martes, 3 de febrero de 2015

Giorgio Agamben, "Si la feroz religión del dinero devora el futuro" (16 de febrero de 2012).



El presente artículo de Giorgio Agamben apareció el 16 de febrero de 2012, publicado en Italia en el periódico La Repubblica –de donde he tomado el texto italiano que aquí traduzco–, y está disponible en el siguiente enlace:



Si la feroz religión del dinero devora el futuro


 Para captar lo que significa la palabra “futuro”, primero debemos captar lo que significa otra palabra, que no estamos acostumbrados a utilizar fuera de la esfera religiosa: la palabra “fe”. Sin fe o confianza no es posible el futuro, en la medida en que hay futuro sólo si podemos esperar o creer en algo. Ya, pero ¿qué es la fe? David Flüsser, un gran estudioso de la ciencia de las religiones –existe una disciplina con este extraño nombre–, un día estaba trabajando sobre la palabra pistis, que es el término griego que Jesús y los apóstoles usaban para decir “fe”. Ese día se encontraba por casualidad en una plaza de Atenas y en un determinado momento, alzando la mirada, vio escrito en letras grandes frente a él Trapeza tes pisteos. Estupefacto por la coincidencia, miró mejor y después de unos segundos se dio cuenta de que estaba simplemente frente a un banco: trapeza tes pisteos significa en griego “banco de crédito”. Ahí estaba el sentido de la palabra pistis que había estado tratando de captar durante meses: pistis, “fe”, es simplemente el crédito que tenemos con Dios, y el crédito que la palabra de Dios tiene con nosotros desde el momento en que creemos en ella. Por eso Pablo puede decir en una famosa definición que “la fe es la sustancia de las cosas esperadas”: es lo que da realidad a lo que no está allí todavía, pero en lo que creemos y confiamos, dando crédito. Algo así como un futuro existe sólo en la medida en que nuestra fe le puede dar sustancia o realidad a nuestras esperanzas.

            Pero la nuestra, como sabemos, es una época de escasa fe o, como decía Nicola Chiaromonte, de mala fe, esa fe mantenida a la fuerza y sin convicción. Es, por tanto, una época sin futuro y sin esperanza –o de futuros vacíos y falsas esperanzas. Pero en esta época demasiado vieja para creer verdaderamente en algo y demasiado astuta para estar verdaderamente desesperada, ¿qué es nuestro crédito, qué es nuestro futuro? Porque, en una inspección más cercana, hay todavía una esfera de crédito, una esfera a la que fue a dar toda nuestra pistis, toda nuestra fe. Esta esfera es el dinero y los bancos –los pisteos tes trapeza– son sus templos. El dinero no es más que un crédito y sus correspondientes billetes de banco (notas bancarias). La así llamadacrisis” que estamos atravesando –pero lo que se llama “crisis”, ahora está claro, no es más que la manera normal en que funciona el capitalismo de nuestro tiempo– comenzó con una serie de imprudentes operaciones de crédito. Esto significa, en otras palabras, que el capitalismo financiero –y los bancos que son su órgano principal– funciona jugando con el crédito, es decir, con la fe de los hombres. Pero esto también significa que la hipótesis de Walter Benjamin, según la cual el capitalismo es en verdad una religión y la más feroz e implacable que ha existido –porque no conoce redención ni tregua– ha de ser tomada en cuenta literalmente. El Banco –con sus funcionarios grises y expertos– ha tomado el lugar de la Iglesia y sus sacerdotes y, gobernando el crédito, manipula y gestiona la fe –la escasa e incierta confianza– que nuestro tiempo todavía tiene en sí mismo. Y lo hace en el modo más irresponsable y carente de escrúpulos, tratando de lucrar ganando dinero a costa de la confianza y de la esperanza de los seres humanos, estableciendo el crédito del que cada uno puede disfrutar y el precio que tiene que pagar por ello (incluso el crédito de los Estados, que dócilmente han abdicado de su soberanía). De este modo, gobernando el crédito, el poder financiero gobierna no sólo el mundo, sino también el futuro de los hombres, un futuro que la crisis hace cada vez más corto y a plazo. Y si hoy la política ya no parece posible, esto es porque el poder financiero de hecho ha secuestrado toda la fe y todo el futuro, todo el tiempo y todas las expectativas. Mientras dure esta situación, mientras nuestra sociedad que se cree laica permanezca subordinada a la más oscura e irracional de las religiones, sería bueno que cada uno de nosostros vaya recuperando su crédito y su futuro de las manos de estos tristes y desacreditados pseudosacerdotes, banqueros, profesores y funcionarios de las diversas agencias del poder financiero. Y quizás lo primero que hay que hacer es dejar de mirar sólo hacia el futuro, como ellos nos instaron a hacerlo, para volver a mirar hacia el pasado. Sólo comprendiendo lo que ha pasado y sobre todo tratando de captar cómo ha llegado a ser posible, tal vez, podamos recuperar la libertad. La arqueología –no la futurologíaes la única vía de acceso al presente.

Traducción del italiano al español por Gonzalo Díaz Letelier.


martes, 27 de enero de 2015

Reseña de Andrea Cavalletti al libro de Giorgio Agamben "El uso de los cuerpos" (Italia, 2014).



 He aquí una versión de la reseña que Andrea Cavalletti hace del libro de Giorgio Agamben, «El uso de los cuerpos» («L’uso dei corpi», 2014). La traducción del italiano al español la hice a partir del texto publicado en: Quotidiano Comunista Il Manifesto, 28 de diciembre de 2014, disponible en el siguiente enlace:

http://ilmanifesto.info/la-vita-e-forma-e-si-genera-vivendo/

 



Agamben, la vida es forma y se genera viviendo.

Cerrando el 2011 con «Altísima pobreza» (el volumen IV, 1 de la gran obra «Homo sacer»), Giorgio Agamben evidenciaba la grandeza y los límites de la regla franciscana: una forma de existencia que situándose fuera del derecho, rechazando la propiedad en nombre del uso, definía todavía el uso en relación al derecho, de una manera únicamente negativa. De hecho, no había en el franciscanismo “una definición del uso en sí mismo”, que en definitiva fue concebido por sus defensores como una serie de actos de renuncia. Agamben se despedía así de sus lectores dejando abierta una doble pregunta: “¿Cómo podría verdaderamente un uso traducirse en un ethos y en una forma de vida? Y ¿qué ontología y qué ética corresponderían a una vida que, en el uso, se constituyera como inseparable de su forma?” El otro libro de 2011, «Opus Dei» («Homo sacer, II, 5»), una investigación arqueológica del paradigma operativo y el oficio, y, en íntima conexión con ello, de la voluntad y el comando –o sea, de aquel aparato conceptual que de Aristóteles a Kant ha informado toda la cultura occidental–, menciona hacia el final el horizonte próximo de la investigación: “El problema de la filosofía que viene es pensar una ontología más allá de de la operatividad y del comando, y una ética y una política totalmente liberadas de los conceptos de deber y voluntad”. Las indicaciones de los dos libros fueron, por lo tanto, estrictamente convergentes: el ethos finalmente liberado de la voluntad y del deber coincide con la forma de vida, y ésta no es más que el uso, es decir, puede ser concebida sólo haciendo una ontología de la no-operatividad. Ya en «Homo sacer, I» (1995), por otra parte, Agamben usaba guiones para escribir forma-de-vida, nombrando así un “ser que es sólo su desnuda existencia, una vida que es su forma y permanece inseparable de ella”, y que se podría pensar más allá de la distinción aristotélica entre potencia y acto, más allá de la partición clásica entre zoè y bios, o más allá del bando soberano que cesura y captura a la nuda vita. La investigación de veinte años podría llegar a término coincidiendo con la “definición del uso en sí mismo”.

            «El uso de los cuerpos» («Homo sacer, IV, 2») responde a las expectativas con la fuerza resolutiva de la obra maestra. Este noveno y último volumen es un libro con el que será de ahora en adelante necesario medirse –aunque no sea fácil–, no sólo porque por su riqueza, erudición y claridad especulativa se está imponiendo en el panorama filosófico de nuestro tiempo, sino porque verdaderamente abre una nueva dimensión del pensamiento mientras restituye –más allá de la “potencia constituyente”, a saber, de las instituciones y del gobierno– toda la seriedad de la anarquía (entendida a la vez en sentido filosófico y político).

            Esta vida que es sólo su desnuda existencia, la vida que precisamente el derecho excluye y captura, la vida a-bandonada  y sagrada (insacrificabile, explicada por Agamben yendo más allá de Kerényi, en el sentido que puede ser matada sin cometer homicidio), se presenta al inicio de la nueva obra en una frase de Guy Debord: “cette clandestinité de la vie privée sur laquelle on ne possède jamais que des documents dérisoires” [esta clandestinidad de la vida privada sobre la cual no se puede poseer jamás más que unos documentos ridículos]. Es la vida del cuerpo, separada de nosotros como lo está un inmigrante ilegal, y a la vez inseparable como no se separa de nosotros algo quecomparte de modo encubierto con nosotros la existencia”. Ciertamente, respecto del último Foucault que había pensado en nombre del placer la sustracción del cuerpo a los mecanismos de poder de la sexualidad, Agamben había expresado sus reservas señalando que el cuerpo está para nosotros “ya siempre preso en un dispositivo (…), es ya siempre cuerpo biopolítico y vida desnuda”.

Pero el énfasis aquí está puesto sobre el uso, se trata de aislarlo, sustrayéndolo de su asimilación al acto, a la producción, a la obra. Ahora, un puro uso del cuerpo había sido concebido por la cultura clásica en la figura y la actividad del esclavo que, explica Agamben, no puede ser interpretado de acuerdo con un concepto de trabajo tan implícito y obvio para nosotros como desconocido para los griegos. El trabajador podrá ser esclavizado, pero el esclavo no es un trabajador. Su cuerpo, decía Aristóteles, es un instrumento, pero no produce –como el telar– una obra separada de su uso; es más bien un instrumento práctico, similar a una túnica o una cama, que sólo se usan. Improductivo, y casi desprovisto de virtud, este hombre-utensilio es por tanto el excluido de la vida política que hace posible que los otros sean libres, enteramente políticos, verdaderamente humanos.

Se reconoce aquí el esquema típico de la exclusión incluyente –o de la “excepción”, en el sentido que Agamben ha dado a este término. Pero precisamente por esto, según un gesto teórico también típico y complementario, “el esclavo representa la captura en el derecho de una figura del hacer humano que todavía queda por librar”.

La indagación comienza a girar, por lo tanto, en torno al verbo chresthai: usar (que de hecho no puede tener acusativo), verbo que indica, en su significado más propio, no una relación de un sujeto con un objeto exterior, sino la relación que se tiene con sí mismo. La diferencia con Foucault está señalada ahora sutilmente: de hecho, es verdad que en una famosa lección del curso de 1982, «La hermenéutica del sujeto», la noción platónica e incluso estoica de chresis fue devuelta a su sentido más amplio y variado (comportamiento, actitud) e interpretada como un signo del “cuidado de sí” y del sujeto: quien cuida de sí, enseñaba Foucault, se ocupa de sí mismo como sujeto de la chresis, esto es, de comportamientos, actitudes, etc. Pero si ya la chresis, según la aguda distinción de Agamben, es una “relación consigo”, ella comporta un cambio esencial más allá de la dimensión del sujeto. Ya no hay un sujeto de la chresis del cual ocuparse, sino sólo uso, sólo relación consigo y sin sí mismo como sujeto. Aquí Agamben puede parecer cercano a Heidegger, según quien la expresión Selbstsorge (cuidado de sí) –que signa desde la antigüedad la comprensión preontológica del sujeto– es sólo una tautología, porque el ser-ahí está ya siempre haciéndose cargo de sí mismo («Ser y tiempo», § 40). Pero nunca su confrontación con el maestro de los seminarios de Le Thor fue tan crítica y cerrada como en este libro. Precisamente el modo en que Heidegger privilegia el cuidado y describe el uso, asimilándolo a la energeia, demuestra según Agamben que él no está fuera del marco aristotélico. “Definir el uso en sí mismo” significa más bien pensar en un uso de la potencia que no sea simplemente pasaje al acto. Significa trabajar sobre las nociones de hexis, habitus, costumbre: distinguir, más allá de la pareja potencia/acto, un “uso habitual”. Si Glenn Gould es un pianista incluso cuando no toca, no lo es en cuanto “titular o dueño de la potencia de tocar, que puede poner o no poner en obra”, sino porque no cesa nunca de ser el que tiene el uso del piano, “vive habitualmente el uso de sí” como pianista. El uso no es una actividad, sino una forma-de-vida.

Para esto la riquísima segunda parte del libro se mueve en la dirección que Heidegger había vislumbrado sin poder seguirla: Agamben primero emprende una aguda arqueología del “dispositivo aristotélico”, a la vez ontológico y lingüístico, que aísla al sujeto escindiendo esencia y existencia, para adentrarse luego en el campo aún inexplorado de la “ontología modal”. Si alguna vez el pensamiento moderno ha arribado a este territorio fue en la correspondencia entre Leibniz y Des Bosses, y con ese concepto al que Leibniz ha dado el nombre (“inattendu et énigmatique” [inesperado y enigmático], dirá Charles Blondel) de vinculum substantiale. Caído –con la notable excepción de Maine de Biran– en un cono de sombra a lo largo del siglo XIX, el vinculum, que para Leibniz combina la multiplicidad rebosante de mónadas en una substancia, era redescubierto en 1930 precisamente por Blondel (en clave anti-kantiana), y luego por el historiador Alfred Boehm y en tiempos más recientes por Gilles Deleuze, quien le confió un papel clave en la transición desde la ontología clásica hacia su “filosofía del haber”. La original estrategia de Agamben apunta más bien al término “exigencia”: si el vínculo, como decía ya Leibniz, exige a las mónadas, la exigencia debe sustituir ahora a la substancia como concepto central de la ontología. El ser no se apropia de los modos de ser, sino que los exige, se despliega en ellos, no es más que sus modificaciones. La vida no es más que su forma y la forma –según la bella expresión de Vittorino– se genera viviendo.

Todas las oposiciones (existencia/esencia, potencia/acto, etc.) sobre las que estaba construida la tradición metafísica devienen así revocadas, y con ellas todas las particiones sobre las cuales, con un proyecto correspondiente, la filosofía política a lo largo de los siglos ha desarrollado y nutrido el dispositivo de la soberanía (vida desnuda/poder; oikos/polis; violencia/orden; multitud/pueblo). En la forma-de-vida, en la vida que se forma o se genera viviendo, zoè y bios no están ya más en una relación de oposición, sino que “se contraen la una sobre la otra”, entrando en contacto. Agamben retoma esta palabra de Giorgio Colli en su significado técnico: el contacto es “un vacío de representación” (donde representación significa a su vez, para Colli, “una relación simple”). Ahora, «Homo sacer, I» enseñaba que la forma pura de la relación es el bando soberano. Llegar, en el uso o en el contacto, más allá de la relación, quiere decir así, traspasar verdaderamente un umbral ontológico-político, pensar a la vez el ser y la política ya no más como una relación o representación.

Coherentemente, pues, la última parte de la búsqueda –que es también una recapitulación de todo el diseño de «Homo sacer» propone una “teoría de la potencia destituyente”. En efecto, ¿qué es el uso como potencia ya no subordinada al acto, ya liberada de la energeia? Sin obra, sin producción, sin trabajo ni paresse [presencia], el uso es la constante desactivación de la máquina ontológica, es la potencia que revela, expone y neutraliza todas las oposiciones. Y si la filosofía, según el lema de Kojève que a Agamben le gusta recordar, es aquel discurso que hablando de algo también habla del hecho de que está hablando, esta investigación de veinte años es destituyente. Con la agudeza del filólogo y la perspicacia del teórico, el autor de «Homo sacer» no ha hecho más que exhibir y disolver, durante los últimos veinte años, las relaciones fundamentales de la ontología política. Y aquí, donde vida y forma, zoè y bios, ser y modos de ser ya no se distinguen, el trabajo llamado «Homo sacer» coincide con la inoperosidad. Más allá del sujeto y de los principios del deber y de la voluntad, más allá del comando, del bando soberano o del vínculo entre poder constituyente y poder constituido, allí donde no hay más instituciones ni gobiernos, más allá de la bio-política, allí se puede finalmente nombrar la verdadera anarquía. Modo o forma-de-vida, ésta sólo “se libera como contacto”: desactivando el dispositivo que la sostiene, es decir, “con la lúcida exposición” de la misma anomia o “anarquía interna al poder”.


Traducción del italiano al español por Gonzalo Díaz Letelier.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Artículo: "Inmigrantes, los 'nuevos bárbaros' en la gramática biopolítica de los Estados contemporáneos", por María Emilia Tijoux & Gonzalo Díaz Letelier.


María Emilia Tijoux & Gonzalo Díaz Letelier
"Inmigrantes, los 'nuevos bárbaros' en la gramática biopolítica de los Estados contemporáneos".

En: Quadranti Rivista Internazionale di Filosofia Contemporanea, Vol. II, nº 1, Salerno, 2014, pp. 283-309.

En este link aparece la opción para descargar la revista completa en formato PDF:

http://www.rivistaquadranti.eu

Y para descargar el artículo en formato PDF:

https://www.mediafire.com/?xje8bmdejomyi1t

Este número de la revista italiana Quadranti, coordinado por Rossano Pecoraro, está dedicado a la recepción del pensamiento de Foucault y sus derivas contemporáneas: Volume II, nº 1, 2014, Detti, Scritti & Corsi : la Filosofia di Michel Foucault (1984-2014). He aquí el sumario de este número de la revista:

Sommario

p. 3 / Nota del Direttore.

 
p. 4 / Diogo Sardinha – Balibar e Foucault: introdução a um prefácio.

 
p. 11 / Étienne Balibar – Como se uma filosofia houvesse nascido.

 
p. 23 / Daniele Lorenzini – La tentazione ontologica di Michel Foucault.

 
p. 39 / Manuel Mauer – L’archéologie foucaldienne de la vie.

 
p. 62 / Laura Bazzicalupo – Foucault e la naturalizzazione dell’umano.

 
p. 80 / Miguel de Beistegui – The Subject of Truth: On Foucault’s Lectures on the "Will to Know".

 
p. 100 / Luca Paltrinieri – Archeologia della volontà. Una preistoria delle “Lezioni sulla volontà di sapere”.

 
p. 136 / Mario Autieri – Democrazia e "liberalismo" in M. Foucault.

 
p. 152 / Óscar Martiarena – Observaciones sobre la noción de gobierno en
los últimos cursos de Michel Foucault en el "Collège de France".

 
p. 183 / Carlos A. Manrique – La dramatización de la verdad, y la
discursividad de los cuerpos (líneas de resonancia entre los estudios de
Foucault sobre la gubernamentalidad neoliberal y la parrhesía cínica).

 
p. 206 / Luiz Celso Pinho – O imperativo do discurso corajoso: a "parresia" no último curso de Foucault.

 
p. 216 / Rodrigo Castro Orellana – Foucault y el debate postcolonial. Historia de una recepción problemática.

 
p. 250 / Vera Malaguti Batista – Foucault na periferia da barbárie.

 
p. 264 / Mariana Canavese – Señas particulares: la fortuna argentina y latinoamericana de Foucault.

 
p. 283 / María Emilia Tijoux & Gonzalo Díaz Letelier – Inmigrantes, los "nuevos bárbaros" en la gramática biopolítica de los Estados contemporáneos.

 
p. 310 / Angela Donini – Biopolítica e tecnosexualidade.

 
p. 321 / Juan Pablo Arancibia Carrizo – Lenguaje, Tragedia y Melancolía en la Filosofía Política de Foucault.

 
p. 360 / Stefano Righetti – Foucault, l’invisibile e la fotografia.

viernes, 19 de diciembre de 2014

El imperio de la sexualidad. Entrevista con Joseph Massad.


Joseph Massad (Jordania, 1963) es profesor del Departamento de Estudios Mediorientales, Sudasiáticos y Africanos de la Universidad de Columbia (New York, U.S.A.). Sus líneas de investigación se concentran en la política en medioriente y las representaciones del deseo sexual en el mundo árabe. Ha publicado "Colonial effects: the making of national identity in Jordan" (Columbia University Press, 2001), "The Persistence of the Palestinian Question: Essays on Zionism and the Palestinians" (Routledge, 2006) y "Desiring Arabs" (University of Chicago Press, 2007). 

La siguiente entrevista, a propósito de su libro "Desiring Arabs" (University of Chicago Press, 2007), fue publicada en febrero de 2012 por el sitio francés La Revue des Livres, con el título "L'empire de la sexualité, ou peut-on ne pas être homosexuel (ou hétérosexuel)? Entretien avec Joseph Massad"

http://www.revuedeslivres.fr/l%E2%80%99empire-de-%C2%AB-la-sexualite-%C2%BB-ou-peut-on-ne-pas-etre-homosexuel-ou-heterosexuel-entretien-avec-joseph-massad/ 

Una versión en inglés se publicó en marzo de 2013 en el sitio árabe Jadaliyya, con el título "The empire of sexuality. An interview with Joseph Massad": 

http://www.jadaliyya.com/pages/index/10461/the-empire-of-sexuality_an-interview-with-joseph-m 

Es desde esta versión en inglés que hemos realizado la presente traducción al español. Para descargar esta entrevista en formato PDF:

https://www.mediafire.com/?8e98cd0h5bphiac


ENTREVISTA

Félix Éwanjé-Épée y Stella Magliani-Belkacem (F.E. & S.M.): En su obra y en sus intervenciones académicas usted ha argumentado que la imposición de las categorías de homo-hetero en el mundo no-occidental es inseparable de las políticas del imperialismo y la dominación del modo de producción capitalista. ¿Puede describir este proceso?

Joseph Massad (J.M.): La dificultad de hablar de un término particular como el de “sexualidad” se debe a los continuos esfuerzos euro-americanos por universalizarlo, y a que en este contexto euro-americano particular, ha sido un requisito, si no una necesidad que ha aumentado sensiblemente desde la década de 1970, considerarlo ya siempre como una categoría universal. Mi trabajo no apunta a recordarnos que la “sexualidad” es experienciada diferentemente en diferentes contextos históricos o geográficos, y que así tiene distintas interpretaciones “culturales” que le dan forma. Más bien, yo insisto en que la “sexualidad” misma, como categoría epistemológica y ontológica, es un producto de historias y formaciones sociales euro-americanas específicas, que es una categoría “cultural” euro-americana que no es universal ni necesariamente universalizable. De hecho, aún cuando la categoría de “sexualidad” ha viajado con el colonialismo europeo a lugares fuera de Europa, su adopción en aquellos contextos no fue ni idéntica ni necesariamente simétrica a su despliegue en Europa y Euro-América.

John D' Emilio argumentó hace muchos años que “los gays y las lesbianas no siempre existieron. Más bien son un producto de la historia y han llegado a existir en una época histórica específica (...) asociada con las relaciones del capitalismo”. Debemos añadir que esto igualmente aplica a los hombres y mujeres heterosexuales y straight, que también son producto de una época histórica específica, que su emergencia histórica y su producción también fue específica de aquellas regiones geográficas del mundo y de esas clases dentro de las cuales un tipo específico de la acumulación de capital se había producido y donde ciertos tipos de relaciones de producción capitalistas habían prevalecido.

Como argumento en mi próximo libro, «El Islam en el liberalismo», a pesar de que el capitalismo implica la universalización de los medios de producción y ha producido sus propias formas y modos internos de enmarcar las relaciones capitalistas, estas formas y modos no se han institucionalizado de la misma manera ni en las leyes y las economías nacionales, ni en las prácticas íntimas cotidianas de los diversos pueblos. No han producido efectos similares a los que tienen en los Estados Unidos y en Europa Occidental. Esto no quiere decir tampoco que el binarismo hetero/homo logró totalmente la normalización de las sociedades euro-americanas, sino más bien que se autoafirmó como la forma hegemónica de organización de identidades y ahí está todavía para normalizar a las poblaciones de Occidente que se resisten a él (al afirmar que ellos padecen de homofobia internalizada, falsa conciencia y cosas así). La incapacidad del binarismo hetero/homo y sus identidades socio-sexuales conmensuradas para instituirse de la misma manera en todas partes no difiere de la de muchas otras categorías y productos que viajan con el capital imperial de la metrópoli hacia la periferia y no son siempre utilizadas o consumidos a la manera metropolitana.

El orden sexual del contexto poscolonial al que se introducen las identidades sexuales occidentales contemporáneas es ya el efecto de una epistemología colonial que ha sido traducida e iterada anteriormente. Como narro en «Árabes deseantes», la proyección europea de vergüenza sobre los no-europeos en lo que respecta a los deseos y las prácticas sexuales comienza en los albores del encuentro colonial, incitando un discurso reactivo de asimilación de las normas europeas. Esto significa que la más reciente exportación imperial del binarismo hetero/homo –y específicamente la de las identidades gay y lesbiana– toma lugar en un contexto que ya ha sufrido un proceso previo de traducción. Este proceso produjo determinados entendimientos “periféricos” de deseos normativos y naturales, modulados occidentalmente con argumentos y taxonomías médicas y científicas, pero que en en gran medida no lograron instituir una réplica del régimen occidental de la sexualidad.

En todo caso, tengan en cuenta que yo no estoy argumentando que estas identidades sexuales siempre fallan en su intento de instituirse dentro o fuera de Occidente, o que este fracaso es total, sino más bien que tales identidades tienen éxito o fracasan diferencialmente entre las clases y los países, dependiendo del efecto de las estructuras capitalistas y su producción de determinados estilos de vida, formas y modos de vida interiores a las diferentes clases sociales, que son a su vez el resultado del desarrollo capitalista desigual. A pesar de que el capital imperial es a menudo productivo de nuevas identidades, incluyendo las identidades sexuales conmensuradas con su diseminación global de la forma de la familia nuclear burguesa heterosexual, no toda nueva identidad sexual que el capital imperial genera en la periferia es siempre mapeable en el binarismo hetero/homo. Que los Internacionalistas Gay busquen asimilar esas nuevas identidades forzándolas en el marco del binarismo hetero/homo es en sí mismo un síntoma culturalmente imperialista de la penetración del capital imperial de estos países, y no el resultado o efecto de tal penetración, ya que en la mayoría de los casos ella fue incapaz de reproducir o imponer identidades normativo-sexuales europeas en la mayoría de la población. Aquí debemos tener en mente que, como nos recuerda Edward Said, “el imperialismo es la exportación de identidad”. El imperialismo opera en el registro de la producción de la no-Europa como lo otro, y a veces como casi lo mismo que –o potencialmente lo mismo que– Europa.

D' Emilio buscaba demostrar que el efecto del capitalismo sobre la emergencia de las identidades de gays y lesbianas en Occidente sería, simultáneamente, 1) un resultado de las relaciones laborales que requerían nuevas actividades residenciales y migratorios, y que implicaban la disolución o el debilitamiento de los vínculos familiares y de parentesco, y, por otra parte, 2) el desarrollo de una sociedad de consumo y la emergencia de redes sociales que producen, conforman y articulan deseos sexuales que sean acordes con estos cambios, lo que llevó al desarrollo de las identidades sexuales. En cuanto los agentes de la cruzada identitario-sexual han insistido en la presencia de las identidades gay y lesbiana en una serie de países de la periferia –como prueba de un desarrollo paralelo de lo que ocurrió en Europa y Estados Unidos–, apelan, sin embargo, a las identificaciones subjetivas de algunos miembros de la élite de estas sociedades, y dejan de lado la ausencia de las estructuras económicas y sociales que llevaron a su aparición en Occidente.

F.E. & S.M.: Su trabajo ha desafiado la política del Internacionalismo Gay propugnado por las ONG occidentales y por sus potenciales socios en el mundo árabe. ¿Cuáles son las consecuencias políticas de este desafío, sobre todo en la lucha contra la heterosexualización del mundo?

J.M.: El imperialismo neoliberal estadounidense desde la década de 1980 –y de una manera mucho más intensa desde la caída de la Unión Soviética– ha buscado suplantar a toda organización y activismo independiente de la sociedad civil a lo largo y ancho del mundo mediante las organizaciones no-gubernamentales (ONG) que crea y/o coopta, que entrena y financia, y que son dependientes de una agenda estadounidense internacionalizada (suscrita a una epistemología y ontología sexual occidental) relativa a identidades, derechos, gobernanza, economía, administración, leyes, finanzas e inversiones transnacionales, religión, cultura, artes, literatura, etc. El objetivo era destruir todos los esfuerzos existentes en aquellas sociedades que organizan a la población contra la dictadura pro-occidental, contra la economía neoliberal, y contra el control imperial de Estados Unidos y Europa, para citar lo más sobresaliente. La exportación del particular y limitante sistema de valores liberal de la clase media blanca protestante de base urbana como un sistema universal de valores que –después de haber sido impuesto a Europa Occidental a nivel de élites y popular– debe ser impuesto al resto del mundo como un precursor de la imposición de concepciones americanas del futuro de una humanidad (neoliberal), tal exportación, digo, requirió de estas ONG para hacer gran parte del trabajo básico ya preparado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial en las últimas décadas –y que creó la crisis de deuda de la década de 1980.

Por supuesto, se trataba de un modelo ya impuesto dentro de los Estados Unidos para controlar el activismo y la organización social, y que reemplazó a las organización –típica de la década de 1960– de grupos que se oponían y resistían a las definiciones societales y estatales de una ciudadanía racializada y de género, así como a la normatividad sexual, entre otras luchas. Gran parte de esa energía fue cooptada en la década de 1970 y organizada en las ONG financiadas por fundaciones estatales o privadas con experiencia de muchos años en la promoción de las políticas imperiales de Estados Unidos durante la Guerra Fría (la Fundación Ford debe mencionarse aquí como una que ha estado a la vanguardia de ese esfuerzo). Los territorios palestinos ocupados serían el teatro de operaciones más grande para la ejecución de este programa fuera de los Estados Unidos, en virtud del cual la gran mayoría de la sociedad civil de Cisjordania y Gaza estaba siendo diezmada y suplantada por las ONG occidentales vinculadas al proceso de paz y sujetas a las regulaciones impuestas por la alianza nortemaricano-europea con la colonia judía y sus intereses. En el caso de Gaza –y en menor medida en Cisjordania–, este esfuerzo sería resistido políticamente, pero tomaría la misma forma –a saber, la de las ONG islamistas con financiamiento local e internacional, aunque no-occidental.

Es en este contexto que la internacionalización de la homosexualidad, al ser un esfuerzo más público y específico –en comparación con la internacionalización de la rectitud (straightness) y la heterosexualidad, que es un proyecto mucho más prolongado y general–, llega a ser defendido por gays neoliberales blancos americanos (y europeos) –mientras que las mujeres blancas imperialistas estadounidenses (y europeas) estarían ocupadas en proyectos para rescatar globalmente a las mujeres no-blancas de los hombres no-blancos–, buscando difundir la liberación y la libertad para las oprimidas masas “homosexuales” alrededor del mundo, mientras que la mitad de los Estados de Estados Unidos tenían leyes en los códigos criminalizaban la homosexualidad –leyes que se hizo necesario remover de los códigos de un solo golpe en 2003 por la Corte Suprema de los Estados Unidos, en orden a impulsar de mejor manera el avance hacia esta agenda de universalización de los valores liberales norteamericanos.

En este contexto, sólo una organización Internacionalista Gay Árabe fue creada en El Líbano, y algunas más en Israel que son integradas por los ciudadanos palestinos israelíes que insisten en que la adopción del binarismo hetero/homo como definición es esencial para la lucha de liberación de los oprimidos sexuales en sus países y más allá de ellos, mientras que sin saberlo –o ya a sabiendas– sigue avanzando la represión de aquellos que no están acogidos al binarismo hetero/homo occidental. Su intento de normalizar al mundo árabe mediante su transformación en una copia de Euro-América procede de su ingenua e incluso perniciosa creencia –que reviste la forma de una creencia religiosa que persiguen con un celo misionero– de que los árabes ya son sujetos del binarismo hetero/homo y que la tarea es simplemente liberar a los homosexuales entre ellos. Sin embargo, su intervención participa en la heterosexualización de la mayoría de los árabes y la homo-normativization de una minoría de ellos. Lo que estas organizaciones quieren imponer, como parte de la Internacional Gay, es un régimen de la sexualidad predicado sobre la base de una ontología occidental reciente, en el que determinadas configuraciones del deseo sexual se convierten en la verdad de la identidad de uno, en la verdad de lo que uno es como sujeto.

Ellos son asistidos en este esfuerzo por la diáspora de grupos de Internacionalismo Árabe Gay ubicados en los Estados Unidos y en Europa, grupos que son parte integrante de la Internacional Gay imperial blanca. Mientras que Gayatri Spivak tiempo atrás diagnosticó una situación en la que los hombres blancos querían salvar a mujeres morenas de hombres morenos, en la era de la Internacional Gay y la inversión y secuestro por parte de la derecha de la noción de “agencia”, la situación se ha vuelto mucho más complicada. Lo que tenemos hoy es una situación donde las mujeres morenas (homosexuales y heterosexuales) y los hombres homosexuales morenos (aquellos ubicados en la metrópolis euro-estadounidense y aquellos que trabajan para las ONG con financiamiento euro-estadounidense en sus países de origen), y sus aliados blancos de todos los géneros y sexualidades, se dedican a salvar a las mujeres morenas (heterosexuales y homosexuales) y a los hombres morenos “gay” (en el Tercer Mundo y en Europa y los Estados Unidos) de los hombres morenos “heterosexuales”.

Mientras tanto, los esfuerzos del Internacionalismo Gay y Straight son complementados por la internacionalización occidental de la homofobia en las zonas del mundo donde no existían ni las identidades homosexuales ni homofóbicas. Ideologías y organizaciones conservadoras homofóbicas norteamericanas –seculares y religiosas– están interviniendo en todo el mundo para exportar los “valores familiares” americanos que tienen como objetivo heterosexualizar a los no-europeos e instruirlos en la homofobia –que es siempre un esfuerzo simultáneo. Esto se está llevando a cabo no sólo a través de proyectos de ingeniería social ejecutados por las ONG financiadas por Occidente, sino también por medio de la legislación, con la criminalización de ciertos tipos de conducta sexual que son vistas como resistentes a la imposición del binarismo hetero/homo americano, que en este caso es conocido como el sistema de los “valores familiares” cristianos-americanos, a la par que el Internacionalismo Gay insiste en que se les debe “descriminalizar” para facilitar su proyecto de binarización hetero/homo, conocida en su caso como “liberación” de las minorías sexuales. Sabemos lo que esto ha provocado en Uganda con los de la American Gay Internationalists y los evangélicos estadounidenses peleando, aparentemente en nombre de los ugandeses, y cada vez más con la intervención de la derecha estadounidense islamófoba y del evangélico homofóbico Pat Robertson en lugares como Kenia y Zimbabwe, donde éste ha abierto sedes de su American Center for Law and Justice. Así que lo que vemos, entonces, es una exportación de las guerras culturales de Occidente, en la que ambas partes son igualmente racistas y colonialistas, y se articulan entre sí en función de una exportación imperial mayor, a saber, la binarización hetero/homo del mundo –la que traerá esencialmente 1) la heterosexualización masiva de los no-europeos que prestan atención a la llamada binaria mediante la aceptación de la heterosexualidad, y 2) la normalización minoritaria de aquellos que prestan atención a la llamada binaria mediante la aceptación de la homosexualidad. Lo otro es dejar de prestar atención a la llamada, negarse a aceptar el binarismo, convirtiéndose en objetivo de otra exportación occidental, a saber, la homofobia.

F.E. & S.M.: ¿Cómo responde a sus críticos que le acusan de hacer que los árabes se identifiquen como gays invisibles y de hacer aparecer a las organizaciones LGBT árabes como agentes del imperialismo?

J.M.: Yo nunca he buscado hacer invisible a alguien. De hecho, nada de lo que yo pueda hacer podría hacer invisibles a los árabes que se identifican como “gays” u “homosexuales”. Aquellos entre los árabes que viven en el mundo árabe y que adoptan esta identidad como identificación social pública y tratan de lograr su internacionalización a través de la rúbrica de las organizaciones financiadas por Occidente (debería decir en una “organización” que se encuentra en Beirut para ser numéricamente preciso), con el fin imponerla a los demás, son financiados y defendidos por un gran aparato imperial que no sólo los hace visibles, sino que al mismo tiempo hace invisibles a los mucho más numerosos árabes que desean y/o participan del contacto con personas de diferente sexo o del mismo sexo y que rechazan el binarismo hetero/homo como una forma de organizar sus identidades, y que se resisten a hacer de sus deseos sexuales sus verdades internas –como es requerido por el régimen occidental de la sexualidad. La producción del árabe gay (y la de su correlato, el heterosexual) se basa en la invisibilización de la mayoría de los árabes cuya ontología no depende de esta formación euro-americana ni de sus misiones imperiales, y que no viven bajo un régimen occidental de la sexualidad.

Yo nunca he llamado a los árabes del LGBT “agentes del imperialismo”, como lo hacen parecer los Internacionalistas Gay que a menudo me citan descontextualizadamente. Hay que decir que el ala académica de la International Gay sufre de un analfabetismo teórico egregio. Sin embargo, he dicho que el Internacionalismo Gay Árabe es cómplice del imperialismo, y su complicidad no es muy diferente de la complicidad de los árabes nacionalistas o de los árabes islamistas (en mi libro «Árabes deseantes» estudio cómo los tres grupos llegaron a ser cómplices del imperialismo euro-estadounidense y del orientalismo). El hecho de que todos estos grupos (y en el caso del Internacionalismo Gay, me refiero a aquellos que se encuentran en Beirut e Israel) son anti-imperialistas en el sentido de que se oponen a la presencia política, económica y militar imperial de los Estados Unidos o los países europeos en el mundo árabe, que se oponen a las guerras de Estados Unidos en el mundo árabe y musulmán, que se oponen a la agresión israelí y sionista contra Palestina y los palestinos, está bien establecido en las declaraciones oficiales de sus organizaciones y su literatura. Yo estoy hablando más bien de la complicidad en el plano de la epistemología y la ontología, donde todos estos grupos comienzan a entenderse a sí mismos a través de una ontología europea universalizada y de la epistemología que se difunde a través de los canales imperiales. Que los nacionalistas árabes comiencen a finales del siglo XIX a verse a sí mismos y a su historia en términos culturales y de “civilización” sigue esta universalización imperial. Que los musulmanes comiencen en el mismo período a hablar de algo amorfo llamado “Islam” opuesto a algo llamado “Occidente” y que algunos de ellos comiencen a pensar en el Islam como una “religión” o una “civilización” es también un efecto de imposiciones y de la internalización orientalista e imperial. Del mismo modo, el pequeño número de árabes identificados como homosexuales organizados en organizaciones gay internacionalistas son cómplices de un régimen sexual imperial que reorganiza el mundo mediante el binarismo hetero/homo, adoptándolo plenamente sin cuestionarlo e insistiendo en su reproducción y diseminación en todo el mundo árabe como el camino a la liberación.

En este sentido, la complicidad imperial de la Internacional Gay, incluidos sus miembros árabes, se encuentra en su llamado a todos los árabes que rechazan la hegemonía imperial del binarismo hetero/homo a desaprender y dejar impensada la forma en que desean, y a que aprendan y piensan sus deseos mediante las líneas del binarismo hetero/homo: de este modo propugnan, en efecto, que la forma en que existen los árabes, su propia ontología, es una forma de falsa conciencia de la que deben desprenderse, y que la verdad de quienes son, de acuerdo con esta lógica, radica en su adopción del binarismo imperial hetero/homo a través del cual deben aprehenderse a sí mismos y a sus deseos, lo que daría lugar, según la Internacional Gay, a su emancipación.

F.E. & S.M.: ¿Cómo se explica la atracción y apoyo de sus críticos al trabajo de Jasbir K. Puar, «Ensamblajes terroristas, homonacionalismo en los tiempos Queer»?

J.M.: Yo creo que esos grupos internacionalistas gay que se oponen a la política exterior y al nacionalismo imperial estadounidense encontraron en el muy importante y crítico libro de Puar una manera de salir del callejón sin salida en que se sentían (correctamente, en mi opinión) con mi libro «Árabes deseantes». Mi trabajo (y algo de esto se seguirá elaborando en mi próximo libro «El Islam en el liberalismo») no entiende la sexualidad como una formación universal cuyos entendimientos culturales difieren en función de las culturas y países específicos, sino más bien entiende que la sexualidad es un régimen específico surgido en una cultura en particular, la de Europa Occidental y su extensión colonial en América, en un tiempo específico: que la sexualidad es una formación cultural particular y no una categoría universal, y que la única manera en que ésta puede y ha sido diseminada universalmente es el imperialismo, y que aquellos que adoptan sus identificaciones, su binarismo y su proyecto de universalización son consciente o inconscientemente cómplices de sus taxonomías. El buen libro de Puar, por su parte, procede con una objeción no a la universalización de la sexualidad o de las identidades sexuales, que, si la entiendo bien, las toma como datos en su libro, sino más bien respecto de la específica nacionalización de la homosexualidad en los Estados Unidos (y también en Europa) en la forma de un homonacionalismo (importante concepto acuñado por Puar) y la forma imperial de su internacionalización. Por lo tanto, las organizaciones internacionalistas gay como Helem o el al-Qaws con sede en Israel y sus partidarios encuentran una manera de salir de su complicidad ontológica y epistemológica con el imperialismo en la anexión del libro inteligente y muy útil de Puar a su causa, ya que se ven como adversarios del homonacionalismo de Estados Unidos y sus pretensiones imperiales; así se exoneran a sí mismos de la acusación de complicidad imperial.

F.E. & S.M.: Usted ha trabajado recientemente en la formulación de “la sexualidad en el Islam”. Según usted, esta formulación es inadecuada y oscurece la cuestión que debería ser planteada por los estudiosos occidentales, a saber, la producción del Islam a través del prisma de la sexualidad. ¿Puede decirnos qué está en juego en su inversión de la pregunta?

J.M.: Mi proyecto es entender cómo el Islam se produce en los discursos sobre la sexualidad entre los activistas y académicos. Yo sostengo que es la producción del Islam en la sexualidad la que necesita ser estudiada para que podamos entender la emergencia de un campo que busca e insiste en la necesidad de estudiar un objeto al que denomina “la sexualidad en el Islam”. Yo trato de mostrar cómo esta misma producción que opera a través de la rúbrica de estudiar “la sexualidad en el Islam” es la manera en que este discurso se enmascara a sí mismo mientras se dedica a la producción del “Islam” mismo como esencial para su comprensión de cómo funciona la sexualidad en Occidente: de hecho, cómo el propio Occidente se constituye a través de la sexualidad. Este es un viejo método orientalista, por supuesto, que incluso podríamos llamar un truco, que no tiene que ser consciente de sí mismo, aunque a veces lo es.

Yo creo que lo que se requiere es una investigación –a la manera de Foucault– sobre las condiciones de posibilidad de las proposiciones de verdad que se hicieron sobre el “Islam” y la sexualidad. En lugar de asumir y tratar de descubrir los mecanismos por los que algo que se llama la sexualidad opera dentro de la categoría de Islam, tenemos que empezar, como nos enseñó Foucault, con los “mecanismos positivos” que generan esta voluntad occidental de saber. El resultado de este tipo de enfoque revelará mucho acerca de cómo la erudición occidental sobre la sexualidad no sólo constituye algo a lo que llama “el Islam”, sino también la forma en que constituye una “Europa”, un “Occidente”, y una normatividad ya siempre racializada.


Traducción del inglés: Gonzalo Díaz Letelier.