martes, 3 de febrero de 2015

Giorgio Agamben, "Si la feroz religión del dinero devora el futuro" (16 de febrero de 2012).



El presente artículo de Giorgio Agamben apareció el 16 de febrero de 2012, publicado en Italia en el periódico La Repubblica –de donde he tomado el texto italiano que aquí traduzco–, y está disponible en el siguiente enlace:



Si la feroz religión del dinero devora el futuro


 Para captar lo que significa la palabra “futuro”, primero debemos captar lo que significa otra palabra, que no estamos acostumbrados a utilizar fuera de la esfera religiosa: la palabra “fe”. Sin fe o confianza no es posible el futuro, en la medida en que hay futuro sólo si podemos esperar o creer en algo. Ya, pero ¿qué es la fe? David Flüsser, un gran estudioso de la ciencia de las religiones –existe una disciplina con este extraño nombre–, un día estaba trabajando sobre la palabra pistis, que es el término griego que Jesús y los apóstoles usaban para decir “fe”. Ese día se encontraba por casualidad en una plaza de Atenas y en un determinado momento, alzando la mirada, vio escrito en letras grandes frente a él Trapeza tes pisteos. Estupefacto por la coincidencia, miró mejor y después de unos segundos se dio cuenta de que estaba simplemente frente a un banco: trapeza tes pisteos significa en griego “banco de crédito”. Ahí estaba el sentido de la palabra pistis que había estado tratando de captar durante meses: pistis, “fe”, es simplemente el crédito que tenemos con Dios, y el crédito que la palabra de Dios tiene con nosotros desde el momento en que creemos en ella. Por eso Pablo puede decir en una famosa definición que “la fe es la sustancia de las cosas esperadas”: es lo que da realidad a lo que no está allí todavía, pero en lo que creemos y confiamos, dando crédito. Algo así como un futuro existe sólo en la medida en que nuestra fe le puede dar sustancia o realidad a nuestras esperanzas.

            Pero la nuestra, como sabemos, es una época de escasa fe o, como decía Nicola Chiaromonte, de mala fe, esa fe mantenida a la fuerza y sin convicción. Es, por tanto, una época sin futuro y sin esperanza –o de futuros vacíos y falsas esperanzas. Pero en esta época demasiado vieja para creer verdaderamente en algo y demasiado astuta para estar verdaderamente desesperada, ¿qué es nuestro crédito, qué es nuestro futuro? Porque, en una inspección más cercana, hay todavía una esfera de crédito, una esfera a la que fue a dar toda nuestra pistis, toda nuestra fe. Esta esfera es el dinero y los bancos –los pisteos tes trapeza– son sus templos. El dinero no es más que un crédito y sus correspondientes billetes de banco (notas bancarias). La así llamadacrisis” que estamos atravesando –pero lo que se llama “crisis”, ahora está claro, no es más que la manera normal en que funciona el capitalismo de nuestro tiempo– comenzó con una serie de imprudentes operaciones de crédito. Esto significa, en otras palabras, que el capitalismo financiero –y los bancos que son su órgano principal– funciona jugando con el crédito, es decir, con la fe de los hombres. Pero esto también significa que la hipótesis de Walter Benjamin, según la cual el capitalismo es en verdad una religión y la más feroz e implacable que ha existido –porque no conoce redención ni tregua– ha de ser tomada en cuenta literalmente. El Banco –con sus funcionarios grises y expertos– ha tomado el lugar de la Iglesia y sus sacerdotes y, gobernando el crédito, manipula y gestiona la fe –la escasa e incierta confianza– que nuestro tiempo todavía tiene en sí mismo. Y lo hace en el modo más irresponsable y carente de escrúpulos, tratando de lucrar ganando dinero a costa de la confianza y de la esperanza de los seres humanos, estableciendo el crédito del que cada uno puede disfrutar y el precio que tiene que pagar por ello (incluso el crédito de los Estados, que dócilmente han abdicado de su soberanía). De este modo, gobernando el crédito, el poder financiero gobierna no sólo el mundo, sino también el futuro de los hombres, un futuro que la crisis hace cada vez más corto y a plazo. Y si hoy la política ya no parece posible, esto es porque el poder financiero de hecho ha secuestrado toda la fe y todo el futuro, todo el tiempo y todas las expectativas. Mientras dure esta situación, mientras nuestra sociedad que se cree laica permanezca subordinada a la más oscura e irracional de las religiones, sería bueno que cada uno de nosostros vaya recuperando su crédito y su futuro de las manos de estos tristes y desacreditados pseudosacerdotes, banqueros, profesores y funcionarios de las diversas agencias del poder financiero. Y quizás lo primero que hay que hacer es dejar de mirar sólo hacia el futuro, como ellos nos instaron a hacerlo, para volver a mirar hacia el pasado. Sólo comprendiendo lo que ha pasado y sobre todo tratando de captar cómo ha llegado a ser posible, tal vez, podamos recuperar la libertad. La arqueología –no la futurologíaes la única vía de acceso al presente.

Traducción del italiano al español por Gonzalo Díaz Letelier.