vida sobre la vida–, es preciso suponer un substrato de vida plástica, concebida como materia pasiva que recibe una forma en un mundo estructurado orgánicamente por un principio activo y trascendental de orden.  

            Tal hilemorfismo –o modo de pensar la relación entre materia y forma– de corte platónico-cristiano aparece por contraste cuando Willy Thayer, pensando en términos de “tecnologías de vida”,[2] hace consideraciones críticas sobre las relaciones metafísicas tradicionalmente supuestas entre tecnicidad (techne), apertura hermenéutica (logos) y “vida” (zoé, vīta). Escribe Thayer:

Cualquier tecnología de vida pertenece a la virtualidad de la vida, pero la virtualidad de la vida no se reduce a ninguna tecnología de vida en particular.[3]

Y más adelante:

No compartiríamos (…) afirmaciones del tipo: “la vida es capaz de recibir múltiples formas”. Sí, mejor, en cambio, “la vida no es anterior ni posterior, no preside ni precede, a las formas, a las tecnologías, de vida”. Es inmanente a ellas.[4]

Y en una nota al pie, precisando la cuestión de la tecnicidad de lo viviente por contraste con la vacua hipóstasis metafísica de una “vida aterida”:

¿En qué podría consistir, por lo demás, o qué podría ser una vida libre de clausuras, institutos, contratos, distribuciones particulares; una vida exterior a todo marco, forma o tecnología? ¿No constituye, acaso, esa vida en general, una más de las tantas tecnologías comprensivas de la vida, una más de las virtualidades de la vida, y una que se explaya vulgarmente como si fuese la vida misma, la vida en cuanto tal, sustantiva, libre de mediaciones, categorías o cruce de categorías o marcos comprensivos? Vida misma, en sí, en cuanto tal, en cualquier caso, sería el estatuto que adquiere cualquier tecnología de vida que se comporte incautamente respecto de su propia clausura o condición. Cualquier verosímil o tecnología de vida constituye (y se constituye en) un régimen de verdad que se esencializa, universaliza o naturaliza, en la misma medida en que se olvida de sí como régimen particular, como sistema de límites y condiciones, y se proyecta imperialmente como incondicionado. Cualquier régimen o tecnología de vida se afirmará universal o natural mientras olvide su genealogía, su acumulación originaria. Y por lo común, lo olvidará.[5]

            En contraste con todo esto, el presupuesto metafísico-político que se expresa en la práctica gubernamental del régimen de Piñera es un hilemorfismo que concibe la soberanía mediante la articulación de un principio formal de orden y una materia pasiva necesitada de que se le imprima una forma. Tal presupuesto lo podemos ver expreso con particular nitidez en la performance de la ministra de educación Marcela Cubillos en torno al vínculo entre infancia y política. En la coyuntura de estos últimos días ello se puso de manifiesto en el anuncio que hizo la ministra, el 25 de noviembre recién pasado, de que su cartera adoptaría una serie de medidas contra el “adoctrinamiento político” a menores en escuelas y jardines infantiles, mediante el impulso en el Congreso de un proyecto de ley que busca castigar “la propagación de tendencias políticas” en las instituciones educacionales chilenas –a propósito del hecho de que en algunos jardines infantiles y escuelas los niños habían aparecido coreando “El pueblo unido jamás será vencido”, “Renuncia Piñera” o “El que no salta es paco”. Todo ello en circunstancias –sostiene la ministra– en que sus educadores tendrían la responsabilidad de “cuidar su inocencia” como garantía elemental de un derecho humano fundamental.

            La suposición de la ministra Cubillos es que si los niños se manifiestan de esa manera es porque “alguien” los tuvo que haber “adoctrinado”. Porque los niños no pueden ser sino conducidos. Y porque el mal como movimiento discordante respecto de la glorificación del reino –la política como desacuerdo e irrupción demótica– siempre habría que identificarlo en el aparataje jurídico de la “persona” y la “intención desviada”: del profesorado izquierdista, del sujeto corruptor de la infancia y la juventud (¡fuera la filosofía!), sujeto peligroso y monstruoso, violentista y antisocial. Esto último es una cosa que no puede ser el niño en principio –siguiendo el postulado sobre su pureza. Y si así lo llegara a ser, de un modo adventicio, entonces ahí veremos, como lo hemos visto en estos días, a las fuerzas especiales de la policía disparando adentro de un liceo de niñas a las alzadas quinceañeras. Si destilamos el sentido de la práctica gubernamental en curso, su significado es muy prístino: si educar es conducir, a veces es necesario sacar la huasca para librar del mal a los cuerpos y así neutralizar la puesta en abismo del mundo.

Aclaremos algo más el supuesto: que los niños son puros y pasivos y, por tanto, susceptibles de ser o “bien educados” –conducidos en la pureza de su dúctil pasividad al hábito en el orden naturalizado del proyecto histórico de la derecha–, o, al contrario, “adoctrinados políticamente” o simplemente “politizados” –si se sublevan cuestionando e interrumpiendo la normalidad del régimen en vigor.

Pero los niños están en el mundo, ya siempre están en el mundo –y no en alguna pretendida esfera de pureza sin mácula mundanal. Los niños están ya siempre experimentando e incidiendo en las diferentes composiciones de afectos de su entorno (¿quién no ha aprendido de los niños? ¿quién no ha sido transformado por ellos?), concernidos por las escenas y las intensidades que recorren en sus vidas diarias, así como por las imágenes circulantes con las que se topan por distintos medios. Los niños también experimentan el cruento orden efectivo de las cosas, en la casa, en la calle, en la escuela. Y tal orden pueden llegar a afirmarlo si se van “bien derechito”, pero también a impugnarlo en virtud de su potencia imaginante no plenamente sujetada por la composición funcional del hábito al texto soberano del caso. Es como si la ministra Cubillos no se enterara de que los niños no están simplemente inmersos en “la realidad”, instituida ésta idealmente como un museo –a modo de un “platonismo sin khorâ”–, sino en un campo de fuerzas entre la facticidad y lo posible que es constitutivo de lo político. Y los niños lo expresan sin necesidad de que alguien les "adoctrine". Indudablemente en las instituciones hay profesores de izquierda o críticos, así como también los hay garantes del orden, pero los niños ven lo que pasa en el colegio, en las calles, en sus barrios, en sus casas, pueden expresarlo y efectivamente lo expresan, lo figuran, lo transfiguran, lo impugnan y lo profanan. Es y será cada vez más el mundo de ellos lo que viene llegando.

*   *   *

Emilia, estudiante de 6° Básico en una escuela de Puente Alto, escribe: “Para mí estar en esta revuelta es a la vez un honor y una decepción. Es un honor el poder ver cosas tan bonitas como a la gente unirse. Y es una decepción no tener aun la ocasión de estar en Plaza Dignidad cuando hay manifestaciones grandes, aunque me uno a las del barrio de mi papá. Cuando voy con mi papá al centro veo como por todas partes hay mensajes sobre lo que pasa (‘El pueblo unido jamás será vencido’, ‘Pelea como un Furby endemoniado’ y cosas así) y cada vez que lo hago me dan ganas de poder unirme a la lucha. Tengo 12 años y no me da miedo, lo que pasa es que me impresiona mucho ver a la gente unida como nunca. Eso me hace feliz. Y además esta revuelta es necesaria para lograr mejores condiciones de vida para el pueblo, como subir el sueldo mínimo, mejorar las pensiones terminando con las AFP, proteger con derechos a los animales y que se haga justicia por todas las violaciones a los derechos humanos. Eso es lo que pienso sobre esta situación de Chile”.  

Y he aquí una serie de dibujos hechos por niños de primer ciclo de enseñanza básica de un colegio particular subvencionado de la comuna de La Florida, en Santiago de Chile, a un mes del estallido de la revuelta:       



















         El día que la escuela en la que enseño volvió a abrir, un mes después del estallido de la revuelta, fue la primera ocasión en que nos reunimos y tuvimos oportunidad de hablar de lo que estaba ocurriendo –en mi caso con los estudiantes de dos cursos de tercer año de enseñanza media, con los que llevaba un mes y medio trabajando. Era evidente que era lo que había que hablar, y en la sala había una mezcla de temor y entusiasmo. Antes de conversar entre todos, ellos armaron pequeños grupos y elaboraron preguntas y respuestas sobre la situación por la que atravesábamos, a la sazón inédita para todos por fuera de los libros de historia y otros archivos. Aquel 19 de noviembre de 2019 ellos acuñaron cuatro preguntas a las que todos elaboraron respuestas. Aquí van algunas que los mismos estudiantes me pidieron hacer públicas.

1)      Se dice que Chile es como un “oasis”, un “modelo”, un “milagro”. ¿cómo explicar a un extranjero la actual situación de crisis social?
Respuestas: “Le explicaríamos que los chilenos llevan más de 30 años sufriendo abusos por parte del Estado y de los privados que han hecho este país para su propio beneficio (privatizan la educación, salud, agua y servicios básicos, pensiones, transporte, carreteras, etc.), lo que llevó a la gente a ‘explotar’. También le explicaríamos que las fuerzas armadas y policiales violan los derechos humanos horriblemente para crear constituciones en dictadura y mantenerlas con todos los privilegios que aseguran” (Paulo, José, Valentín y Pablo, 3° Medio). “Esas aseveraciones eran realizadas antes del ‘estallido social’, toda vez que en el concierto latinoamericano Chile gozaba de un alto prestigio y reconocimiento respecto a su economía, mirada que sólo apuntaba a las zonas de concentración de la riqueza y a las cifras macroeconómicas que hablaban de un país próspero, abstrayéndose de un aspecto relevante como lo es la injusta distribución de esa riqueza” (Catalina, 3° Medio). “Esto no es una crisis. Esto es un cambio de vida” (Nicolás, 3° Medio).

2)      ¿Cuál es el sentido político de la acción “evade” que pusimos en juego les estudiantes?
Respuestas: “El movimiento del ‘Evade’ fue iniciado por estudiantes de enseñanza media y algunos universitarios, contra el alza de la tarifa del sistema público de transporte de Santiago. Pero las evasiones se hicieron multitudinarias y surgieron demandas más allá de lo que tenía que ver con el alza del transporte público, demandas que apuntan al modelo socioeconómico neoliberal que conlleva desigualdad social, explotación y precarización laboral y de derechos sociales, además de abusos de poder y corrupción. Los estudiantes con nuestra acción ‘Evade’ dimos el primer paso para despertar y que todos los chilenos nos hiciéramos fuertes para levantarnos con nuestras cacerolas a manifestar nuestra realidad de malestar y el sufrimiento de nuestras familias” (Sofía, Miri, Mari y Juan Gabriel, 3° Medio). “La acción ‘Evade’ se refiere a resistir los abusos y en último término a evadir un sistema que nadie pidió y que sin embargo nos ata” (Jorge, 3° Medio). “Al comienzo fue por el descontento por el alza del pasaje del Metro de Santiago, pero luego se transformó y manifestó el descontento del país con toda la injusticia que hay, los sueldos mínimos, las pensiones indignas, la privatización de lo que puede ser de todos como un negocio de unos pocos, el abuso, la corrupción, etc. Por lo tanto, yo interpretaría la acción ‘Evade’ como algo más, como ‘evade el gobierno’, por así decirlo” (Noemi, 3° Medio). “La acción ‘Evade’ tiene un sentido de protesta, de manifestación. ‘Evadir, no pagar, otra forma de luchar’, se trata de resistir y de hacer como un cortocircuito, evadir las decisiones que las autoridades abusivas nos imponen. La acción habla de afrontar la justicia a la vez que se esquiva la norma” (Isidora, Diego, Patrick y Noelia, 3° Medio).

3)      ¿Qué tipos de violencias se ven en nuestra situación actual?
Respuestas: “El Estado y el empresariado en nombre de sus negocios privatizadores han sido violentos al dejar a la gente morir esperando por una salud digna, dejando a los adultos mayores con pensiones más bajas que el sueldo mínimo, etc. La policía y los militares han abusado de su poder con violencia extrema, disparando sin motivos, arrestando, sacando los ojos a la gente, ‘interrogando’, violando y golpeando a las personas, estando los policías bajo los efectos de las drogas. También está la violencia de los manifestantes que interrumpen la ciudad y se defienden de los agentes del Estado” (María Paz, Claudia, Isidora y Sofía, 3° Medio). “Violencia física, psicológica y sexual, actos de violencia efectuados por agentes del Estado que actúan con total impunidad. Los manifestantes también emplean la violencia con sus manifestaciones, cacerolazos y barricadas, y son los únicos que en la televisión son condenados y tratados como criminales por defenderse” (Isidora, Diego, Patrick y Noelia, 3° Medio). “Para mucha gente sólo se atribuye la violencia a los actos que transmite la imagen televisiva, plasmada en saqueos, incendios, destrucción de propiedad pública y privada, así como también hacia las fuerzas policiales y en su momento, durante el toque de queda, hacia efectivos de las fuerzas armadas. Pero también hemos visto, y no por la televisión, testimonios y registros de acciones protagonizadas por efectivos policiales y militares en contra de civiles que se manifiestan, acciones que implican violaciones sistemáticas a los derechos humanos y que sin embargo se presentan como errores procedimentales. Además está la violencia verbal del gobierno, cuyos ministros con sus declaraciones se han burlado de la gente haciendo que ella explote. Pero a mi juicio la principal violencia es aquella que se viene viviendo hace décadas de manera silenciosa, como lo es la desigualdad extrema disfrazada bajo una economía próspera, de crecimiento y modelo para muchos países. Todo ello encubría una injusta distribución de la riqueza natural y del trabajo, distribución que favorece a un ínfimo porcentaje de la gente más rica de nuestro país, castigando a la clase media y a los sectores más vulnerables. Por último, la corrupción que se observa en entidades públicas y privadas, abusos impunes de empresas y de autoridades de nuestro país, que constituyen una forma de violencia que contradice los valores que nos inculcan de honestidad, trabajo y respeto de la ley, y además traiciona la confianza de la gente que los eligió como sus representantes” (Catalina, 3° Medio). “Violencia es que los militares salgan a la calle estando en democracia. Violencia es la vida cotidiana en este sistema abusivo, y violencia parece que es lo que tenemos que ejercer en la manifestación, pues de otra manera no nos escucharían” (Noemi, 3° Medio). “Violencia política, pues no nos dejan expresar nuestro sentir libremente; violencia física, porque los ‘agentes de paz’ disparan y golpean a menores de edad” (Jorge, 3° Medio).    

4)      ¿Qué pueden significar ‘democracia’ y ‘justicia’ de aquí en adelante?
Respuestas: “De ahora en adelante ocurrirá que la gente se dará cuenta de que no existe democracia en Chile. Esta ausencia de democracia se vio en el estado de emergencia, pero viene de mucho antes, a causa de la clase política ‘elegida’ por el pueblo y la corrupción generalizada. Además hoy se habla de la Constitución, pero los estudiantes que hemos impulsado los cambios no podremos votar para la nueva Constitución. Respecto de la justicia, no puede haber justicia sin verdad, y la verdad es algo tan maleable que parece muy difícil lograr que haya justicia, sobre todo con los medios de comunicación actuales. No hay una mentalidad democrática. Entonces no podrá haber justicia sin un cambio de mentalidad y eso es lo que tiene que venir de ahora en adelante” (Paulo, José, Valentín y Pablo, 3° Medio). “Lo acontecido nos invita a revisar profundamente la estructura de nuestra democracia, hacia la apertura de una mayor participación y poder de decisión popular, y también a ahondar en una concepción de la justicia más allá de lo que guarda relación con lo punitivo. Ir en búsqueda de una real justicia social que implica fundamentalmente el respeto por la dignidad, lo que conlleva el resguardo de aspectos de respeto, inclusión, participación, aspectos económicos, el proveer y satisfacer necesidades y servicios básicos además de la salud y la educación, justicia en las relaciones de trabajo, relaciones de cuidado con la naturaleza” (Catalina, 3° Medio).      

*   *   *

Los estudiantes están en el mundo y experimentan su orden y su transformación, su belleza y su violencia. Las mismas generaciones que hasta hace poco eran retratadas como niños aislados en las interfaces electrónicas y despolitizados, desde antes del 18 de Octubre portaban la chispa de la revuelta, tal como sucedió, mutatis mutandis, con los estudiantes de la revuelta de la chaucha en las calles santiaguinas en 1949, o con los niños de los pueblos de Túnez al inicio de las revueltas árabes en 2010. Pero la ministra Cubillos, desde los más altos estrados del partido del orden, condena su “adoctrinamiento”. Que no adoctrinen al niño implica que el niño, en su condición pura, sea obediente, dúctil para vivir y progresar según “la realidad” del régimen. Educar, entonces, sería cultivar en el niño una actitud de “realismo” en el mundo fácticamente dado, pues todo lo demás sería adoctrinamiento sobre mundos posibles. Nuevamente un platonismo sin khorâ. Como si los niños no participaran de la potencia común de imaginar que se sustrae de todo texto soberano. Ahí es donde comparece el Platón agustiniano de Svensson otra vez: es el alma la que debe adecuarse a la realidad.[6]

Como un antídoto posible a la filosofía pretoriana pura y dura, suelo leer a Heidegger y Spinoza: la posibilidad abre la trascendencia desde la facticidad (Heidegger), pero lo hace como potencia activa y nunca retroproyectivamente cancelada o “puesta en obra” por el acto (Spinoza, natura naturata et natura naturans). “Pero –sostiene Agamben– en este continuum viviente se pueden producir interrupciones y cesuras”: la interrupción que en virtud de su propio potencial de dispersión y diseminación desactiva el régimen, desobra la puesta en obra de una forma de vida “humana” y detona un siniestro en el museo del mundo. Por ello mismo lo viviente se ve expuesto, en el esquema metafísico-político de la soberanía, a cesuras y fracturas entre formas de vida que se autointerpretan y territorializan como ascendentes –fundando y conservando sus regímenes en sentido evolutivo y sacrificial– y las formas que resisten en su singularidad a su asignada condición sacrificable, interrumpiendo el progreso de la historia.     

            Los niños están en el mundo, concernidos por él,[7] en la casa, en la calle, en la escuela, en los medios. Pero también están en principio sustraídos de todo texto soberano. Agamben sostiene que es en el lenguaje donde el sujeto tiene su origen y su lugar propio:[8] dado que el hombre no es desde siempre un ser hablante –no posee lenguaje, sino que le adviene de su estar en el mundo–, la “infancia” (infans, in-fari, que no habla) es precisamente la imagen de una experiencia pre-subjetiva, anterior a la captura de la potencia del viviente, qua sujeto, en una lengua y en un texto soberano. De modo que la infancia del hombre –sostiene Agamben– es el hiato, la fisura o discontinuidad entre lo semiótico y lo semántico –la anarquía del noema, diría Derrida–, y por consiguiente la interrupción del tiempo de la historia como progreso lineal y continuo del orden definido por un texto soberano.

            En ese sentido quizás sea interesante reparar en «Las aventuras de Pinocho», la célebre fábula del escritor italiano Carlo Collodi.[9] Se trata, si se quiere, de una fábula de la victoria de la socialización represiva sobre la resistencia infantil. Al comienzo del texto, estando solo en la casa de su padre Gepetto, Pinocho se encuentra con el Grillo Parlante, quien le adoctrina sobre la necesidad de la obediencia y sobre las consecuencias de la desobediencia: quienes se rebelan contra la autoridad paterna y abandonan el hogar “no conseguirán nada bueno en este mundo, y, tarde o temprano, tendrán que arrepentirse amargamente”. Pero Pinocho le explica al Grillo que quiere irse de la casa del padre, pues no quiere que le pase lo que le pasa a todos los niños, esto es, ser enviado a la escuela y forzado a estudiar: “Y, en confianza, te digo que no me apetece estudiar y que me divierto más subiendo a los árboles a coger nidos de pájaros”. Entonces el Grillo lo reprende diciéndole que al menos debe aprender un oficio para ganarse la vida honradamente, a lo que el muñeco responde que “entre todos los oficios del mundo sólo hay uno que me apetece de verdad (…): el de comer, beber, dormir, divertirme y llevar, de la mañana a la noche, la vida del vagabundo”. El muñeco descarta, pues, los estudios y el trabajo por el juego y el vagabundeo, frente a lo cual el Grillo le advierte que “todos los que tienen ese oficio acaban, casi siempre, en el hospital o en la cárcel”. El intercambio termina con la muerte del insecto, que tras decirle a Pinocho que daba pena por tener una cabeza dura de madera, es violentamente aplastado por el muñeco con un mazo. El Grillo volverá a aparecer una y otra vez en la fábula en los momentos de arrepentimiento del muñeco, a modo de espectro, cual voz de la “conciencia moral” –obediencia y deuda introyectada.  

            Otro pasaje interesante es cuando Pinocho, en lugar de ir a la escuela, vende su silabario para poder entrar como espectador a un espectáculo de títeres. El titiritero le regala cuatro monedas de oro, pero un par de pillos lo engañan diciéndole que las plante en la tierra para que crezcan árboles de monedas de oro. Los pillos luego desentierran y roban las monedas del muñeco, por lo que éste, tras darse cuenta, va donde el Juez de la ciudad de Atrapatontos, quien “lo escuchó con gran benignidad; se interesó muchísimo por el relato, se enterneció y se conmovió; cuando el  muñeco no tuvo nada más que añadir, alargó la mano y tocó una campanilla”, a cuyo llamado acudieron “dos mastines vestidos de guardias”, a los que el Juez dijo: “A ese pobre diablo le han robado cuatro monedas de oro; así que apresadlo y llevadlo en seguida a la cárcel”.


Pinocho deviene “niño infractor” en un sistema tutelar de menores decimonónico que ostenta una retórica de corte “proteccionista”, pero que en la práctica lo que hace es castigar la independencia prematura infantil y restringir la autonomía juvenil. Siendo un “menor en situación irregular”, Pinocho es sometido por las instituciones represivas del Estado, durante “cuatro larguísimos meses”, a una especie de “estado de excepción” con menos derechos y garantías que los “malandrines” adultos –similar a lo que ocurre en Chile con el Servicio Nacional de Menores (SENAME).

Tras ser liberado, el muñeco es enviado nuevamente a la escuela –que comparte la lógica disciplinante con las cárceles y los regimientos–, lugar que en parte le gusta por estar en ella con otros niños, pero siempre aparecen tentaciones que lo “desvían” del camino y lo hacen abandonarla. Cuando está a punto de “convertirse en un niño de verdad”, su amigo Mecha lo convence de huir al “País de los Juguetes”, lugar utópico donde “no hay escuelas, ni maestros, ni libros”; “En ese bendito país no se estudia nunca. El jueves no se va a la escuela; y las semanas se componen de seis jueves y un domingo (…), y las vacaciones de verano empiezan el primero de enero y acaban el último día de diciembre (...). ¡Así deberían ser todas las naciones civilizadas!”. Collodi, describiendo el país de los juguetes: “Este país no se parecía a ningún otro país del mundo. Su población estaba compuesta exclusivamente por niños. Los mayores tenían catorce años, los más jóvenes apenas llegaban a ocho. En las calles había una alegría, un estrépito y un vocerío como para volverse locos (…). En definitiva, un verdadero pandemonium (…). En todas las plazas se veían teatrillos de lona, atestados de niños de la mañana a la noche, y en todas las paredes de las casas se leían inscripciones al carbón de cosas tan pintorescas como éstas: ¡Vivan los jugetes! (en vez de juguetes), no queremos más hescuelas (en vez de no queremos más escuelas), abajo Larin Mética (en vez de la aritmética) y otras lindezas por el estilo”.[10] Habiendo huido al país de los juguetes, “tras cinco meses de buena vida, Pinocho, con gran asombro, siente que le brota un buen par de orejas asnales y se convierte en burro, con cola y todo”. El muñeco, resistiéndose al poder patriarcal de la casa, la escuela y el trabajo, desviándose a los placeres del juego y el ocio, deviene animal y, además, “le crece la nariz” por mentir. Resistiéndose a la socialización primaria no puede llegar a ser “persona”, “niño de verdad”, un “niño normal” de carne y hueso. Entre la familia, la casa y la escuela están la calle y los amigos, esa dimensión monstruosa de lo común que puede desviar al niño y contaminar su pureza.

Sin embargo, hacia el final, después de todas sus aventuras, Pinocho internaliza las demandas represivas del orden social: el muñeco se transforma en un niño y deja automáticamente de ser pobre. Su padre, Gepetto, le explica que “cuando los niños que eran malos se vuelven buenos, tienen la virtud de conseguir un aspecto nuevo y sonriente en el interior de su familia”, y le muestra que el viejo Pinocho de madera se encuentra apoyado en una silla, “con la cabeza vuelta a un lado, los brazos colgando y las piernas cruzadas y medio dobladas, que parecía un milagro que se tuviera derecho”. Pinocho mira su avatar de madera y dice: “¡Qué cómico resultaba cuando era un muñeco! ¡Y qué contento estoy de haberme convertido en un muchacho de bien como es debido!”. La victoria de la socialización represiva sobre la resistencia infantil. La fábula de Pinocho nos ilustra sobre la racionalidad que articula el orden social en el proyecto histórico de la derecha como un orden anclado en el agenciamiento del disciplinamiento social generalizado. La fábula de Pinocho nos ilustra que, desde el dictador Pinochet hasta la ministra Cubillos, es el mismo espectro el que asedia la madera de nuestros cuerpos.


[1] Giorgio Agamben, «Estado de excepción», traducción del italiano al español por Flavia Costa e Ivana Costa, Editorial Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 12004, en una entrevista de Agamben con Flavia Costa, p. 18.
[2] Cfr. Willy Thayer, «Tecnologías de la crítica. Entre Walter Benjamin y Gilles Deleuze», Ediciones Metales Pesados, Santiago, 12010, p. 11 y ss.
[3] Thayer, opus cit., pp. 20-21.
[4] Ibidem, p. 21.
[5] Ibidem, nota 8, p. 184.
[6] Manfred Svensson, «Una revolución gnóstica», en The Clinic, 25 de Noviembre de 2019.
[7] Cfr. Martin Heidegger, «Einleitung in die Philosophie», Gesamtausgabe 27, Vittorio Klostermann Verlag, Frankfurt am Main, 21996, p. 133 y ss.; y «Zollikoner Seminare: Protokolle-Zwiegespräche-Briefe (hrsg. von Medard Boss)», Vittorio Klostermann Verlag, Frankfurt am Main, 11994.
[8] Giorgio Agamben, «Infancia e historia. Destrucción de la experiencia y origen de la historia», traducción del italiano al español por Silvio Mattoni, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 22007, p. 59 y ss.
[9] Carlo Collodi, «Storia di un Burattino. Le avventure di Pinocchio» (Historia de un títere. Las aventuras de Pinocho), escrito y publicado en un periódico de Florencia, Giornale per i Bambini, entre 1882 y 1883. En esta interpretación de la fábula hago eco de las reflexiones de Julio Cortés, filósofo anarquista, abogado y músico chileno.
[10] Cfr. Agamben, opus cit., p. 93 y ss.